A nadie pudo sorprender que las novelas del difunto escritor y periodista sueco Stieg Larsson, las de **la exitosa saga Millennium**, vieran pronto sus correspondientes adaptaciones al cine, aunque él no pudiera disfrutar ni tan siquiera con su publicación, que fue póstuma. Había planeado diez libros, pero sólo le dio tiempo a redactar tres antes de sufrir un fulminante infarto en 2004, y estas aparecieron en las librerías a partir del año siguiente. Y, más tarde, la editorial Norstedts anunció en 2013 que su compatriota David Lagercrantz se encargaría de continuar con la serie sobre Mikael Blomqvist y Lisbeth Salander a partir de Lo que no te mata te hace más fuerte (2015), cuyo título original era Lo que no nos mata y que fue cambiado para el mercado anglosajón por **The Girl in the Spider's Web, motivo por el que la nueva película homónima del uruguayo Fede Álvarez, su adaptación**, se llama así.
Con ella, suman cinco ya los filmes basados en estas novelas, tras la digna Los hombres que no amaban a las mujeres, las pasaderas La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire (Niels Arden Oplev, Daniel Alfredson, 2009), las tres con producción sueca, y **la estilizada readaptación hollywoodiense de la inicial (2011) por parte de David Fincher, la mejor de todas sin que esté como para tirar cohetes*, lo cual resulta de lo más lógico si tenemos en cuenta que es cosa de quien ya nos había brindado estupendas películas como la perturbadora Seven (1995), el intrincado misterio de The Game (1997), la emblemática Fight Club (1999), las oscuras e interesantes La habitación del pánico (2002) y Zodiac (2007), la satisfactoria fantasía de El curioso caso de Benjamin Button (2009) o la hoja afilada de La red social* (2010).
El hecho de que los productores de **The Girl in the Spider's Web, que podríamos considerar la segunda mejor adaptación de las peripecias de Blomqvist y Salander, decidieran poner su confianza y su dinero en manos del independiente Fede Álvarez sólo se explica porque lleva un par de demostraciones de su eficacia*: después de distinguirse con la viralidad de su audaz cortometraje ¡Ataque de pánico! (2009), que llamó poderosamente la atención de Ghost House Pictures, la productora del cineasta Sam Raimi (Spider-Man, 2002-2007), le encargaron el remake de The Evil Dead (1981), que había dirigido el propio Raimi, y el fruto fue la terrorífica *Posesión infernal (2013), elaborada con primor y brío pero maltrecha por el mismo material desagradable y pueril de partida. Y más atinado estuvo con el desasosiego del thriller No respires (2015)** y sus ideas secuenciales.
Y no es que en su película de Millennium no muestre tino en las decisiones del libreto, en cuya escritura colaboró con Jay Basu (Monsters: El continente oscuro) y Steven Knight (Eastern Promises) y no con su habitual Rodo Sayagues —compañero suyo desde los cortos— y que desarrolla bien la intriga criminal dosificando sus gratos giros, ni al dirigir a los actores ni en la planificación audiovisual, que descubrimos reflexionada, aseadísima y siempre de lo más razonable. Pero esta última no se aleja todo lo que podría de lo funcional según lo que prometen los modales del realizador; es una apuesta no muy lejana de lo que esperaríamos en un thriller semejante con unas cuantas escenas de acción o de enfrentamientos físicos. Agrada pero no deslumbra, distrae y convence sin augurarnos que la recordaremos con nitidez tras unas semanas, en especial si las llenamos de otras peripecias fílmicas.
Dicho lo cual, la imagen que probablemente quedará en nuestra memoria de todos modos sea la de la actriz británica Claire Foy, a quien conocemos por su protagonismo en la serie The Crown (Peter Morgan, desde 2016) y a la que hemos contemplado no hace mucho en *First Man* (Damien Chazelle, 2018), como la icónica Lisbeth Salander, personaje central en este filme como no lo había sido en los anteriores por Mikael Blomqvist y para el que Foy borda un temperamento que en el que se mezcla su fama ganada a pulso de peligro andante y antisocial, una firme y justa determinación, una vulnerabilidad emocional inesperada al vivir el reencuentro con su terrible pasado más remoto e incluso, otro rasgo sorprendente, unas capacidades en la lucha cuerpo a cuerpo o a tiro limpio que la nominarían para ser reclutada como Jane Bond, al irónico servicio de su Majestad. En cambio, Sverrir Gudnason (Borg McEnroe) nos ofrece a un absolutamente olvidable Blomqvist.
Su presencia es tan triste que destaca menos que la de otros secundarios, sea LaKeith Stanfield (Atlanta) como Edwin Needham, Stephen Merchant (*Logan) en la piel de Frans Balder, el esmerado Cameron Britton (Mindhunter) como Plague, Vicky Krieps (Phantom Thread) encarnando a Erika Berger, Claes Bang (The Square*) como el lugarteniente del personaje al que insufla vida Sylvia Hoeks (*Blade Runner 2049*) sin hechizarnos demasiado, lo que parece insuficiente para dar la talla con Claire Foy. Y, siendo Fede Álvarez un animal cinematográfico de costumbres, ha vuelto a servirse de la partitura del cumplidor Roque Baños (Lázaro de Tormes) y de la fotografía ambiental de Pedro Duque (Extinción) por tercera y cuarta vez. Así las cosas, aún aguardamos a que este director encuentre ese proyecto que quizá saque a la luz las ideas más talentosas que se le puedan ocurrir, ya que no ha sido con la entretenida historia en la que Lisbeth Salander muere otro día.