El mundo de la informática se quedó sin uno de sus exponentes más brillantes. Creía como pocos en la fuerza de la computación personal. Entendía que había que lograr dispositivos para las masas y no para las clases. Supo del valor de la conjunción del arte y la tecnología, y siempre dispuso que sus computadoras brindaran grandes herramientas a los usuarios para que éstos superaran las capacidades de creación. Tuvo la visión de futuro que faltaba en la industria, y por eso, podríamos decir, fue despedido hasta de su propia empresa. No hablamos precisamente de Steve Jobs (aunque bien podría haber sido). Sino de otro grande que acaba de morir: Jack Tramiel, el creador de la Commodore 64.

Tramiel fue un visionario polaco con grandes sufrimientos tras sus espaldas. Fue sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz (junto a 60 compañeros, cuando habían entrado 10.000 ciudadanos judíos en el mismo tren), por lo que las batallas que tendría que emprender en la dura industria de la computación de los 80 le parecían juegos de niños comparados a las pesadillas que vivió de adolescente. No tardó en emigrar a Norte América para iniciarse en el mundo de las máquinas de escribir, ya que durante los años de la Guerra había aprendido el oficio de arreglar las viejas Remington.

Con un talento especial para los negocios, logró fundar en 1955 la Commodore Business Machines en Toronto, con relativo éxito. Pero entendió antes que muchos de sus colegas, que había que transformarse para sobrevivir. Por eso, decidió dejar atrás las viejas teclas y las cintas entintadas para abordar el incipiente mundo de las calculadoras electrónicas. Estudió al detalle los métodos de fabricación de las grandes marcas japonesas y dispuso todas sus energía para ganarle la pulseada a su rival, Texas Instuments. ¿Por qué tanto encono contra TI? Porque la empresa sureña, al comienzo, fue un proveedor de chips para Commodore, pero cuando lanzó sus propias calculadoras bajó los precios de las máquinas y casi deja en la quiebra a Tramiel, lo que enfureció al empresario polaco. Quería venganza. No lo lograría en el terreno de las calculadoras, pero insistiría con el correr de los años.

Aprendió de la experiencia. Creía, como Steve Jobs, que la manera de superar las batallas era controlando todo el proceso, por eso decidió comprar MOS Technologies en 1976, y así poder dotar a sus equipos de procesadores propios. Chuck Peddle, que venía de MOS, lo terminó de convencer de iniciarse en un rubro que parecía aún más desafiante: las computadoras. No dudó en volver a transformar su empresa y enfilarse hacia el futuro.

Tramiel acostumbraba a estudiar muy bien a la competencia. De hecho, antes de lanzar la computadora PET -la primera de una saga exitosa-, el ex reparador de máquinas de escribir envió emisarios hasta el mítico garaje donde trabajaban Steve Jobs y Steve Wozniak. Allí, les ofreció comprarle el prototipo de la que sería la Apple I, y además, un contrato para que el dúo dinámico trabajasen para él. Jobs estaba entusiasmado con la idea, pero finalmente Commodore dio marcha atrás a la propuesta, decidiéndose por sus propios prototipos. ¿Qué hubiese pasado si Tramiel contrataba a los Steve? ¿Hubiera ocupado Commodore el lugar de privilegio que hoy ostenta la Manzana?

PET, VIC-20 y fundamentalmente la Commodore 64 fueron protagonistas de la era de oro de los ordenadores hogareños en los tempranos 80.

La estrategia de Tramiel fue maximizar todos los recursos y bajar los precios de las computadoras de la manera más agresiva posible. Con esa táctica, le hizo besar la lona a Texas Instruments, finalmente, quien se retiró del rubro. Ahora debía enfrentar la madre de todas las batallas: ir contra IBM y contra Apple y su sorprendente Apple II, aquella que no pudo comprar en la etapa embrionaria.

Tramiel sabía que tenía un producto entre manos, al que no le hacían sombra estos gigantes. Y lanzó una campaña mediática que posicionaba a su joya de 64k como el equipo ideal, ya que reunía lo mejor de sus rivales: gran catálogo, potencia gráfica, buen precio.

Mal no le fue. De hecho, la Commodore 64 se vendió mejor que la Apple II. Hay otra curiosidad: el primer éxito de Jobs y Wozniak usaban el microprocesador 6502, un chip fabricado por una división de Commodore.

En el fragor de esa batalla, Tramiel estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo. Aún a costa de la rentabilidad de su empresa. Pero sus accionistas decidieron no acompañarlo y lo terminaron "empujando" de su propia compañía. Cualquier similitud con lo que sucedió en Apple a mediados de los 80, ¿es pura coincidencia?

Entonces el hombre de Europa del Este decidió empezar de nuevo y abocarse al mundo de los videojuegos, en Atari, siendo el capitán de esa nave durante los años venideros. No tuvo suerte. Tal vez la Atari ST sea su más recordada "creación" (1985), pero, luego, el fracaso de la Atari Lynx frente a la GameBoy sellaría su salida de esa empresa y de la industria toda.

Murió a los 83 años, recordado apenas por algunos artículos menores en los diarios. Sin embargo, gran parte de la industria de la computación y del entretenimiento de hoy se la debemos a un hombre que siempre interpuso la visión, el coraje y la creatividad a cualquier otra variable en ciernes.

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