La infección de orina es un motivo de consulta muy frecuente en los centros de atención primaria. Se calcula que, aproximadamente, la padecen unos 400 millones de personas al año. Sin embargo, a pesar de la frecuencia con la que se estudia, los métodos de diagnóstico y tratamiento que se utilizan frente a ella tienen alrededor de un siglo de antigüedad. Esto está llevando a que cada vez haya más casos de infecciones de orina recurrentes, que causan un malestar a quien las padece y que incluso pueden convertirse en un problema grave con el avance de las resistencias a antibióticos.
Conscientes de este problema, un equipo de científicos del University College de Londres ha llevado a cabo un estudio dirigido a comprobar por qué los métodos convencionales no terminan de zanjar el problemas de las infecciones de orina. Para ello, han desarrollado una vejiga artificial en la que han estudiado cómo interaccionan con ella las bacterias causantes de las infecciones.
Esto les ha permitido encontrar algunos de sus puntos débiles y señalar cuál debería ser el camino para prevenir la infección de orina recurrente. Ahora, queda que otros científicos quieran seguir ese camino y, por fin, un siglo después, tomar medidas para combatir una enfermedad que, para sorpresa de nadie, afecta en su mayoría a las mujeres.
Los entresijos de la vejiga urinaria y la infección de orina
Se define como infección de orina a la que se da cuando algunas bacterias colonizan la uretra y, a través de las vías urinarias, infectan los órganos asociados a este sistema. La infección de orina más común es la cistitis, en la que el órgano infectado es la vejiga.
Por eso, estos científicos desarrollaron un modelo tridimensional, basado en el cultivo de células de la vejiga, en un ambiente que imita al del tracto urinario. Podría decirse, por lo tanto, que desarrollaron una vejiga artificial.
Una vez realizado este primer paso, pusieron la vejiga artificial en contacto con varias especies bacterianas que se suelen relacionar con la infección de orina: Escherichia coli, Enterococcus faecalis, Pseudomonas aeruginosa, Proteus mirabilis, Streptococcus agalactiae y Klebsiella pneumoniae.
De este modo, vieron que no solo proliferan muy bien en el ambiente del sistema urinario, también son capaces de desarrollar métodos muy eficaces para evadir, tanto a los antibióticos como al sistema inmunitario. Lo consiguen adhiriéndose a las paredes de la vejiga, formando unas estructuras en forma de vaina.
Esto lo hacen tanto las bacterias beneficiosas de la microbiota genitourinaria como las patógenas, causantes de la infección de orina. Y es aquí donde encontramos los problemas del tratamiento y el diagnóstico tradicionales.
Métodos demasiado antiguos para una enfermedad muy actual
La infección de orina se suele diagnosticar con tiras que se introducen en una muestra y, mediante cambios de color, indican la presencia de parámetros asociados a la infección, como proteínas, sangre o linfocitos que acuden a combatir las bacterias.
También se puede cultivar la orina en el laboratorio en busca de bacterias. Esto lleva más tiempo; pero, lógicamente, da resultados más fiables. Una vez con estos resultados, se recurre al tratamiento con antibióticos, disponible desde el descubrimiento de Alexander Fleming, hace casi un sigo.
Tradicionalmente se ha usado un antibiótico de amplio espectro, llamado fosfomicina, que en dos o tres dosis terminaba con la infección. El problema es que cada vez hay más bacterias resistentes a él, por lo que se debe ir probando con otros antibióticos. Sea como sea, no hay más opciones. Es cierto que algunos complementos alimenticios, como el arándano rojo, prometen prevenir y tratar las infecciones de orina. Sin embargo, no hay evidencia de que realmente resulten eficaces.
Por lo tanto, tenemos una prueba que se basa en cultivar la orina o analizarla con una tira. Si las bacterias se han adherido a las paredes de la vejiga, muy pocas se detectarán en la orina, de modo que se podrían producir falsos negativos. Esto es aún más remarcable cuando los pacientes beben mucha agua para reducir las molestias de la infección de orina. La muestra queda más diluida, por lo que es difícil cazar las bacterias que hayan escapado de las paredes de la vejiga.
En cuanto al tratamiento, lo que hacen los antibióticos no deja de ser matar las moscas a cañonazos. Se usa un antibiótico de amplio espectro que ataca a estas bacterias y posiblemente a muchas otras, incluyendo las beneficiosas de la microbiota. Por eso, a veces no es raro que después del tratamiento de una infección de orina se produzca otro tipo de infección. Y, por si eso no fuese suficiente, los antibióticos pueden tener problemas para acceder a las paredes de la vejiga. Por lo tanto, los cañonazos ni siquiera estarían apuntando en la dirección adecuada.
Deberíamos mirar cómo reacciona nuestro organismo
Los autores de este estudio han visto también que, al poner la vejiga artificial en contacto con las bacterias, el sistema inmunitario es capaz de generar defensas frente a las patógenas. Pero no frente a las inocuas. Por lo tanto, proponen que, ante una infección de orina, se desarrollen métodos diagnósticos basados en la reacción del sistema inmunitario. Eso puede indicar si, escondidas en las paredes de la vejiga, hay bacterias perjudiciales.
Además, como es lógico, proponen el desarrollo de fármacos diseñados para atravesar los tejidos de la vejiga. Un antibiótico por vía oral puede no ser suficiente.
Después de un siglo, ya va siendo hora de innovar. Y también de hacerse una pregunta. ¿Se habría innovado ya si la infección de orina fuese tan frecuente en hombres como lo es en las mujeres?