No se le ocurrió otra cosa a Netflix la noche de la Super Bowl, el último partido de la Liga Nacional de Fútbol americano, que hacer saber a los espectadores que el estreno de **The Cloverfield Paradox** era inminente, tanto que iba a estar disponible en la plataforma tras el encuentro entre los New England Patriots y los Philadelphia Eagles; una sorpresa improbable en circuitos de exhibición ajenos a las plataformas de streaming. Esta esperadísima *tercera entrega de la saga, que comenzó con Cloverfield (Matt Reeves, 2008) y continuó inesperadamente con 10 Cloverfield Lane (Dan Trachtenberg, 2016)*, ha recibido por el momento más palos que una estera de parte de la crítica especializada, pero no se la puede considerar la peor de las tres ni por asomo, y ese montón de palos tal vez no se los merezca.
Y no es porque los antecedentes fílmicos de su responsable, el nigeriano Julius Onah, resultaran muy prometedores; más bien lo opuesto: *sólo había rodado el poco conocido drama criminal The Girl Is in Trouble (2015), producido por el realizador Spike Lee (25th Hour, Inside Man), entre otros; *una película fallida que no tiene absolutamente nada que ver con la ciencia ficción espacial** y cuyos mayores problemas, que la hunden sin remedio, radican en la inverosimilitud invencible del vínculo entre su personaje principal y la chica que le enmarrona, que los actores encargados de interpretarles, Columbus Short y Alicja Bachleda, carecen de la química necesaria y sus escenas juntos no hay quien se las trague sin indigestión, y que la profundidad que se pretende en el tipo, tan insulso, con una vacía voz en off acaba siendo hasta fastidiosa.
**The Cloverfield Paradox se encuentra bastante lejos de lo anterior. Lanza una hipótesis de ficción científica de lo más jugosa y funda los detalles de sus misterios en ella, logrando intrigar al espectador conforme se desarrolla la trama, ciertamente oscura, y los dignos giros de guion se van produciendo. No hay imprecisiones en la propuesta ni inverosimilitudes en la conducta de los personajes**: lo que sucede según la hipótesis, si bien arbitrario por fuerza en sus escenarios específicos de género, se expone con los pormenores suficientes para un filme entretenido, no los que se exigen en una asignatura para ingenieros ni sabiondos de la física del CERN; y no hay duda razonable que se pueda esgrimir acerca de que las motivaciones de cada uno estén claras en todo momento y se muestren perfectamente comprensibles, dramón protagónico incluido.
Las escenas de peligro mortal en el espacio son elaboradas y nunca repetitivas, pues aprovechan las posibilidades del entorno; y los actores dan siempre la talla, hablemos de Gugu Mbatha-Raw (*Concussion) como Hamilton, David Oyelowo (Interestellar) en la piel de Kiel, Daniel Brühl (Captain America: Civil War) como Schmidt, John Ortiz (Steve Jobs) encarnando a Monk, Chris O’Dowd (Girls) como Mundy, Aksel Hennie (The Martian) calzándose a Volkov, Ziyi Zhang (House of Flying Daggers) como Tam, Elizabeth Debicki (Guardians of the Galaxy vol. 2) poniendo cara a Jensen o Roger Davis (Dream Team*) como Michael. Además, la partitura de Bear McCreary le sienta como un guante a cuando vemos en pantalla, y la producción es todo lo lujosa que se requería, lo normal tratándose de Netflix y la Bad Robot del cineasta J. J. Abrams (*Star Trek, Star Wars VII: The Force Awakens*).
En esta tesitura, The Cloverfield Paradox se revela como un espectáculo decoroso con los espectadores y aceptable como enredo de ciencia ficción, por debajo de 10 Cloverfield Lane y por encima de Cloverfield: la de Reeves no es más que una dinámica de muerte y destrucción en metraje encontrado que no va a ningún sitio, y se limita a regodearse en ello hasta el final; y la de Trachtenberg la supera ampliamente y sin vacilaciones en desasosiego, giros potentes y construcción de personajes. Sin embargo, lo que le brinda esta tercera entrega a tan monstruosa historia es una explicación muy interesante a la hecatombe, que la une a la novela The Mist, escrita por Stephen King, varios nexos con sus antecesoras y un final abierto que da pie a continuaciones, tal vez con estos mismos personajes. Y nosotros nos sentaríamos a contemplarlas muy a gusto.