La amenaza terrorista ha vuelto a Europa. Lo ha hecho atacando París, la capital que enarboló la libertad, la igualdad y la fraternidad como bandera. Han asesinado a 130 personas. Pero también han ido contra el corazón del viejo continente, convertido en un oasis en medio de un mar lleno de conflicto, horror y miseria.
El principal objetivo del DAESH es instaurar un Califato universal. Pero también inocular el virus del miedo en las sociedades occidentales
La guerra en Siria y en Irak han acabado estallando en nuestra cara. Los terroristas del DAESH han querido infundirnos miedo. Lo han logrado convirtiendo nuestras actividades más cotidianas en terroríficas. Ir a un concierto, ver un partido de fútbol, salir a cenar. El horror se convierte en pánico al pensar que los 130 fallecidos podríamos ser nosotros mismos. El autoproclamado como Estado Islámico nos ha hecho daño. Mucho daño. Demasiado. Ha conseguido inocularnos el virus del miedo mediante cuidadas y horribles campañas mediáticas, con vídeos de decapitaciones y secuestros, además de una intensa actividad en redes sociales. En cierta manera, ha vencido.
Pero el problema no es (solo) DAESH. Aunque nos aterrorice pensar que son capaces de colar bombas en Alemania, infiltrarse en Suecia, organizarse en Bélgica o convertirse en Barcelona. El grupo terrorista forma parte de un movimiento yihadista más grande. DAESH, Frente Al-Nusra, Al-Qaeda, Boko Haram. Distintas partes de lo mismo. Una corriente que se nutre de la interpretación radical y extremista del Islam. Pero el fin del autoproclamado como Estado Islámico es diferente. Su gran objetivo es crear un Califato universal. Por eso es importante interpretarlo como una parte del todo, que surge fruto de las tensiones religiosas y geopolíticas de la zona y se refuerza con una guerra en Siria que dura ya cuatro años, en la que los diferentes bandos han cometido crímenes de lesa humanidad apoyados y/o enfrentados a países como Rusia, Irán, Estados Unidos, Arabia Saudí, Turquía o Israel. Conflicto que, no olvidemos, ha provocado 200.000 muertos y 2 millones de desplazados desde marzo de 2011, según la ONU.
Un conflicto alimentado además por las armas de Rusia, Irán, Turquía, Egipto o Francia, a pesar de los intentos de bloqueo de comercio por la ONU, frustrado por la propia Siria, Irán o Corea del Norte. La religión, las armas, los intereses sobre los pozos petrolíferos y el control del agua en la zona no hacen sino regar una semilla diabólica. Que además cuenta con financiación diversa. **Naciones Unidas aprobó una resolución en 2014 en la que acusaba a individuos de origen saudí, kuwaití, argelino e iraquí de apoyar al ISIS.** La organización terrorista se financia además con instrumentos como el petróleo, el comercio de antigüedades, los impuestos y extorsiones, la agricultura, los rescates de los secuestros o las donaciones.DAESH se financiaba, según la ONU, gracias a individuos de Arabia Saudí, Kuwait, Argelia e Iraq
Los tentáculos que extiende DAESH no surgen fruto del azar. No son locos. Tampoco tienen miedo de inmolarse ni de morir. Ideas que a cualquiera de nosotros le aterrorizarían, pero que ellos asumen de buen grado bajo el concepto de "dar la vida a Alá". La radicalización de individuos nacidos en el continente europeo también nos alarma. Es difícil entender esta conversión, que se nutre de ideas religiosas de tipo extremista, pero que además se alimentan de un componente social, emocional e histórico especialmente importante en Francia. Revertir esta radicalización debería ser un objetivo clave de las potencias europeas. Desactivar las células del DAESH en nuestras calles, en nuestros barrios.
Y hacerlo también en el territorio donde nace DAESH. Hay expertos en Derecho internacional que apuntan que solo es posible hacerlo mediante una coalición internacional contra las facciones yihadistas. No solo el Estado Islámico. Porque no lo olvidemos, no es únicamente el ISIS. Según recogía *New York Times*, Boko Haram ha matado a más personas que el propio DAESH. Diferentes grupos, distintas regiones, mismas raíces. Un problema complejo de difícil solución, que nace en Oriente, se refuerza en Europa y se extiende en África, como demuestra el secuestro de un hotel en Mali hoy mismo.
El problema es más complejo de lo que parece. Los atentados de París no son únicamente un ataque contra las libertades y los derechos fundamentales. También son un síntoma. Un signo que enseña que la pasividad en la guerra de Siria y la inestabilidad en la región -también, con la invasión de Irak- nutren el problema. Un problema llamado yihadismo, contra el que la reacción internacional ha de ser firme. Pero no se trata solo de impulsar bombardeos en legítima defensa. Lo explica también Martín Ortega, especialista en Derecho Internacional Público de la Universidad Complutense de Madrid. "O exportamos estabilidad o importamos inestabilidad", señala.
Quizás el ejemplo de España tras los atentados del 11-M sirva. La solución no debe ser únicamente militar. Reforzar la lucha contra el terrorismo, en la que nuestro país tiene por desgracia una triste experiencia, consiste también en mejorar la cooperación internacional entre las fuerzas de seguridad y los países implicados. Desactivar sus células aquí y allá, en cualquier lugar donde el yihadismo extienda sus tentáculos. Hace una semana en París, hoy por desgracia también en Mali.