Ya lo hemos visto en Oppenheimer. La bomba atómica sembró el terror desde el mismo día de su nacimiento. Incluso los científicos que la crearon pasaron de la alegría por el trabajo bien hecho al miedo por lo que su trabajo podría destruir. Pero lo que ninguno de ellos pensaba es que su invento también tendría utilidades muy alejadas de lo bélico y realmente útiles en el campo de la biología. Por ejemplo, gracias a la bomba atómica, hoy en día podemos saber la edad del vertebrado más longevo del planeta: el tiburón de Groenlandia.
Hasta hace pocos años se sabía que posiblemente podría vivir cientos de años, pero era muy difícil calcular una cifra exacta. Se intuía su longevidad por estudios anteriores, que demostraron que crece muy despacio, a un ritmo de 1 centímetro por año. Dado que se ha visto que hay ejemplares que llegan a alcanzar los 5 metros (500 cm), era esperable que vivieran varios siglos.
Para intentar calcular una edad más exacta, en 2016 se llevó a cabo un estudio que analizaba los niveles de radiocarbono en el cristalino de los ojos de 28 hembras de tiburón de Groenlandia cazadas por accidentes. Optaron por usar este método para calcular la edad por varios motivos, y la bomba atómica, curiosamente, es uno de ellos. Pero empecemos por el principio.
El tiburón de Groenlandia, el abuelo de los océanos
Se sabe muy poco del tiburón de Groenlandia. Si bien se les ha visto cazar en la superficie, suelen vivir a grandes profundidades, entre 600 metros y 2 km. Además, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, actualmente se encuentran en estado vulnerable, con población decreciente, por lo que cada vez hay menos ejemplares para poder investigar.
Son realmente grandes, llegando a alcanzar los 5 metros. Viven en aguas muy frías, de ahí que tengan un metabolismo realmente lento. En cuanto a su alimentación, son bastante poco selectivos, pues se han visto comer desde crustáceos y pequeños peces hasta otros tiburones, renos o incluso osos polares.
Durante mucho tiempo ha sido un animal muy misterioso también por su aparentemente amplia esperanza de vida. Se sospechaba que se disputaba el título de vertebrado más longevo con la ballena boreal, a la que también se le sospechaba la capacidad de vivir muy por encima del siglo. Pero se ha tardado mucho tiempo en encontrar un método para calcular su edad. Un método en el que la bomba atómica ha tenido mucho que decir.
La importancia de la datación por radiocarbono
Del mismo modo que ocurre con los animales terrestres actuales o incluso con los fósiles de especies ya extintas, la datación por radiocarbono es un método muy eficaz para calcular la edad de un animal ya fallecido.
Esto se hace midiendo los niveles de un isótopo del carbono, llamado C-14. Los isótopos son átomos de un mismo elemento, que tienen en su núcleo la misma cantidad de protones, pero distinto número de neutrones. Por ejemplo, el carbono tiene 6 protones en su núcleo siempre, pero los distintos isótopos tienen distinta cantidad de neutrones. El más común, el C-12, tiene también 6 neutrones. También existe el C-13, que tiene 7 neutrones, y el C-14, que tiene 8.
Este último es un isótopos radiactivo, que llega a la Tierra principalmente a través de los rayos cósmicos, aunque también por otros procesos naturales o artificiales. Todos los seres vivos tienen carbono en sus estructuras y lo obtienen de la naturaleza de distintas formas. Las plantas, por ejemplo, lo hacen mediante la fotosíntesis, mientras que los animales lo hacen por el consumo de plantas u otros animales. Así, ese C-14, cuyos niveles son bastante estables, también pasa a las estructuras de estos animales.
Como buen átomo radiactivo, cuando un ser vivo fallece, el C-14 se va desintegrando. Por eso, al analizar sus huesos, se puede calcular para saber cuánto tiempo lleva muerto. Esto es útil con los fósiles. Con los animales que acaban de fallecer el proceso es algo diferente, pero también hay técnicas que se basan en el radiocarbono, sobre todo desde que la bomba atómica llegó a nuestras vidas.
El papel de la bomba atómica que Oppenheimer no pudo imaginar
En las estructuras óseas de muchos animales hay patrones, similares a los anillos de los troncos de los árboles, que ayudan a calcular su longevidad. Esto puede hacerse con los huesos, pero también con otras estructuras, como las piedras que se encuentran en los oídos de los peces.
Ahora bien, con algunos animales es más complicado, sobre todo cuando son muy longevos. Es aquí donde entra en juego la bomba atómica.
Desde que esta estalló en Hiroshima y Nagasaki y luego protagonizó varias pruebas en países como Estados Unidos y la Unión Soviética, los niveles de C-14 en la atmósfera se duplicaron. Ese exceso de radiocarbono se incorporó a los océanos, en las estructuras de los seres vivos que los habitan.
Por eso, se ha usado para calcular con más exactitud la longevidad de algunas especies. En el caso del tiburón de Groenlandia, no cuenta con estructuras calcificadas que faciliten los cálculos convencionales.
No obstante, en 2016 un equipo de científicos de la Universidad de Copenhague dio con otro método, basado en la bomba atómica, mucho más eficaz. Se basa en el análisis de los niveles de C-14 en el cristalino de los ojos. Este contiene proteínas que se sintetizan durante el desarrollo embrionario del animal y permanecen intactas. Por lo tanto, proceden directamente de la dieta de la madre y pueden indicar su edad. No el tiempo que llevan muertos, como en el caso de los fósiles, sino el tiempo que hace que nacieron.
Para hacer los cálculos, estos científicos analizaron 28 hembras de tiburón de Groenlandia, de diferentes tamaños, cazadas por accidente. La más pequeña tenía 81 centímetros, y la más grande 502 centímetros. Era esperable, lógicamente, que las más pequeñas fuesen más jóvenes, por lo que ese fue el primer factor a tener en cuenta. Se vio que las dos más pequeñas tenían niveles muy elevados de C-14, lo cual tiene sentido, pues nacieron después de aquella época en la que, entre los años 40 y 60 del siglo XX, se probaron tantas bombas atómicas.
Curiosamente, la tercera hembra más pequeña tenía niveles de C-14 ligeramente más altos que las otras dos. Eso indica que tendría entre 50 y 60 años, pues nació justo en aquella era atómica. Es un dato muy importante, ya que sirve para calcular el exceso de C-14 debido a la bomba atómica y los niveles correspondientes a la edad.
El resto de ejemplares tenían muchísimo menos C-14. Esto se debe a que incluirían solo el que llega a la Tierra de forma natural. No obstante, dado que ya habían podido establecer una correlación con el resto de ejemplares, fue posible estimar sus edades aproximadas.
De este modo, calcularon que el tiburón de Groenlandia alcanza la madurez sexual aproximadamente con 156 años y que, si bien la esperanza de vida media ronda los 272 años, algunos ejemplares pueden alcanzar los 400 años.
Queda muy lejos de la ballena boreal, cuyo récord se establece aproximadamente en 211 años.
Otras edades medidas con la bomba atómica, más allá del tiburón de Groenlandia
Más tarde, en 2020, se llevó a cabo un estudio similar, pero esta vez con el tiburón ballena. En su caso, ya se habían realizado estimaciones con los anillos de sus vértebras. No obstante, al analizar los niveles de C-14, se pudo calcular el exceso debido a la bomba atómica y, con él, una estimación mucho más exacta. Este animal también puede rondar el siglo, pero es mucho menos longevo que la ballena boreal o el tiburón de Groenlandia.
Lo que está claro es que, como bien hemos visto en Oppenheimer, la bomba atómica trajo muchísimas desgracias. Pero también otros efectos más ventajosos. Esa es una de las partes positivas de la ciencia: encontrar aplicaciones beneficiosos incluso a la más absoluta de las desgracias.