El Homo neanderthalensis, ese primo lejano de los humanos que convivió con nosotros durante varios milenios, siempre ha causado una justa fascinación. Eran más fuertes que nosotros, más duros y su cerebro era más grande. Aun así, desaparecieron y nosotros seguimos aquí. ¿Por qué razón? Para comprender mejor su naturaleza y, en última instancia, la nuestra, un ejército de investigadores trabajan con huesos y restos olvidados milenios atrás. Ahora, un grupo de científicos ha descifrado los secretos que guarda un antiguo cráneo infantil. Entre ellos se encuentra un hecho sorprendente: su desarrollo cerebral podría haber sido más largo en el tiempo que el nuestro. Eso podría explicar por qué su masas cerebrales eran mayores en tamaño.

El misterio del gran cerebro

Una de las cuestiones más fascinantes de los neandertales es el hecho de que su cerebro era más grande que el de los Homo sapiens. Tener un cerebro más grande no supone ser más inteligente o tener más capacidades cognitivas, pero en unos primates tan similares a nuestra propia especie, este cambio resulta fundamental. ¿Tenían los neandertales más capacidad intelectual que nosotros? Este hecho es muy difícil de saber. Por otra parte, tampoco sabemos cómo adquirieron, evolutivamente hablando, este cerebro. Los neandertales se parecían muchísimo a nosotros. Tanto que en ocasiones llegamos a convivir e, incluso, a reproducirnos juntos. Sin embargo, su especie desapareció y, con ella, sus enormes cerebros.

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A día de hoy, los misterios en torno a sus grandes cabezas siguen en pie. Mientras tanto, algunos investigadores como Antonio Rosas y Luis Ríos, junto a su equipo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC, han conseguido arrancar una esquirla de información que ayudará a esclarecer su origen. Gracias a unos restos especialmente bien conservados en El Sidrón, Asturias, acaban de publicar un artículo que servirá para desarrollar nuevas hipótesis sobre la evolución de nuestros primos. Y es que todavía seguimos tratando de descubrir las diferencias y similitudes que existen entre su especie y la nuestra con el fin de poder completar el puzle de nuestro propio origen. Por eso, ¿qué puede enseñarnos un niño neandertal de siete años?

Comparando un niño neandertal con uno humano

Enterrados entre el verde húmedo de la profunda Asturias hay una cueva grande, inquietante y llena de recovecos. A día de hoy podemos ver luz en ella. En su interior los cables, andamios, tablas, bolsas y herramientas recorren sus entrañas. Petrificados en su interior se encontraban los restos de J1, el niño neandertal que esperaba para susurrarnos sus secretos. Gracias al trabajo del equipo de Rosas y Ríos, ahora sabemos que este niño tenía unos siete, casi ocho, años. Lo sabemos porque en su mandíbula hay restos de dientes recién salidos, de adulto y restos de dientes de leche. También lo han descubierto gracias a sus huesos, los cuales presentan varias curiosidades. Sus vértebras, por ejemplo, no han terminado de fusionarse, algo que en un niño humano habría ocurrido entre los cuatro y los seis años. “Hemos podido estudiar el crecimiento y la maduración de diferentes estructuras anatómicas”, explica Antonio Rosas, uno de los principales investigadores del estudio. “Hemos estudiado el desarrollo dental, algo importantísimo en humanos y primates para establecer su edad, de individuo en años o incluso semanas y días”.

Cueva de El Sidrón, donde se halló la mejor colección de huesos de Neardentales de la Península Ibérica. Fuente: Joan Costa

“Y con todo este trabajo, hemos podido comparar el estadio de desarrollo con otros sistemas anatómicos distintos. "Nos planteamos una cuestión muy sencilla ¿cómo crecían los neandertales en comparación con los humanos modernos?", explica Luis Ríos, otro de los directores de la investigación. "Nuestra hipótesis nos llevó a usar una metodología de análisis similar a la que emplearíamos con un niño moderno, mediante el estudio de los dientes". Un punto verdaderamente interesante está en su cerebro. El hecho de que su cerebro hubiese alcanzado, con siete años, algo más del 87% de su peso en adultos es muy importante. "Una de las diferencias más notables", resaltaba Antonio Rosas, "es que este individuo todavía no había desarrollado del todo su cerebro, tal y como muestran diversas señales en sus huesos y su cráneo". A diferencia de los neandertales, los seres humanos alcanzamos a esa edad un 95% de desarrollo, dejando el cerebro prácticamente listo para terminar de afianzarse. ¿Qué quiere decir todo esto? Los investigadores aprovecharon para analizar los detalles más íntimos de J1, encontrando una información de valor incalculable en sus huesos, su desarrollo y las idas y venidas que tenía el cuerpo de este jovencito, 49.000 años atrás. Gracias a esto, tal vez algún día sepamos mucho más sobre nuestro origen.

"En principio, un niño de seis años neandertal sería como un niño de seis años humano”, explica el catedrático y experto en antropología forense, Miguel Botella López, para Hipertextual. “No habría muchas diferencias. Unos serían más grandes y otros más pequeños debido a la variabilidad propia de las especies, y así ocurre con otras características de los individuos”. Con estas palabras, el catedrático expresa una idea importante: hallazgos como este son imprescindibles, pero no se puede generalizar a partir de un sólo individuo. “Esta investigación aporta su propio grano de arena más al conocimiento que estamos acumulando sobre los neandertales y la evolución humana en tiempos pasados”. En palabras del experto, entender las diferencias de esta especie antigua con el humano moderno tiene interés para poder comprender nuestra propia evolución.

Neandertales: tan parecidos y tan distintos

Para entender los resultados de este estudio, hay que resaltar que la antropología trata de completar un puzle que empezó, probablemente, hace millones de años. Como ocurre con los rompecabezas, buscamos piezas que encajen en las imágenes que vamos conformando. Y estas imágenes dejan al descubierto nuevos "dientes" que apuntan a otras piezas que encajar. Así, una sola figura no nos dice nada, pero cientos o miles de ellas van creando una imagen global de la historia de la humanidad. En esta ocasión los resultados, según explican los investigadores, apuntan a que estas diferencias entre los niños neandertales y los niños humanos no se deben tanto a una verdadera diferencia en el ritmo de desarrollo como a una diferencia en su fisiología. "Es importante resaltar que a pesar de esta variación [fisiológica] entre el crecimiento y la maduración que hemos encontrado, no hemos detectado ninguna diferencia de desarrollo entre los neandertales juveniles y los humanos", explica Luis.

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Antonio Rosas, uno de los autores principales, junto a los restos de J1. Fuente: Grupo de Paleoantropología / MNCN-CSIC

“A veces exageramos las diferencias entre neandertales y humanos, que, ciertamente, no eran tan acusadas” explica el catedrático. Esto nos sirve para hacer comparaciones pertinentes en la evolución de ambas especies. Aun así, hay que andar con pies de plomo. Las investigaciones de este tipo, aunque esclarecedoras, son parte de un conjunto mucho mayor de descubrimientos. “Hay que tener en cuenta que hablamos de un solo individuo y no podemos extrapolar a la generalidad a la ligera”. Pero ¿y si nos encontráramos ante un individuo "anormal", y si J1 hubiese sido un joven neandertal diferente? "Nos hicimos esta pregunta al comienzo del estudio. Sin embargo, no hemos encontrado ninguna evidencia que nos haga pensar que este individuo era distinto al resto de neandertales", explica Antonio.Sin embargo, hay que entender que no se puede esperar que J1 sea el ejemplo perfecto de un neandertal de siete años. Lo que no le quita ni un ápice de importantancia. Esta investigación, explica Miguel Botella, servirá para buscar y comparar con otros restos neandertales en el camino para entender más sobre su historia y su desarrollo.

A pesar que la fusión de ciertas vértebras, tal y como muestran los datos, ocurre aproximadamente unos dos años más tarde que en los humanos, estas variaciones podrían deberse no a una velocidad de desarrollo distinta sino a pequeños cambios relacionados con su fisiología del paso de niños a adolescentes. Una de las cuestiones más interesantes, señalan en el artículo, es que el patrón de desarrollo neuronal exhibe cierto grado de modularidad relativo al crecimiento de los dientes, algo típico en gorilas. Esto, sencillamente, es un nuevo diente más en el puzle que nos permitirá saber qué nueva pieza hay que encajar ahora. El conjunto final de esta parte del rompecabezas nos permitirá saber más sobre nuestra evolución, algo que conocemos como nuestra historia filogenética, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

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