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Oliver Krause (Wikimedia)

Estamos acostumbrados a que los grandes avances de la ciencia lleguen de la mano de grandes laboratorios e instituciones, como el CERN y la NASA, por citar solo dos ejemplos. Y aunque la investigación ya no es una tarea solitaria y tortuosa, como ocurría en los tiempos de Galileo, Kepler o Newton, lo cierto es que en ocasiones ciertos descubrimientos llegan de la forma más azarosa posible, cuando uno menos se lo espera.

El término serendipia, según la Real Academia Española, se refiere al "hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual". Entre los descubrimientos que han ocurrido por fortuna en la historia de la ciencia destacan medicamentos como la penicilina, el sildenafilo (la popular Viagra o el **grafeno, una lista que hoy se completa con un avance más en el campo de la astronomía gracias a un aficionado argentino llamado Víctor Buso.

Un observatorio en lo alto de su casa

El rosarino, que ya supera los cincuenta años de edad, empezó a amar el cielo nocturno desde su más tierna infancia. Según contaba el diario La Capital, su madre le enseñaba la Luna y su padre el paso de los cometas, una afición que ha ido conservando con el paso del tiempo y, sobre todo, con la complicidad de su familia. Su esposa e hija comparten su pasión, en la que invirtió los ahorros para construir un observatorio en lo alto de su casa. Allí se sitúa, de hecho, el mayor telescopio de Rosario y Santa Fe, más grande que otros instrumentos públicos, que este cerrajero de profesión fue construyendo poco a poco.

Su observatorio privado le ha servido también a Víctor Buso para aparecer en la prestigiosa revista Nature, donde hoy se publica su hallazgo más importante. El pasado 20 de septiembre de 2016, este astrónomo aficionado estaba realizando pruebas con una nueva cámara que iba a instalar en su telescopio de 16 pulgadas. Fue entonces cuando realizó una serie de instantáneas de NGC 613, una galaxia con forma de espiral que fue observada inicialmente por William Herschel —el mismo que descubrió Urano— y que se sitúa a ochenta millones de años luz de la Tierra, dentro de la constelación de Sculptor.

Tras examinar las imágenes, Buso observó un tenue punto de luz que se iluminaba rápidamente cerca del extremo de un brazo de la espiral, que no aparecía en el primer conjunto de fotografías. Alertado por lo que veía, el astrónomo aficionado avisó al equipo de Melina Bersten, del Instituto de Astrofísica de La Plata (Argentina), que pronto se dio cuenta de la rareza del hallazgo. El rosarino había captado el nacimiento de una supernova, es decir, la explosión de una estrella. El fenómeno es tan poco frecuente que no se había logrado inmortalizar nunca. De hecho, según Bersten, las probabilidades "están en uno entre diez o tal vez incluso cien millones".

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Crédito: Víctor Buso y Gastón Folatelli.

"Los datos de Buso son excepcionales. Los astrónomos profesionales llevan tiempo buscando este tipo de evento", destaca Alex Filippenko, astrónomo de la Universidad de California (Berkeley). Su grupo participó en el estudio de la explosión, que ha recibido la denominación técnica de SN 2016gkg, gracias a las investigaciones realizadas por el Observatorio Lick, de California, y el Observatorio Keck, de Hawaii. Así pudieron determinar que la explosión fue una supernova de tipo IIb, es decir, el estallido fue de una estrella masiva que anteriormente había perdido la mayor parte de su envoltorio de hidrógeno.

"La estrella empieza a explotar por el núcleo, generando una onda de choque que se propaga hacia afuera. Cuando la onda llega a la superficie, las capas altas reaccionan y la estrella brilla muchísimo, que es lo que se ve. Aquí hay dos mecanismos: por un lado cómo empieza el colapso del núcleo y, por otro, cómo se propaga la onda de choque", explica una fuente consultada por Hipertextual. "Como siempre observamos las supernovas cuando brillan, no tenemos mucha información. En este caso, es la primera vez que se ha visto cómo una estrella normal pasa a brillar mucho, lo que nos aporta datos sobre cómo se ha propagado la onda de choque antes de brillar. El resultado es que dicha propagación corresponde a un modelo clásico, es decir, no tiene que ver con cómo colapsa el núcleo de la estrella", añade el investigador, que no ha participado en el estudio.

Hasta la fecha, según aseguran los científicos, nadie había podido capturar "la primera luz óptica" de una supernova, ya que las estrellas explotan por azar en el cielo y la luz de dicho estallido suele ser fugaz. Los datos obtenidos, junto con los modelos teóricos, han permitido a los investigadores estimar que la masa inicial del astro era aproximadamente veinte veces la masa que presenta nuestro Sol, aunque probablemente perdió la mayor parte en beneficio de una estrella próxima y, otra parte, unas cinco masas solares, antes de la explosión. "Es como ganar la lotería cósmica", resalta Filippenko para reconocer el hallazgo por serendipia de Víctor Busto, que ha permitido conocer mejor cómo es una estrella justo antes de que desaparezca y cuál es la naturaleza de la propia explosión.