El MonsterVerse — al menos, su versión estadounidense — ha tenido un recorrido irregular por la pantalla grande. Con varios proyectos fallidos — incluyendo la olvidable cinta dirigida por el director Roland Emmerich — la tradicional saga Kaiju tuvo problemas para encontrar su público. Finalmente, lo hizo con la sólida Godzilla del año 2014 y dirigida por Gareth Edwards. 

La producción trajo a Hollywood los elementos esenciales del creciente universo de la franquicia. Pero a pesar de que la cinta renovó el interés en los titanes, ninguno de los argumentos que le siguieron tuvieron tanto éxito ¿El motivo? Olvidar el origen, historia y contexto de la mitología del monstruo titular. Un error grave en un conjunto de películas que ya abarca 32 en Japón y 4 en Norteamérica. 

Godzilla Minus One

Godzilla Minus One de Takashi Yamazaki, recupera lo mejor del cine de Kaiju y lo mezcla con los puntos más importantes de la tradición de Godzilla. Ambientada en Japón después de la Segunda Guerra Mundial, la película convierte al titán en una amenaza violenta, imparable y voraz, muy lejos de su benigna versión estadounidense.

Puntuación: 4 de 5.

Tal vez por ese motivo, el realizador nipón Takashi Yamazaki decidió volver a los elementos esenciales de la saga en Godzilla Minus One (2023). Lo que sorprende, por ser un riesgo visual y argumental. Los largometrajes hollywoodenses — éxitos de taquilla considerables — tienen su propia estética e historia. De manera que volver al centro de la tradición de Godzilla, que ya abarca casi 70 años, es comenzar de cero. Algo que el director logra al mezclar las premisas conocidas con un toque contemporáneo. Todo, bajo un apartado visual que asombra por ser sobrio, bien construido y sin nada de envidiar a los proyectos que le triplican en presupuesto.

Un monstruo de leyenda

Precisamente, lo que más sorprende en Godzilla Minus One, es lo mucho que puede hacer el director, con limitados recursos. A nivel narrativo, volver a los tiempos en que el monstruo prehistórico era una alegoría a la guerra nuclear, es un acierto. Desde su prólogo, el argumento deja claro que Godzilla es una bestia furiosa. Una que es imposible — al menos, por medios sencillos — y que arrasará todo a su paso. Atrás quedó el cine norteamericano de volver a la criatura un antihéroe o un villano. Aquí, el titán es una fuerza de la naturaleza que avanza en medio de la destrucción total. 

Ambientada a finales de la Segunda Guerra Mundial, los primeros minutos de la película, cuentan todo lo que hay que saber para comprender su argumento. Lo cual incluye, cómo el piloto kamikaze Koichi (Ryunosuke Kamiki) toma la dramática decisión de desertar. Lo que podría parecer un acto de supervivencia en medio de la guerra, se convierte entonces en el centro de su comportamiento y decisiones a futuro. Abrumado por la culpa y enfrentado a un monstruo, al parecer fruto de la radiación, para el personaje las opciones son pocas. Una de ellas, es cuidar de Noriko (Minami Hamabe), que intenta salvar, a su vez, la vida de un bebé desconocido. El trío avanza entre los escombros de Tokio y después, deberá morir bajo las garras implacables de Godzilla. 

La trama, aprovecha la química entre sus personajes, para convertirlos en símbolos de la ciudad bajo los escombros. Un punto que el director destaca a través de primeros planos de edificios caídos y ruinas humeantes. Es, por cierto, la misma imagen de cualquier otra cinta de Godzilla que se precie, pero esta ocasión, más acabada y mejor concebida. Takashi Yamazaki toma algunas ideas de Shin Godzilla (2016) de Hideaki Anno y Shinji Higuchi para completar su atmósfera. Lo que incluye, el tono emotivo y humano de la trama. A diferencia de las producciones norteamericanas, en la película japonesa, los personajes de menos de veinte metros también importan. 

A pesar de todo, esto es una película de monstruos

Pero sin duda, esta es una historia basada en la tradición de Godzilla y a eso dedica buena parte de su metraje. Esta vez, el lagarto monumental más famoso del cine, es un evento natural equiparable a un ataque atómico. Lo que se muestra en cómo, a su paso, nada sobrevive. No se trata de maldad o un villano de pacotilla. Es simplemente una consecuencia de algo más grande — si eso es posible — y de esa manera se le trata. 

El director utilizar efectos especiales prácticos, que permiten a la criatura tener una movilidad limitada, torpe y orgánica. Recuperada su cualidad de bestia sin control, toda la cinta se sostiene de la amenaza que representa. Además, los escasos recursos de los personajes para contenerle o en cualquier caso, salvar la vida de su ataque. El guion — también del director — hace énfasis, en esta violencia que se destaca en tomas abiertas, en el titán muestra su ferocidad. 

Claro está, no sería una relato de Godzilla sin algunos giros de guion sensibleros o heroicos para sus personajes humanos. Pero, aun así, la cinta conserva su cualidad salvaje la mayor parte del tiempo. A la vez, que hace de su colosal protagonista titular, una espantosa visión sobre el miedo y lo inevitable. Un detalle sutil que hace de la cinta algo más que una colección de escenas brutales sobre seres humanos arrojados al vacío o rayos azules radiactivos cruzando el aire. 

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