En La asistenta, de Netflix, la vida real tiene un aspecto claro, diáfano y extrañamente hostil. La combinación hace de la historia algo más que una reflexión sobre la pobreza, la desigualdad social y el miedo al futuro. La historia es mucho más que la enésima crítica sobre el desamparo cultural y la crueldad de un sistema caníbal. Uno de los grandes triunfos del argumento es contar la vida de una mujer común. Una que enfrenta circunstancias que afectan a millones de hombres y mujeres en una situación semejante. 

Uno de los mayores logros de La asistenta es ser un relato íntimo en lugar que el reflejo genérico de una situación más amplia. Su argumento es un recorrido por el sufrimiento invisible que se sustenta sobre la capacidad del guion para narrar de manera sencilla el desamparo. La serie de Netflix, basada en el libro de Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive de Stephanie Land es descarnada. 

También es cuidadosa al momento de elaborar una perspectiva nueva de un tema que con facilidad puede convertirse en un cliché. La serie evita con cuidado lugares comunes y, aunque es inevitable que conduzca a varios, también es consciente del peso de la historia que cuenta. Las vivencias de Alex (Margaret Qualley) y su hija Maddy (Rylea Nevaeh Whittet) mientras atraviesan la pobreza son narradas desde cierta dignidad estoica. A diferencia de otros tantos relatos parecidos no hay énfasis en la morbosidad o una disección de la carencia. La asistenta recorre el desarraigo, la violencia sistemática y la percepción sobre el individuo aplastado bajo el peso de las carencias. 

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Todo sin perder su humanidad, una generosa mirada sobre sus personajes e incluso destellos de humor irónico que evitan el argumento se haga demasiado oscuro. El show tiene la firme convicción de elaborar un sentido sobre la pérdida de la individualidad en medio de la pobreza como un ciclo. Pero no define a sus personajes a través de los riesgos que toma o el sufrimiento que acarrea. Si en algo destaca La asistenta es por su delicadeza al momento de mirar con atención a Alex, sus decisiones y equívocos. 

Poco a poco, la historia que comienza con una escena de violencia se convierte en la búsqueda de algo más enaltecedor. Y lo que podría ser una radiografía despiadada y pornográfica de un espiral de desgracias personales se transforma en una reflexión sobre algo más. La asistenta tiene el curioso método de no explotar el dolor y el sufrimiento en favor de la espectacularidad. Al contrario: ofrece una rara dignidad a sus personajes y ese es uno de sus mayores méritos. 

La historia de la vida de una mujer que podría ser cualquiera

La asistenta tiene la curiosa capacidad de recordar que proviene de una historia real sin recurrir a la premisa para reafirmar lo que narra. En sus diez capítulos, las vicisitudes de Alex y Maddy se analizan como experiencias y se humanizan como vivencias. 

Pero también se profundizan como situaciones de considerable envergadura en la vida contemporánea. Alex, desempleada y sola, se enfrenta con la pobreza pero sobre todo a la desesperanza. Lo hace en un país que batalla con sus diferencias sociales desde lo legal, pero pocas veces a través de lo cultural.

O esa es la visión de la serie. El personaje, devastado por el miedo y el abandono enfrenta la disyuntiva de sobrevivir y conservar la dignidad. Una noción borrosa y poco estructurada sobre lo que aspira para el futuro. Si en el libro, el testimonio de Land es conmovedor y sentido, en su adaptación es directo y elocuente. No se trata de una larga descripción sobre la desgracia, sino de un recorrido pesimista sobre la caída del sueño moderno de la prosperidad. 

Alex se enfrenta al hecho de la precariedad de su situación económica desde la necesidad de confrontar su propia vida y experiencias. Como si de una trampa voraz se tratara, debe lidiar con las exigencias de la vida diaria —la manutención de una niña pequeña, cubrir los gastos básicos— con el hecho de la supervivencia. 

El guion tiene especial cuidado en no construir una épica sobre la desgracia, sino en mostrar el esfuerzo de la reivindicación de los ideales. Una sutileza que La asistenta toma como punto central de la narración. El argumento lidia con la percepción de quienes le rodean de la derrota social.

En más de una ocasión, la serie de Netflix muestra el filo del prejuicio desde una contención abrumadora de su peso. Alex se mira a sí misma desde la perpetua sensación de degradación; como si el ciclo de obtener dinero solo para gastarlo casi de inmediato, le arroja a una sensación de orfandad social. Alex no encuentra recursos ni medios para superar su situación. De hecho se hace cada vez más dura de asimilar.

Pero La asistenta no utiliza el recurso sencillo de una disección de las desgracias cotidianas. En lugar de eso, la serie de Netflix tiene especial interés en mostrar la determinación de Alex por avanzar hacia otro lugar de su vida. El argumento no ofrece respuestas sencillas o idílicas sobre la pobreza o las diferencias sociales. Al contrario, muestra lo que puede y deja al espectador la última palabra. 

'La asistenta', el poder de la voluntad

Frustrante, angustiosa y extrañamente poderosa, La asistenta basa su capacidad para conmover en su franqueza. Para la serie, la precariedad es un hecho espiritual. Su, en apariencia,  interminable descripción sobre las carencias, es también una forma de describir la desigualdad. Hacerlo además, desde un ángulo duro y brutal que pocas veces se toca.

Y a pesar que la serie no logra llegar a la dureza del libro, si conserva su capacidad para desconcertar y sorprender. Con una trama en apariencia sencilla, La asistenta es un recorrido incómodo por lo contemporáneo. Por las historias más crueles en toda su simplicidad y llaneza. El punto más alto de un argumento que pudo recurrir a la lástima, pero decidió brindar dignidad a una mirada abrumadora sobre la carencia. 

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