El miedo a las agujas, conocido como tripanofobia, es bastante habitual. De hecho, se calcula que 1 de cada 10 personas tienen o lo han tenido en algún grado. Esto se ve sobre todo en las consultas de los médicos, pero no tanto en los salones de tatuadores. Es decir, una misma persona puede sentir pavor a ponerse una vacuna, por el hecho de tener que clavar una aguja en su brazo, pero no sentir ningún tipo de reparo cuando la aguja le taladra poco a poco la piel para dejar pintado en ella un tatuaje. ¿A qué se debe esto?

Lo cierto es que, como es lógico, todo esto tiene un componente psicológico. De hecho, cuando se habla de miedo a las agujas o tripanofobia, se suele hacer referencia a una fobia que ocurre en contextos médicos. No se habla de las agujas en general, sino de las que se utilizan para extraer sangre o administrar vacunas y otros fármacos. 

Quienes tienen este miedo pueden mostrar algún reparo antes de tatuarse, sobre todo si se trata del primer tatuaje, pero después no tanto. De hecho, hay muchísimas personas con este tipo de fobia que cuentan con una gran cantidad de tatuajes en su cuerpo. Esto ya nos da algunas pistas de cuál es la diferencia. Hay algo que se acentúa tras el primer tatuaje y que no ocurre cuando nos sacamos sangre o nos ponemos una vacuna. Y eso, básicamente, es que nuestro cerebro percibe una recompensa. Pero eso no es todo.

Ojos que no ven…

El periodista Sebastian Zulch escribió en 2015 un artículo en Bustle dirigido a dar a los reacios a los tatuajes algunas razones para que pierdan el miedo. Por supuesto, en su lista de argumentos no deja de lado el miedo a las agujas, pero ante este posible impedimento da una respuesta bastante interesante. Según él, tatuarse no asusta, porque la máquina que emplean los tatuadores parece más una especie de pluma que una jeringa.

Los instrumentos médicos dejan claro que lo son, pero las agujas de tatuar, aun siendo agujas también, se camuflan y se ven como lo que realmente son: las herramientas de un artista cuyo lienzo es nuestra propia piel.

Esta no deja de ser la opinión de un periodista que adora los tatuajes. Pero en realidad es algo que también se ha estudiado. De hecho, en 2021, un equipo formado por tres estudiantes españoles de ingeniería diseñó una máquina, llamada Pinsoft, cuyo objetivo es poner inyecciones a las personas con miedo a las agujas. Es tan simple como un dispositivo en el que las agujas se encuentran ocultas en unas varillas, de manera que, al hacer presión sobre la piel, ni se ve ni se espera por dónde va a llegar el pinchazo. Esto, psicológicamente, es una distracción que parece ayudar a las personas con tripanofobia.

De hecho, muchos enfermeros y enfermeras intentan ocultar en su mano la jeringa antes de inyectar una vacuna a los niños, de modo que estos no la vean venir. El problema no es el pinchazo, sino lo que se imaginan al respecto. Por eso, que la máquina de tatuar no sea una jeringa al uso, ayuda mucho.

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Hay personas que tienen miedo a las agujas y llevan muchísimos tatuajes en el cuerpo. Crédito:: Annie Spratt (Unsplash)

Tatuajes contra el miedo a las agujas

El segundo factor por el que no es lo mismo el miedo a las agujas médicas que a las de los tatuadores es la recompensa.

En realidad, el dolor de un tatuaje es mayor que el de una inyección normal. Generalmente, salvo que el contenido de la jeringa sea muy denso, solo hay un dolor muy breve con el pinchazo y ya está. Con los tatuajes, en cambio, se producen muchos pinchazos continuados. Esto desencadena una respuesta dolorosa y, como reacción a ella, la liberación de opioides endógenos, como encefalinas y endorfinas. Todas estas sustancias generan un efecto analgésico, desde dentro. Pero, a su vez, también se liberan hormonas como la serotonina o la dopamina, cuyo efecto placentero ayuda a relajar las sensaciones dolorosas.

Como consecuencia, no solo sentimos menos dolor, sino que nuestro cerebro percibe cierta recompensa. Una recompensa en la que, además, ya pensábamos de una forma mucho más básica. Cuando vamos a vacunarnos o a sacarnos sangre, hay una recompensa enorme detrás. Puede ser prevenir enfermedades o diagnosticar o descartar posibles enfermedades. Pero no es una recompensa tangible a corto plazo. En cambio, cuando vamos a tatuarnos sabemos que habrá una recompensa a corto plazo. Veremos en nuestra piel un dibujo bonito, que nosotros mismos hemos elegido.

Por lo tanto, la recompensa es doble, tanto antes del tatuaje como durante su realización. Y también después.

De hecho, es la razón por la que se suele decir que, una vez que te haces un tatuaje, ya no puedes parar. No es algo tan marcado para todo el mundo, pero está claro que, por lo general, el miedo a las agujas no se convierte en un impedimento para volver a visitar al tatuador.

Al final, aunque haya agujas de por medio, se trata de escenarios muy distintos y nuestro cerebro lo sabe. Por eso las sensaciones son tan diferentes.