Milagro Azul, lo nuevo de las películas de Netflix dirigida por Julio Quintana, tiene el tono sentido de un drama familiar al uso, pero con muy poca originalidad. Y ese es un punto débil que se muestra muy pronto. Desde las primeras secuencias no cabe duda sobre lo que ocurrirá y el reto que tendrá que enfrentar el guion para hacerlo atractivo. Sin embargo, y pese a todo, en pocas horas ya es número uno en el ranking de películas más vistas de la plataforma.

Una competición imposible, el trabajo en equipo, un triunfo inesperado contra un arrogante contrincante. ¿Cuántas veces puede contarse la misma historia sin caer en clichés? Quintana hace un buen intento de relatar un argumento sobre la superación cargado de buenas intenciones, pero sin la habilidad suficiente para hacerla novedosa. 

No se trata de que el director no lo intente en esta película de Netflix. La historia de un grupo de niños marginados que intentan triunfar en una reñida competición de pesca es la quintaesencia del cine bien intencionado. Y quizás, debido a eso, arrastra todos los giros argumentales que definen a un subgénero casi familiar. Pero Quintana se esfuerza por dotar a sus personajes de vitalidad y a la trama de cierto aire agridulce. El resultado es una combinación del entusiasmo de cualquier film basado en la esperanza, y también en el recorrido por el crecimiento espiritual. No obstante, el guion no puede superar su condición de film destinado a conmover.

El grupo de niños desposeídos que deberán unir fuerzas por una causa común, noble y enaltecedora, cumple con todos los tropos del drama

Se trata de una combinación que por momentos resulta incómoda. Basada en una historia real, el argumento tiene el potencial para desligarse de la sensación de la búsqueda del propósito para lograr algo más integral. El grupo de niños desposeídos que deberán unir fuerzas por una causa común, noble y enaltecedora, cumple con todos los tropos del drama. 

Desde el dolor por la pérdida, hasta los inevitables traumas por la pobreza y situaciones que atraviesan sus personajes, Milagro Azul trata de ser inspiradora. Lo es por momentos, y en especial cuando olvida que debe dar un mensaje. Los mejores momentos del guion de Quintana son los más enfocados en la forma en que sus personajes muestran su humanidad. 

Pero la necesidad de dejar claro que esta es una película en la que el bien triunfa genera un cierto aire moral incómodo. Una y otra vez, Milagro Azul recurre a la percepción de la pobreza, el abandono y la inquietud por el futuro para plantear la historia general. Y es esa incapacidad de dotar de vitalidad al argumento central  uno de los problemas fundamentales del largometraje.

'Milagro Azul': al mar en busca de la esperanza 

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Las relaciones entre niños problemáticos y adultos que recuperan su fe gracias a ellos abundan en el cine. Sobre todo en la actualidad, en la que fenómenos de moderado éxito como McFarland, USA (2015) han explorado la idea desde cierto espectro ingenioso. 

No obstante, Milagro Azul no lo hace. El director parece más interesado en mostrar un cierto aire heróico en un recorrido genérico por una historia tópica. Además, los grandes clichés de dramas similares son más visibles que nunca, a la manera de un sermón moralista muy evidente. 

Omar (Jimmy Gonzáles) encarna a un hombre con un pasado doloroso, que debe enfrentar su propios dolores y un pecados por el bienestar de los niños a su cuidado. Por supuesto, la condición de salvador a regañadientes tiene un tono artificial que resulta la mayoría de las veces incómodo.

El mar como último recurso de esta película

El torneo de pesca de Bisbee se convierte entonces en la posibilidad de salvar al refugio que Omar regenta y también motivo impulsor de la trama de esta película de Netflix. No hay un punto intermedio entre la reflexión sobre los dolores de la pobreza y la exclusión y la noción sobre el triunfo. 

Mucho menos cuando se decide que Wade (Dennis Quaid) es el hombre que deberá sostener este viaje accidentado hacia el triunfo. Quintana maneja como puede la idea de esta metáfora del tránsito hacia la reconciliación interior. Pero lo hace con tan poco tino que toda su intención de mostrar la fortaleza de un frente unido por una meta noble decae de inmediato. 

En lugar de eso, la película tiene verdaderos problemas para resolver la mirada sobre el bien y el mal, la responsabilidad y la moral. En una incómoda complicidad Omar, Wade y los niños luchan para triunfar sin que el objetivo sea claro o peor aun, los medios para hacerlo creíble. 

Se echa de menos un poco de más audacia y personalidad

Milagro Azul está llena de una fotografía que enfatiza el mar — y los tonos azules — como metáfora de la transición. Lo hace a través de la dirección de Santiago Benet Mari, que brinda a la película sus momentos visuales más luminosos y radiantes. Pero el apartado visual tiene un tono grandilocuente en comparación al guion, que es incapaz de sostener esa noción sobre el océano como escenario.

Para sus últimas secuencias — y cuando ya es evidente el resultado de la gesta épica en miniatura — Milagro Azul jugó sus mejores cartas argumentales. Lo hizo sin ningún acierto, tampoco entusiasmo y con un resultado irregular que resulta decepcionante. Se echa de menos un poco de más audacia y personalidad. El punto más decepcionante de una película de Netflix que pudo ser mejor de lo que es. 

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