No hables con extraños enfrenta, de entrada, un reto. El de superar o igualar, a la versión original, un clásico del terror contemporáneo. Mucho más, que se le considera una de las películas más incómodas y duras de la última década. Por lo que este remake a cargo de James Watkins, tiene una doble responsabilidad. La de tener su propia personalidad y alcanzar, la misma atmósfera malsana de su predecesora. Al otro extremo, explorar en una nueva visión de la historia, para no resultar una copia sin personalidad o en el peor de los casos, una cinta que solo se limita a contar lo conocido.
La película no hace ninguna de las dos cosas. Y si algo se lamenta, es la sensación constante que pudo ser mucho mejor. En especial, porque todos los elementos están en su guion además, la producción cuenta con un elenco competente. Ben (Scoot McNairy) y Louise Dalton (Makenzie Davis) son un matrimonio norteamericano que, ahora, vive en la sofisticada Londres. Lo que les hace luchar contra la sensación de aislamiento, de vivir en una ciudad que no conocen y mucho más, superar la sensación de no entender bien su entorno. Por lo que recorrer la soleada Italia, les permite la excusa perfecta para tratar de conectar con la cultura europea, que la cinta narra como extravagante o en el mejor de los casos incomprensibles.
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No hables con extraños
No hables con extraños tiene el complicado reto de sostener una atmósfera dura y además, hacerse incómoda por giros sutiles de guion. Pero James Watkins que dirige y escribe, no lo logra y la película se vuelve predecible desde su tedioso primer tramo.
De hecho, buena parte del tramo inicial de No hables con extraños, parece enfocarse demasiado y con notoria torpeza, en dejar claro que Ben y Louise, no logran sentirse cómodos en ningún lugar. Una sensación que trasladan a su hija de once años, Agnes (Alix West Lefler). El interés del guion — que también escribe el director — es demostrar que la pequeña familia desea encontrar un hogar. O al menos, convertir a toda la experiencia de viajar a un continente distinto en algo provechoso. Aunque la intención es interesante, la cinta pierde demasiado tiempo y en especial atmósfera, en el aire optimista de sus personajes. Mucho más, cuando de inmediato, hay un giro a la oscuridad que se siente brusco e innecesario. Y en el peor de los casos artificial.
Un relato de terror insípido
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En medio de la travesía italiana, Los Dalton conoce a una familia británica, despreocupada y feliz. Paddy (James McAvoy), Ciara (Aisling Franciosi) y su pequeño hijo Ant (Dan Hough) parecen ser felices y estar más allá de las preocupaciones de Ben y Louise. Tanto, como para que pasen por alto comportamiento directamente grosero o incómodo. La premisa de desconocidos tratando de congeniar entre sí, puede ser incómoda y de hecho, buena parte del peso de la trama de la cinta, se basa en esa sutileza. O debería basarse, en cualquier caso.
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El director y guionista parece carecer de la suficiente habilidad para lograr que esa sensación se convierta en algo más pernicioso o malvado. De hecho, se echa de menos que No hables con extraños sea incapaz de profundizar en sus puntos más incómodos a partir de lo sutil. En lugar de eso, opta por el terror convencional y casi de inmediato, es bastante claro que la alegre familia británica esconde un secreto terrorífico. Peor aún, que ese secreto los convierte en depredadores al acecho.
Esa falta de tensión y absoluta falta de atmósfera, hace que cuando Ben y Louise acepten la invitación para pasar unas vacaciones en una casa de la campiña inglesa propiedad de Paddy, todo se vuelva absurdo. En especial, porque la película no sabe o no puede establecer el motivo por el cual es peligroso ese encuentro. Mucho menos, no logra establecer un mapa de sucesos que expliquen lo que va a ocurrir a continuación. A saber, que las aparentes felices vacaciones se convertirán en tragedia.
Nada nuevo bajo el sol en ‘No hables con extraños’
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En 2022, Christian Tafdrup dirigió Gæsterne, basada en la misma historia. Y fue más allá de cualquier límite al mostrar el horror de la naturaleza humana y la oscuridad que puede guardar en sus peores momentos. Lo que la convirtió no solo en un clásico reciente del cine de terror, sino además, en un ejemplo de cómo usar limitaciones en favor de la historia. En específico, al brindar al cine uno de los finales más brutales y despiadados que se recuerden en el género de terror de los últimos 50 años.
Claro está, toda comparación es odiosa y lo es, en la medida que la versión norteamericana de Blumhouse no necesita imitar a la original para funcionar. Lo que sí se echa en falta, es que basándose en una idea original que podía funcionar en docenas de niveles distintos — desde la locura hasta la violencia gratuita — No hables con extraños parezca descafeinada y absurda.
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Para su último tramo y convertida en una home invasion al uso, la película pierde el foco y la fuerza. Mucho más, cuando hace concesiones a todo tipo de clichés que convierten a la cinta en una sucesión de escenas sin la menor profundidad. Lo que apunta a que James Watkins carece del arrojo de Tafdrup para aterrorizar con la simple idea de la monstruosidad del ser humano. En lugar de eso, asume la simplicidad de villanos contra víctimas. El peor giro que una cinta de esta naturaleza puede ofrecer.