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Años antes de que una multitud enfurecida y sedienta de revolución tomase la Bastilla de París —el 14 de julio de 1789— sus calabozos sirvieron de hogar a uno de los grandes genios de la Ilustración: François-Marie Arouet. Aunque su obra aún sigue celebrándose en pleno siglo XXI como una de las cumbres del pensamiento del XVIII, su nombre dice hoy muy poco. Su nombre oficial, claro.

Arouet, entonces un literato prometedor que hacía gala de una mente asombrosamente ágil para sus 23 años, había sido confinado en una celda de la Bastilla en 1717 por escribir una sátira que ridiculizaba al Duque de Orleáns, regente de Francia.

Su presidio duró 11 meses. Cuando en 1718 pudo al fin abandonar la Bastilla, Arouet tomó una curiosa decisión: dejar su nombre en aquel sucio y frío calabozo de París. Quizás porque no quería verse marcado tras su paso por la cárcel o tal vez para poner tierra de por medio con su pasado, el joven se “rebautizó” a sí mismo. Escogió un seudónimo. Uno sugerente, con gancho, a juego con su faceta de literato… escogió ser Voltaire.

La carta con la que nació Voltaire

El primer documento que se conserva con esa firma lo escribió Arouet un día como hoy de 1718 —hace justo 300 años— y aunque la vida de su autor resultaría ser trepidante, efervescente, casi tan revolucionaria como el período histórico que le tocó vivir… ese texto “bautismal” fue bastante soso. El escrito del 12 de junio de 1718 era una carta ordinaria, de trámite, dirigida a un noble inglés. Al final de la misiva, François-Marie —que a partir de entonces ya nunca más volvería a ser François-Marie a ojos de la historia— rubricó con el nombre Arouet de Voltaire. En noviembre esa fórmula se había simplificado ya hasta quedarse solo en Voltaire.

“La primera carta que existe con la nueva firma fue escrita a un inglés, Lord Ashburnham, y se refiere al préstamo de un caballo. Está fechado en Chatenay, el 12 de junio de 1718”, recoge Nancy Mitford en Voltaire in Love. La autora explica que en la Francia de aquella época el cambio de nombre era “aceptado con bastante tranquilidad por la sociedad”. “Incluso el ministro responsable de su exilio en París, el marqués de La Vrillière, se dirigió a él como Arouet de Voltaire, en octubre de 1718”, anota.

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A lo largo de los siguientes 60 años esa palabra, Voltaire, presidiría las portadas de algunos de los títulos más relevantes de la literatura francesa, como Cándido, Cartas filosóficas, Tratado de la Tolerancia o Micromegas. También la de Elementos, volumen al que el filósofo dio forma con la ayuda de la marquesa de Châtelet durante su exilio en Cirey y que contribuyó a que las ideas de Isaac Newton se expandiesen por Francia y Europa.

Por qué Voltaire ocultó su nombre

A pesar de que se cumplen tres siglos desde que Voltaire estrenó su seudónimo, las razones que le llevaron a ocultar su nombre o en las que se inspiró para escoger esa palabra son aún un misterio. En su libro Voltaire Almighty: A Life in Pursuit of Freedom, Roger Pearson especula con que “al igual que muchos exconvictos” el joven escritor “quería comenzar de nuevo”.

Una explicación alternativa es que le disgustase la similitud entre el apellido Arouet y el de otros autores o su parecido con el vocablo “rouer” (machacar), lo que tal vez diese pie a juegos de palabras que incomodasen a François-Marie. Las hipótesis de Pearson explican por qué tras su paso por la Bastilla el literato decidió cambiar de nombre. La incógnita sigue siendo… ¿De dónde sacó lo de Voltaire? Los intentos por explicarlo han dejado un número no menor de teorías.

Una de las explicaciones más extendida es que procede del apelativo “Petit Volontaire”, con el que su familia se dirigía a François cuando era un niño. Otra es que surge del anagrama “Arouet Le Jeune” (Arouet el joven) -echando mano de mayúsculas latinas-, afirmación que parece apoyarse en que Voltaire fue el más joven de los cinco hijos del notario François Arouet.

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Lo cierto es que ni este último dato se salva de la polémica. El propio Voltaire creía que su padre era en realidad un compositor bon vivant llamado Rochebrune. Como recoge Alexander J. Nemeth, en una carta escrita en 1774 —con 80 años— el poeta llegó a denominarse a sí mismo “el bastardo de Rochebrune”.

Una tercera hipótesis apunta al nombre de un pequeño feudo propiedad de su madre y aún habría otra que especula con que Arouet se inspiró en la fórmula “voulait faire taire”, que significaría que él “deseaba hacer callar”. Por su sonoridad algunos autores evocan la palabra re-vol-tair (revoltoso).

"Azar es una palabra vacía de sentido"

Lo que sí está claro es que el cambio de nombre no le sirvió al escritor para disfrutar de un futuro tranquilo. El talante de polemista innato del que hacía gala y su rechazo a doblegarse ante el poder le obligarían en un momento u otro de su vida a exiliarse, recluirse de forma voluntaria… incluso a regresar a la Bastilla. En 1726 protagonizó una pelea con un influyente noble, el caballero De Rohan, que lo arrojó de nuevo a la prisión parisina de la que había salido en 1718.

Su segunda estancia en la Bastilla no fue muy larga. Cuando salió, al cabo de cinco meses, se vio obligado sin embargo a tomar un barco para exiliarse en Londres. Allí, a las orillas del turbio Támesis, vivió Voltaire entre 1726 y 1729, años que resultarían decisivos para su desarrollo intelectual. “Azar es una palabra vacía de sentido; nada puede existir sin causa”, dejaría escrito el filósofo. La estancia que protagonizó en Gran Bretaña es el mejor ejemplo de esa máxima filosófica. Que cruzara el canal de la Mancha favoreció su toma de contacto con las teorías científicas de Newton y Locke.

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Biblioteca Nacional de Francia (Wikimedia)

Fruto de esa experiencia inglesa fue Cartas filosóficas, libro que publicó en 1734 y en el que señalaba al cristianismo como la raíz más profunda del fanatismo. Por si esa afirmación no alimentase lo suficiente la polémica, Voltaire ensalzaba además la tolerancia religiosa y la libertad ideológica que había percibido durante sus años en Gran Bretaña.

Al igual que había ocurrido en 1717 con su sátira sobre el Duque de Orleáns, el nuevo escrito de Voltaire levantó ampollas entre las clases más poderosas. Cargar contra la religión, cantar las virtudes de otro país… Fue un atrevimiento intolerable para la jet set parisina. Las autoridades galas volvieron a ordenar la detención de aquel molesto filósofo por enésima vez.

La ayuda de madame de Châtelet

Si Voltaire logró escapar de la cárcel fue en gran medida gracias a la ayuda que le prestó Gabrielle Émile Le Tonnelier de Breteuil, quien al igual que Voltaire sería recordada por su apodo: la marquesa de Châtelet. Inteligente, audaz, de pensamiento libre… Émile no solo brindó protección a Voltaire, fue además la mejor compañera de estudios que podría haber encontrado el escritor. Gracias a la marquesa el intelectual pudo refugiarse en el castillo de Cirey, en Lorena, que con el paso del tiempo terminaría convirtiéndose en uno de los focos intelectuales más potentes de toda Francia.

En el castillo de los Châtelet la pareja llegó a reunir —como relata Adela Muñoz Páez, en Sabias— una biblioteca con más de 20.000 libros, un completo gabinete científico, un teatro para las premieres de las obras de Voltaire… Allí estudiaron a Leibniz, Descartes y Newton y allí tomó forma Elementos de filosofía, obra que se publicó en 1738 y ayudó a que las ideas del genio de Woolsthorpe se expandieran por Europa.

Años después, muerta Émilie de forma prematura y asentado Voltaire en la frontera entre Francia y Suiza, su casa de Ferney se convertiría en una de las mecas culturales de Europa. Decepcionado tras su paso por la corte de Federico II y ya en el otoño de su vida, Voltaire se dedicó a dar forma a algunas de sus obras más importantes, como Tratado de la tolerancia (1763) y Diccionario filosófico (1764). Poco antes de morir, en 1778, se trasladó a París, donde le recibieron entre vítores.

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Tony Grist (Wikimedia)

Cien años después de que la tierra se tragase para siempre al literato galo, Ferney se rebautizó como Ferney-Voltaire. En homenaje al filósofo que había convertido la comuna en uno de los puntos capitales de la cultura europea, en 1878 las autoridades locales decidieron añadir al nombre del pueblo aquel misterioso seudónimo con el que un joven François-Marie firmó por primera vez un día como hoy de hace tres siglos.

PD: Curiosidades del destino —o tal vez no— Ferney está situada en la frontera entre Francia y Suiza. También Cirey se localiza a tiro de piedra —a aproximadamente 175 kilómetros— de Alemania. A lo largo de su vida Voltaire pasó largas temporadas en zonas próximas a las lindes entre dos países, los mejores lugares para un polemista que incomodaba al poder y cantaba a una nueva forma de ver el mundo, alejada de la intolerancia.

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