Quizás hayas acertado. O quizás no. Pero a buen seguro, una inmensa mayoría de los lectores que han visto esas tres palabras habrán pensado en lo mismo: Viagra. Que con solo tres pistas la gente –sin importar su país o idioma– piense en una misma marca es un milagro del marketing. Empresas de todo el mundo se gastan millones en conseguir algo parecido: que al menos uno de sus productos sea identificado a lo largo y ancho del planeta con un simple eslogan (McDonald´s), una musiquita compuesta por un par de notas (Lotería de Navidad) o un color (Coca-Cola).

El sildenafilo conocido y reconocido bajo la marca Viagra, lo ha conseguido en solo un par décadas. Su mayor logro, sin embargo, no es haber calado en el imaginario colectivo de medio mundo. Ni siquiera su virtuoso efecto en los bajos, que tantas parejas ha salvado desde hace 20 años. Tampoco el pertenecer a ese selecto grupo de vocablos de género expansivo que se pueden usar tanto en masculino como en femenino. Si de algo puede presumir la Viagra es de ser hija del azar. Junto a la penicilina los rayos X o el coñac forma parte de la liga de la serendipia.

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Porque en lo que trabajaban durante la década de los 90 los impulsores de la Viagra no era un fármaco contra la disfunción eréctil, sino un medicamento para la angina de pecho. Basándose en las investigaciones de Robert F. Furchgott sobre el efecto bioquímico del monóxido de nitrógeno u óxido nítrico (NO) en el cuerpo, los farmacólogos buscaban un tratamiento eficaz contra la hipertensión. Gracias a su labor Furchgott demostraría la influencia del NO en el sistema cardiovascular. Por ese logro en 1998 recibió el Nobel de Medicina junto a sus colegas y compatriotas Louis J. Ignarro y Ferid Murad.

En 1992 Pfizer realizó pruebas con el nuevo medicamento en Merthyr Tydfil una pequeña villa de Gales que hoy apenas pasa de los 63.000 vecinos. Los resultados fueron un fiasco. La eficacia de la droga -entonces bautizada UK-92480- no fue la esperada. Al menos para la angina de pecho, claro. Los doctores que controlaban el ensaño clínico se habían fijado en que la pastilla sí tenía algunos efectos secundarios entre los voluntarios: indigestión, dolor de espalda y… ¡Proverbiales erecciones! No cuesta imaginar el pasmo de los directivos de Pfizer al enterarse de aquella afortunada casualidad.

La farmacéutica hizo gala de su visión comercial y dio un giro de 180 grados a sus estudios. La droga había sido un chasco para tratar la angina de pecho, pero quizás sirviese para otro problema: la disfunción eréctil. Dicho y hecho. En cuestión de años aquella pequeña pastilla que había dado tantas alegrías a los voluntarios de Merthyr Tydfil se convertía en la hoy celebérrima Viagra. La empresa la patentó en 1996 y dos años después –el 27 de marzo de 1998– lograba el visto bueno de la Dirección de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA) para su comercialización. A España tardó algo más en llegar. Aquí las farmacias no la dispensaron hasta noviembre del 98. Este año la pastillita azul cumple su 20 aniversario.

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En poco tiempo la Viagra se convirtió en un éxito arrollador. Dos semanas después de que la FDA le diera luz verde los médicos habían prescrito ya más de 150.000 recetas. La droga que se aprovechaba de los efectos vasodilatadores del citrato de sildenafilo fue incluso portada de la revista Time en mayo de 1998. Se cuenta que la propia CIA llegó a usarla en 2008 para comprar información sobre insurgentes en Afganistán. Referentes de la década de los 90, como el futbolista brasileño Pelé(O Rei) o el aspirante republicano a la Casa Blanca en 1996, Bob Dole, se prestaron a promocionar el nuevo fármaco. Con su ejemplo contribuyeron también a tumbar -o empezar a resquebrajar, al menos- el tabú de la impotencia.

De lo que no hay duda es de que el Viagra hizo de oro a la farmacéutica. A lo largo de las últimas dos décadas se calcula que se han dispensado 65 millones de recetas a pacientes repartidos a lo largo y ancho del globo. Ni en sus sueños más desaforados podían imaginarse los directivos de Pfizer cuál sería el alcance de la nueva droga. Solo el primer año ingresó 1.000 millones de dólares, diez veces más de lo previsto.

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Aunque la marca sigue siendo muy popular y se reconoce de océano a océano, la Viagra ya ha pasado sus años dorados. A mediados de 2013 empezaron a comercializarse en Europa las primeras versiones genéricas y en 2017 lo hicieron en EEUU. Como recogía El País en marzo –coincidiendo con el 20 aniversario del aprobado de la FDA–, a lo largo del último lustro las ventas del fármaco cayeron cerca de un 42%: de los 2.100 millones que facturaba en 2012 pasó el año pasado a unos 1.200.

A esa competencia creciente en las farmacias se suma la mucho más peligrosa de los circuitos clandestinos. Para eludir la cita con el urólogo u obtener fármacos sin necesitarlos realmente, algunos usuarios optan por comprar las pastillas en Internet. La propia Pfizer alertaba en 2013 de los riesgos de recurrir a webs que no ofrecen la menor garantía sanitaria. “Entre los ingredientes encontrados en algunos supuestos medicamentos para la disfunción eréctil se ha localizado pintura, tinta de impresora, anfetaminas, cafeína o polvo de talco”, prevenía.

Al fin y al cabo…
- Pastilla
- Azul
- Sexo

Puede llevarnos a pensar en el fármaco que nació por arte de serendipia hace 20 años en las tierras de Merthyr Tydfil, pero ser en realidad una peligrosa imitación elaborada a base de polvo y tinta azul. Los juegos -mejor- solo de palabras.

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