El mundo vuelve a estar al borde del apocalipsis, pero esta vez antes de ser creado. Esa es la premisa con que inicia la segunda temporada de Good Omens, en Prime Video. La nueva entrega, que tiene la particularidad de no derivar de ningún texto literario, a diferencia de la primera, juega con sus símbolos. Por lo que comienza a partir de la creación misma del universo, tal y como lo conocemos y de la amistad entre el ángel Aziraphale (Michael Sheen) y el demonio Crowley (David Tennant). Este último, por entonces, parte de las huestes celestiales.

El argumento —también escrito por Neil Gaiman— analiza su propia mitología, lo que implica profundizar en el pasado de sus personajes. Si antes había mostrado en un amplio recorrido por el Edén bíblico, ahora retrocede un poco más, lo que los lleva al instante mismo del Big Bang. La secuencia ofrece toda la información necesaria para sustentar la trama. Good Omens y su segunda temporada explora que la participación de los ángeles fue imprescindible para el nacimiento de la vida, pero también una bomba susceptible de estallar en cualquier momento. 

Para el entonces beatífico Crowley, el hecho de que la existencia estuviera destinada al fracaso era incomprensible. Mientras que para Aziraphale, la idea formaba parte de un plan que necesita comprender. Lo que quiere decir que la rebelión divina —que no se muestra, pero se insinúa— comenzó antes que la realidad. Lo mismo que la estrecha amistad —esta vez menos platónica que la anterior entrega— de dos criaturas en esencia contrarias.

Good Omens, temporada 2

La segunda temporada de la serie de Prime Video encuentra una nueva madurez al profundizar en una historia más íntima, enfocada en sus personajes. De nuevo, el mundo corre el riesgo de ser destruido, pero esta vez el ángel Aziraphale (Michael Sheen) y el demonio Crowley (David Tennant) tendrán que dirimir el misterio de su cercanía antes de salvarlo. El argumento convierte la amistad platónica entre ambos personajes en algo más singular, sin llegar al romance. Lo que dota a la serie de una curiosa atmósfera amable y, en ocasiones, conmovedora. Sin tanta habilidad para el humor como la anterior entrega, la serie logra encontrar un punto medio entre la sátira y la búsqueda interior.

Puntuación: 4 de 5.

Good Omens temporada 2, más cercana y singular

Si algo sorprende de Good Omens es su capacidad para abarcar el humor, la filosofía e ideas trascendentales con tintes religiosos en una única historia. Pero la segunda temporada de la serie busca un cambio, mostrando un lado humano un poco más patente a sus figuras sobrenaturales.

En esta ocasión, el relato es más pequeño, íntimo y enfocado en el aspecto más emocional de sus personajes principales. Grabada durante la emergencia sanitaria del COVID, es evidente que la producción intentó manejar la circunstancia reduciendo sus ambiciones. Lo que no repercute en su relato central ni tampoco en la profundidad de lo que cuenta.

Al contrario, la percepción del gran plan de Dios como un hecho personal brinda mayor complejidad a la segunda temporada de Good Omens. Las conversaciones, los largos silencios y la contemplación de un mundo suspendido en cierta angustia disimulada son los mejores momentos de la narración.

David Tennant (Crowley) y Michael Sheen (Aziraphale) protagonizan Good Omens

Un argumento diferente

La segunda temporada de Good Omens también analiza las decisiones y peculiares contradicciones de sus personajes. Esto sucede cuando el arcángel Gabriel (Jon Hamm) desaparece del cielo, para aparecer frente a la librería de Aziraphale en Londres, sin la menor explicación, y él mismo tampoco puede darla, pues está aturdido y sin memoria. El guion analiza el caos de una posible destrucción, no necesariamente a causa de la violencia, sino de la pérdida. El personaje, cabeza visible del Paraíso y segundo a bordo de Dios, al ser una presencia insustituible, desencadenará toda una sucesión de eventos que, por supuesto, conducen a la extinción.

Pero, antes de que eso ocurra, la segunda temporada de Good Omens se toma el tiempo de explorar en los grandes misterios de la vida y la muerte. Con un aire melancólico ligeramente parecido a Sandman, el argumento se concentra en cómo el ángel y el demonio se compenetran.

Al contrario de la anterior temporada, en que la relación entre ambos estaba delimitada con cuidado, ahora todo es más difuso. Aunque raras veces hay una explicación —o confirmación— de lo que ocurre entre ambos, es visible que es mucho más que solo cercanía de intereses. Todo está más claro para Crowley, protector y despreocupadamente cariñoso. Pero Aziraphale todavía navega en la sensación de traición a sus ideales o, al menos, a un orden sacrosanto. 

David Tennant (Crowley), Michael Sheen (Aziraphale) en la segunda temporada de Good Omens.

El amor es la respuesta

Sin su habilidad poética con el juego de palabras, las bromas y las referencias de su anterior temporada, la segunda entrega de Good Omens conserva parte de su encanto para hacernos emocionar. Ya sea en medio de una batalla celestial, con escenarios sencillos y nihilistas, en un infierno radiante de sensualidad o en una librería.

La historia más vieja del mundo —el motivo por el cual amamos a las personas en nuestra vida— se reinventa en un plano universal y existencialista. Al final, Neil Gaiman insiste en una idea básica: querer y odiar son sentimientos parecidos que surgen del mismo lugar. El vínculo — misterioso e invisible— que quizás une al infierno con el cielo.

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