Desde que Canal + produjera y emitiera obras como Crematorio (para un servidor, lo mejor que ha dado la ficción española) o ¿Qué fue de Jorge Sanz?, la producción de series de televisión por parte de cadenas de pago había quedado en un segundo plano. Ahora, tiempo después de que Movistar +, suma de Movistar TV y Canal +, echara a andar, hemos empezado a ver los frutos de su ambicioso plan dentro de la ficción nacional.

En emisión están, desde hace cinco semanas, la prometedora ‘La zona’, dirigida y guionizada por los hermanos Sánchez-Cabezudo (Crematorio) y, desde el pasado 24 de noviembre y disponible de forma íntegra à la Netflix, Vergüenza, la peculiar comedia que corre a cargo de Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero. De la primera os hablaremos cuando termine la temporada (las sensaciones son muy buenas) con lo que toca meter las manos en harina y hablar de la propuesta humorística de la cadena.

En Vergüenza nos encontramos con una comedia de corte relativamente tradicional, en apariencia, que se centra en las vivencias de la pareja interpretada por Javier Gutiérrez (La Isla Mínima, Águila Roja) y Malena Alterio (Aquí no hay quien viva, Cinco metros cuadrados) con un denominador común en cada capítulo y casi cada escena: ser una abanderada del ridículo y delhacer sentir al espectador esa vergüenza ajena de la que toma el título (así iba a llamarse pero, por razones comerciales, terminaron optando por acortarlo) que da título a la producción. Y lo consigue, de forma efectiva, durante la mayor parte de sus diez episodios.

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Al contrario que en la mayoría de comedias que se nos pueden venir a la cabeza, aquí nos olvidamos de grupos de amigos o familias y el foco recae, durante la práctica totalidad de la serie, en la pareja protagonista y sus peculiares y esperpénticas vivencias; Jesús es un fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones con ínfulas de gran artista y Núria, con una vida laboral inestable, busca cumplir deseos frustrados en lo que a la vida en pareja se refiere. En resumen, Vergüenza es una ventana, con marco de comedia, a la vida de dos perdedores. Puede recordar, en tono y forma, a la excepcional Catastrophe e incluso, por momentos, a la más inclasificable Fleabag pero, pese a no poder situarse en un mismo escalón, Vergüenza tarda muy poco en encontrar una personalidad e identidades propias con las que trabajar a lo largo de una solvente pero mejorable primera temporada.

Mucha culpa de todo lo bueno que pasa en pantalla, evidentemente, la tiene la dupla protagonista y, especialmente, Javier Gutiérrez. Su personaje, que recuerda por momentos al José Luís de Los Serrano, tiene bastante más peso en la ficción, más tiempo en pantalla y suele ser el centro de casi todos los momentos incómodos mientras que, por su parte, la Nuria de Malena Alterio suele funcionar como contrapunto medianamente cabal y digno en las situaciones más esperpénticas. Ayudan mucho al conjunto, faltaría más, el incómodo suegro que encarna Miguel Rellán o el tierno y cinéfilo pánfilo al que da vida Vito Sanz. Pocas, mínimas, las pegas que ponerle a Vergüenza a nivel actoral.

Cierto es, para ser justos, que el desarrollo y las relaciones que se entablan con algunos de ellos se sienten atropellados, faltos de coherencia y terminan chirriando como pasa, por ejemplo, con casi todo lo relacionado con la compañera de trabajo de Nuria. ¿Pero hay algo más allá de la grima social y el patetismo descacharrante de escenas como las clases de inglés, la cata de vinos o las sesiones de fotos de bodas y comuniones? En este caso, como suele ser costumbre en la corriente cómica de los últimos años, bajo el esperpento y la continua incomodidad subyacen tramas eminentemente dramáticas como la no aceptación de uno mismo, los sueños frustrados o ciertos problemas de pareja como las dificultades para tener hijos.

Pero, merece la pena recalcarlo, el objetivo último y lo que supone el grueso de la serie es la búsqueda del sentimiento de vergüenza ajena en el espectador. Eso mismo convierte la producción en una comedia algo atípica, lejos de ser un producto para todos los públicos, que no desencajará mandíbulas por doquier y que opta por un humor diferente, sin filtro, más ácido y centrado en incomodar al espectador; en mi caso, no fueron pocas las veces que sufrí, de un modo u otro, por los muchos y muy pronunciados ridículos de Gutiérrez y compañía. Cuando Vergüenza encuentra ese punto dulce entre un buen ritmo cómico y el muy acentuado patetismo de sus personajes, brilla con luz propia (como ocurre en el ecuador de la temporada) pero, cuando se pasa de frenada, termina perdiendo fuelle.

Al final, es quizá ese leitmotiv, el llevar las situaciones incómodas y el bochorno a los límites de lo imaginable (e incluso lógico), lo que quizá deriva en falta de sorpresas a largo plazo y cierta sensación de previsibilidad en muchas escenas y momentos. Mi gran problema, casi siempre, es que el guión recurre a comportamientos muy poco naturales y totalmente carentes de sentido común para poder alargar y explotar el bochorno constante en el que se sume la ficción: un gran y tempranero ejemplo de este problema es la trama relacionada con la ventana del baño de los protagonistas; que de algo tan absurdo nazca una subtrama que se estira durante toda la temporada es muy sintomático.

Antes de acabar, cabe recalcar que se agradecen los riesgos que una cadena de pago, ajena en cierto modo a los datos de audiencia, puede permitirse tomar y que sientan tan bien a la ficción: Vergüenza es una comedia de apenas 30 minutos de duración por capítulo y 10 episodios por temporada en un momento en el que sus coetáneas emitidas en canales públicos y privados, en su lucha por el prime time, ofrecen temporadas de más de quince capítulos a razón de hora y media de duración. Menos imposiciones para los autores, más intensidad y mejor ritmo. Además, desde el plano puramente técnico, a nivel fotográfico, compositivo y de producción, Vergüenza juega en la liga del cine. Al final, en su conjunto, el trabajo de Fernández-Armero y Cavestany no es siempre perfecto pero merece, sin duda, la atención de cualquier aficionado a la comedia.