La adicción a los opioides se ha convertido ya en un problema bastante serio en países como Estados Unidos. Muchas personas han encontrado formas de adquirirlos en el mercado negro, pero también es cierto que en muchas ocasiones todo comienza con una prescripción médica. Por eso, el primer paso para intentar poner fin a este problema es minimizar los casos en los que se justifique su uso. Y lo cierto es que, según un equipo de científicos australianos, uno de los primeros que debería borrarse de la lista es precisamente uno de los más comunes: el uso de opioides para el dolor de espalda.
Es importante destacar que estos científicos hacen referencia al uso de opioides para el dolor de espalda agudo. Esto significa que no se han centrado en dolores crónicos o de larga duración, sino en episodios mucho más cortos de dolor, tanto en la baja espalda como en el cuello.
Según han explicado los propios autores de la investigación en un artículo para The Conversation, en Australia se recetan opioides para el dolor de espalda al 40% de los pacientes que acuden a su médico de cabecera. También al 70% de los que acuden a urgencias por el dolor. Es una cifra altísima, ¿pero está justificada? Según la investigación que publicaron hace pocos meses en The Lancet, no lo está.
¿Cómo funcionan estos fármacos?
En el sistema nervioso, la transmisión de señales entre neuronas la facilita la liberación de unas sustancias conocidas como neurotransmisores. Esas señales informan al cerebro de lo que pasa dentro y fuera del organismo, de manera que este, cuando las recibe, las transforma en un amplio abanico de respuestas.
En el caso del dolor, todo comienza con la estimulación de unos receptores llamados nociceptores. Estos pueden activarse de tres maneras: mecánicamente, químicamente o mediante calor. El primer caso sería el del calor producido por un golpe, el segundo el de la quemadura de un ácido y el tercero el de una quemadura al poner la mano en un hierro ardiendo. Cabe destacar que los estímulos dolorosos no siempre son externos. Por ejemplo, una reacción inflamatoria es dolorosa porque se liberan sustancias que se unen a los nociceptores.
Ahora bien, sea del tipo que sea, las señales químicas comienzan a viajar a través de las fibras nerviosas, hasta llegar al cerebro, donde se generará esa respuesta dolorosa. Por el camino, como cualquier señal de este tipo, necesita la liberación de neurotransmisores, que favorecen la apertura de canales iónicos que desencadena la diferencia de potencial que facilita el viaje de la señal eléctrica. Y es aquí donde entran en juego los opioides.
Existen otros receptores, llamados receptores opioides, que generalmente están abiertos, facilitando la liberación de neurotransmisores. Sin embargo, cuando se unen a ellos algunas sustancias, conocidas también como opioides, se inhibe buena parte de la actividad eléctrica de la neurona en la que se encuentran. Como resultado, se liberan muchos menos neurotransmisores y la señal dolorosa se queda a medio camino, sin llegar adecuadamente al cerebro.
Estas sustancias opioides pueden proceder de dentro del propio organismo. Por ejemplo, las famosas endorfinas, son opioides. Pero también se pueden administrar de forma exógena. Existen opioides naturales, llamados opiáceos, entre los que se encuentran la heroína y la morfina. Pero también hay algunos sintéticos, fabricados en el laboratorio. A este grupo pertenecen, por ejemplo, el fentanilo y la oxicodona, entre otros.
Cuidado con los opioides para el dolor de espalda
Los autores del estudio de The Lancet, conscientes de lo adictivos que pueden llegar a ser los opioides, quisieron comprobar si realmente son necesarios para tratar el dolor de espalda agudo.
Para ello, contaron con la participación de 347 personas diagnosticadas con dolor lumbar o de cuello agudo. Se asignaron de forma aleatoria en dos grupos. Los pacientes del primer grupo recibieron una dosis controlada de oxicodona y naloxona. Esta última sustancia actúa disminuyendo algunos efectos secundarios, como el estreñimiento, pero sin afectar a la capacidad de la oxicodona para tratar el dolor.
Los participantes del segundo grupo tomaron un placebo. Es decir, pastillas con exactamente la misma apariencia, pero ningún principio activo.
El tratamiento se mantuvo durante un máximo de seis semanas, en las que los sanitarios también se centraron en educar a los pacientes sobre posturas o actividades para minimizar el dolor sin intervención farmacológica. Pasado este tiempo, se preguntó a los participantes cómo se encontraban. Cabe destacar que ellos no sabían si habían tomado opioides para el dolor de espalda o un placebo, por lo que no podían estar sugestionados.
Por eso, resulta interesante que el dolor no se redujese más en el grupo que tomó los fármacos, en comparación con el placebo. Tampoco hubo mejoras en otros factores como la función física, la calidad de vida, el tiempo de recuperación o el ausentismo laboral. Y, por supuesto, sí que hubo más efectos secundarios en el grupo que tomó los opioides para el dolor de espalda.
Entre estos efectos secundarios destacaba que el dolor, en vez de mejorar, en algunos casos empeoró con el tiempo. Y también que hubo pacientes que empezaron a mostrar signos de adicción.
La divulgación es esencial
Estos científicos concluyen tanto en The Lancet como en The Conversation que los beneficios de los opioides para el dolor de espalda no compensan los riesgos. De hecho, ni siquiera parece que haya beneficios cuando se trata de dolor agudo.
Por eso, ellos apuestan por educar y acompañar a los pacientes. En otro estudio previo encontraron que algo como dar directrices de estilo de vida a los pacientes, suministrarles bolsas de agua caliente y analgésicos antiinflamatorios o hacer seguimiento ambulatorio para evitar listas de espera, puede ser mucho más eficaz contra el dolor agudo.
Es cierto que no todo se soluciona con divulgación y un mejor estilo de vida. No obstante, en los casos en los que el dolor sea muy intenso, debería bastar con los antiinflamatorios. Es una buena forma de reducir el consumo de unos fármacos que han mostrado ser muy peligrosos si su uso no se optimiza.
Del mismo modo que con el tiempo se han ajustado las dosis de fármacos como los antibióticos, esenciales en la base, pero peligrosos si se abusa, se debería hacer lo mismo con los opioides. No se trata de demonizarlos, pero sí de saber cuándo está realmente justificado usarlos.