Una de las preguntas más recurrentes en el mundo financiero actual es la de cuándo le llegará su última hora al dinero en efectivo. Una cuestión que se creía imposible hasta hace unos años, ahora mismo supone una completa realidad. Dispositivos electrónicos, la necesidad de que todo proceso sea rápido y sencillo, un aumento de la seguridad, smartphones y una evolución en la digitalización de la banca han ayudado a un progresivo, aunque lento, proceso de cambio. Se podría decir que, poco a poco, el dinero en efectivo importa menos a la sociedad.

Un cambio en el que se ponen en juego cuestiones políticas y sociales, en las que los gobiernos de las diferentes geografías empujan al dinero en efectivo al abismo y los usuarios se debaten entre abandonar los ahorros en cash o no.

De media global, de momento, el 85% de las operaciones siguen haciéndose con dinero en efectivoManejar cifras globales es algo complejo, pero tomando el ejemplo de la Reserva Federal de Estados Unidos, en 2010 sólo existían 60.000 millones de dólares en operaciones sin dinero en efectivo. 2016 cerrará sus cuentas con 616.900 millones de dólares. Es decir, en escasos seis años la cifra se ha multiplicado exponencialmente. Pero en cualquier caso, el trabajo que queda por delante se presenta arduo y complejo. Junto con China, Norteamérica, y más concretamente Estados Unidos, es la región que más han evolucionado en lo que a dejar el dinero al mundo digital se refiere. Una mayor penetración de los sistemas electrónicos, acompañados de un gran poder de la banca en todos los sesgos sociales (lo que implica una educación financiera casi total), han permitido que su expansión haya estado muy por encima de la media.

En Europa, continente de los contrastes, ocurre una situación curiosa. Países como Reino Unido, cuna de uno de los más desarrollados sistemas fintech y apoyado por una de las legislaciones más disruptivas en este sentido, cuentan con una implantación superior al 52% en el uso de pagos digitales. Superado, incluso, por Francia (59%), Suiza (59%) o Bélgica (56%). Y en el otro lado de la balanza tenemos a regiones como la alemana, que no llega al 33%, dejando la muestra de que la sociedad germana de momento no es demasiado amiga de olvidarse del efectivo.

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En un salto hacia Latinoamérica, nos encontramos con una situación mayoritaria de dependencia de los montantes en efectivo. Brasil, con una mayor tradición innovadora, se encuentra entorno al 15%. Como sucede con la inversión y potenciación de las figuras emprendedoras, este país junto con México -con un 4%- están por encima de la media local. A mayor integración de las startups, emprendedores y arraigo del fintech, menos dinero en efectivo.

¿Y África? En este continente ocurre uno de los casos más curiosos. Con sólo un 1% de penetración de los pagos digitales, hay un país que se lleva todos los honores. Kenia, según el Banco Mundial, es uno de los líderes mundiales en pagos digitales, en un proceso en el que por la necesidad de las circunstancias sociales, este tipo de pagos ha triunfado sobre el resto.

En la frontera entre el crédito y el débito

Una vez superada la cuestión de los usos de las tarjetas vs. efectivo, llega otro de los dilemas de la sociedad. El uso de los diferentes tipos de tarjetas en las que se incluyen las de crédito y débito es un componente diferenciador en lo que al apartado ahorro se refiere.

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Por norma general, el total mundial tiene más de un 90% de preferencia por el uso de sus ahorros para los gastos, es decir, tarjetas de débito. China, un país tradicionalmente ligado a la cultura del ahorro a largo plazo se lleva todos los honores.

En el lugar contrario nos encontramos a Estados Unidos que, debido a una arraigada cultura social, la preferencia por el crédito está por encima del concepto ahorro. Cuestión directamente relacionada con el uso del dinero en efectivo: cuanto más crédito, menos efectivo.

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