Sandman, la adaptación del cómic homónimo de Neil Gaiman para Netflix, comienza con una historia. Una descripción detallada y profunda sobre el valor de los sueños, el mundo de la esperanza y la percepción de la oscuridad interior. Parece un prólogo sencillo para una producción que tiene la ambición de abarcar 75 volúmenes y docenas de líneas narrativas, pero es profundamente efectiva. Tanto, que los primeros minutos de la serie logran marcar el ritmo y el tono de lo que será una de las grandes producciones del año de la plataforma de streaming.
Si algo sorprende de Sandman, creada por Allan Heinberg —quien también hace de showrunner— a partir de la obra de Neil Gaiman, es su sensibilidad discreta. La forma en cómo la potencia de una historia asombrosa atraviesa valles y lugares desconocidos, formidables y maravillosos.
El mundo de los sueños, construido en escala magnífica por los directores de fotografía Will Baldy y George Steel, abre sus puertas desde las primeras escenas. Se trata de una instantánea majestuosa que remite de inmediato a todo tipo de mitologías e imágenes acerca de lo que vive más allá del mundo onírico. Una reconstrucción cuidadosa de una imaginaria en la que conviven lo gótico, lo barroco y un toque de belleza inclasificable que ensalza cada pequeña huella de lo sobrenatural.
Sandman
Sandman es mucho más que una adaptación. Es también una narración elegante que abarca la historia de la obra fundacional de Neil Gaiman. Es una mirada emocional, profunda y sofisticada sobre el sentido de la vida, la existencia, la belleza y la esperanza. Todo en un esmerado y elegante paquete que deslumbra por su calidad. Sandman es una pieza de arte del mundo del entretenimiento. Una forma de narrar por completo novedosa que enfatiza la noción sobre la belleza del argumento por sobre la espectacularidad.
Sandman, una historia que las contiene a todas
Sandman habla sobre lo que habita más allá de lo humano. No solo los dioses, la esperanza, los temores, el más allá o lo que ocurre después de la muerte. La serie de Netflix se construye y se sostiene sobre la convicción de una emoción profunda relacionada con lo intangible. Morpheus, interpretado con una serenidad atemporal por Tom Sturridge, muestra su mundo con las manos abiertas.
Es un ser cósmico, también un soberano, pero ante todo, es una criatura con una responsabilidad. Una tan determinante que hace que su mera existencia sostenga la conciencia humana. La circunstancia convierte a los dos primeros capítulos de la serie en un recorrido a través de un borde sustancial de la realidad.
Sandman es tanto una adaptación como un recorrido visual por el cómic homónimo como una pieza artística de brillante factura. El primer capítulo, que narra la ya clásica captura de Morpheus por La Orden, sorprende por su exactitud y precisión. La narración avanza con cuidado para mostrar las implicaciones de un rapto que fracturará en dos la vida del hombre.
El guion toma el conocido argumento original y lo transforma en una épica diminuta. En un recorrido sensorial a través de la pérdida convertida en codicia. Y a su vez, en los lazos que unen al cómic con sus elaboradas viñetas e imágenes impactantes, con una obra televisiva con una sensibilidad formidable. Para su tercer capítulo, Sandman dejó claro que es mucho más que el intento de aglutinar hilos narrativos para el consumo masivo. Es también una obra meditada y concisa, bien construida y sensible sobre una historia mayor.
El propósito de Sandman
La premisa de Sandman es la misma que la del cómic, pero condensada y versionada para una mayor comprensión en toda su extensión mágica. Cada fuerza del universo está encarnada por una criatura antropomórfica que controla los poderes centrales de la vida. Y cuando Morpheus, encarnación de los sueños, el ideal absoluto y la búsqueda de la esperanza es atrapado, el mundo se retrotrae en la oscuridad.
El argumento cumple la ejemplar labor de redimensionar una narración enorme en una historia sustanciosa que no pierde el sentido de su origen. Tanto el libro como el cómic cuentan el argumento de la misma manera. Pero en el televisivo, los reinos de la imaginación se elevan como tótems portentosos de un brillo inusual.
Sandman, como propuesta, es un homenaje directo a la obra de Gaiman. También a las ideas que propone. De hecho, para el escritor, la evolución de los mitos son parte de la sensibilidad del espíritu humano.
Así lo narró en su fundacional American Gods de 2001, novela en cuyo argumento la mayoría de los dioses olvidaron su nombre, propósito y necesidades. Y lo hicieron porque el mundo a su alrededor se transformó tanto como para carecer de líneas y puntos en común con sus deidades más queridas.
Algo del tema también estuvo presente en la fábula Buenos presagios, que escribió junto a Terry Pratchett y permitió a ambos profundizar acerca de lo que hace a nuestra cultura conservar la paz como un apartado irracional y conectado de manera profunda con el concepto de la vida y la forma en que la comprendemos.
Una proeza argumental que apela a la emoción
De modo que Sandman analiza las deidades, pero más allá de nombres y conciencias. Un punto central que convierte a la serie en un viaje amplio, por momentos inquietante y siempre sensible por lo desconocido. En especial, cuando la historia explora de manera directa la premisa del cómic.
Cada capítulo completa la percepción de lo divino reunificado y reconstruido hacia algo más elaborado. Pero es a partir del cuarto episodio cuando Sandman encuentra su ritmo y tono exacto. El cómic se hace más presente que nunca, pero a la vez la serie de Netflix es un corazón vivo que deslumbra y conmueve hasta las lágrimas.
Desde la aparición de Lucien, reconvertido en Lucienne e interpretada Vivienne Acheampong, hasta la batalla en el infierno. Cada elemento de Sandman cobra un nuevo brillo, se hace más fastuoso y sentido a medida que avanza de escena en escena. También, se convierte en una lección a gran escala sobre la fe, el amor, la esperanza, el sentido de lo iniciático.
Al final es una la obra con mucha belleza
El guion de David S. Goyer (prolífico guionista de un montón de películas de superhéroes, incluyendo la trilogía de Batman hecha por Christopher Nolan) y Allan Heinberg supo captar la idea esencial del cómic. El caos, los reinos de la imaginación poblados por todo tipo de criaturas de todas las épocas, panteones, mitologías y creencias, son escenarios para narrar. ¿Y qué es lo que narra este magnífico artefacto depurado? No solo es la historia de Morpheus, centro vital de la obra.
También es la de todas las fuerzas del tiempo, la realidad y la belleza que intervienen de un modo u otro en el argumento. El escalofriante capítulo cinco de la serie de Netflix, en el que se muestran los pliegues de un mundo sin sueños, es un ejemplo de narración madura y poderosa. Pero es el sexto en el que finalmente hace su debut Death (Kirby Howell-Baptiste), uno de los personajes favoritos de la serie.
El recorrido pausado, sobrio y profundamente simbólico acerca de los misterios de la vida y de la muerte, es de una belleza estremecedora. La interpretación del final de la vida dota a la serie de Netflix de un sentido espiritual total. A la vez, sostiene una idea total sobre el bien. Para cuando el argumento comienza a avanzar hacia sus terrenos más complejos (y un final que abre la puerta a una continuación), Sandman brilla. Lo hace en la convicción poderosa y total de un encuentro con ideas esenciales sobre la naturaleza humana, encarnada en criaturas eternas, inmutables pero sensibles.
Desde que la cultura griega imaginó el caos para contar el nacimiento de todo lo creado, la mitología ha sido la explicación a la incertidumbre. Sandman recuerda esa salvedad en la historia de todas las historias. “Las historias siempre son las mismas. Solo hay nuevos oyentes”, dice Death, mientras conduce a un alma hacia lo desconocido. Al final, todos deseamos escucharlas una y otra vez. Un logro que la serie, en toda su formidable plasticidad y elocuencia, logra con poderosa fluidez.