Movistar + sigue, paso a paso, construyendo una destacada oferta de ficción. Ya hemos hablado de interesantes propuestas como Vergüenza y La Zona, una ácida comedia y un frío thriller, pero la joya de la corona, como se ha comunicado durante los últimos meses, estaba por llegar. La Peste fue el primer proyecto que la compañía puso en marcha y, años después, aterriza en nuestras televisiones como buque insignia de la marca.
El camino de La Peste hasta convertirse en el proyecto estrella del ambicioso plan de ficción de Movistar + no ha sido, en ningún aspecto, una ruta sencilla. Y es que, sin ir más lejos, Alberto Rodríguez y Rafael Cobos comenzaron la preproducción de la misma hace más de tres años, finalizando el rodaje hace apenas seis meses. El mismo Cobos afirma que el sacar adelante este mastodóntico proyecto era lo único que se les pasaba por la cabeza mientras recogían el merecido Goya a mejor película por La isla mínima.
Algo comprensible por su magnitud, pocas veces vista en la ficción patria, entren aquí series y películas, a todos los niveles. Valga como prueba un somero repaso a las cifras: 130 decorados repartidos en 20 localizaciones, 190 actores, más de 2000 figurantes, 400 profesionales de distintos campos, 4 meses y medio de rodaje y los tan mencionados 10 millones de euros de presupuesto. Todo ello al servicio de dos de los creativos más destacados del cine patrio que, de la mano de Movistar +, dan el salto a la ficción televisiva con este ambicioso proyecto.
Una serie de época disfrazada de thriller
Si se puede extraer un denominador común de los últimos trabajos de Rodríguez es el de la explotación de una ambientación y contexto histórico determinados, con gusto y sentido, siempre al servicio de la historia que se quiere contar. Grupo 7, La isla mínima o El hombre de las mil caras no son thrillers que se ambientan, por cuestiones estilísticas o exigencias comerciales, donde convenga si no que, desde el mero germen narrativo, la Sevilla previa a la Expo del 92, la Andalucía de principios de los 80 o la España de finales de los 90 fueron elementos nucleares de lo que han terminado siendo tres magníficas películas. Y La Peste, por suerte, no es diferente.
La Sevilla del siglo XVI, con su condición de centro neurálgico de la Europa de la época y de puerta de acceso al ansiado Nuevo Mundo de las Américas, funciona como marco narrativo de lujo para las distintas intrigas que se plantean: su guión explota al máximo el contexto y el papel de la Inquisición, las primeras revueltas protestantes, el rédito económico que se le puede sacar a un epidémico brote de peste o el infame tratamiento a la mujer son algunos de los puntos clave de una serie que, lejos de lo habitual en la ficción histórica de este país, acostumbra a anteponer la miseria y lo llano al lujo y majestuosidad de las altas esferas.
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Y es que, no podía ser de otro modo, el poso y lo que importa está en qué y cómo se cuenta: el guión de tiene en la ciudad hispalense un inmejorable escenario para la historia de Mateo, el exmilitar y letrado protagonista que, fiel a su palabra, buscará cumplir la antigua promesa que dará pie al resto de la trama, mutando hacia el thriller de época. Por el arrabal, los callejones, la catedral, el mercado y los palacios de la majestuosa Sevilla se cruzará con personajes tan dispares e interesantes como Valerio, un buscavidas que huye de la muerte, Teresa Pinelo, una emprendedora y oprimida mujer, o Luis de Zúñiga y Celso de Guevara, representantes de la nobleza y el clero en La Peste.
Punto de inflexión en la ficción española
Se vuelve a repetir aquí uno de los grandes aciertos de otras ficciones de la marca, el trabajo de casting; algo especialmente meritorio aquí, en una obra de tal entidad en la que el peso recae en hombros de actores totalmente desconocidos para el público mayoritario como el fenomenal Pablo Molinero (todo un descubrimiento) y su interesante Mateo o la intensa Patricia López Arnáiz; rodeados están, eso sí, por intérpretes de la talla de Paco León, Manolo Solo, Paco Tous o Tomás del Estal. Algo menos natural y destacado es el trabajo de los más jóvenes Sergio Castellanos y Cecilia Gómez pero, con todo, el nivel general del reparto al completo es ejemplar.
La Peste es una serie que se cocina a fuego muy lento, quizá demasiado para los impacientes, durante sus dos primeros capítulos pero termina despegando, repartiendo con mucho tino el tiempo en pantalla entre los distintos personajes y tramas y, sobre todo, convirtiéndose en un thriller bastante solvente que aprovecha al máximo su contexto geográfico, cultural y religioso. Tanto es así que sus seis capítulos, pese a no faltar ni sobrar nada (de nuevo, no podría agradecerse más la ausencia de imposiciones creativas), terminan dejando con muchísimas ganas de más. No se puede saber, dado el cierre de la temporada, qué contará exactamente la segunda pero una cosa está clara: no faltarán las ganas de volver a esta esplendorosa Sevilla.
Más allá del magnetismo de ciertos personajes o el interés de lo puramente dramático, el trabajo técnico y artístico detrás de La Peste es, sin duda, uno de los grandes motivos que la aúpan a lo más alto de la ficción patria. Tan efectivo y elegante como siempre es el trabajo, en dirección y guión, de Alberto Rodríguez (apoyado por Paco Baños en lo primero y por Rafael Cobos y Fran Araújo en lo segundo) y, de entre el sobresaliente nivel medio en los apartados técnicos, merece mención especial el impecable y personalísimo trabajo en la dirección de fotografía de Pau Esteve: el contraste entre la podredumbre y la opulencia, el aprovechamiento de los espacios y, sobre todo, el excepcional y exigente trabajo de iluminación, apostando casi siempre por luz natural y unos complicados claroscuros, ponen el broche a un envoltorio que poco o nada tiene que envidiar a cualquier producción internacional.
Por si fuera poco, lo que riza el rizo y epata a cada cambio de plano es la increíble, casi de forma literal, recreación de la Sevilla del XVI. Ante la pérdida de la inmensa mayoría de lo que caracterizaba por aquel entonces a la capital andaluza, el trabajo de los departamentos de arte, vestuario y, por supuesto, efectos visuales ha sido del todo titánico y el resultado es impecable. Además, el intenso trabajo de documentación detrás del proyecto, pese a contados y pequeños tropiezos (como utilizar el metro como unidad de medida), sirve para meternos de lleno en una época sumamente interesante y escasamente explorada en cine y televisión.
El propio Alberto Rodríguez afirmaba en el making of de la serie que el suspense que subyace en La Peste no es más que una excusa para presentar un fresco sobre una ciudad con la importancia histórica y cultural de la Sevilla del XVI. Y esa es la inequívoca sensación que se le queda a uno al acabar la que, desde ya, es una de las mejores series españolas de la historia. Por suerte, más allá de todo eso todavía queda hueco para el acertado y descarnado retrato de pasiones, obsesiones y plagas como la religión, el poder y el dinero. "Otras pestes vendrán y el hombre seguirá haciendo lo mismo".