En agosto de 1945, dos bombas impactaron sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que, solo por el efecto directo de las explosiones, murieron más de 200.000 personas. Todo eso sin contar quienes han fallecido después por la radiación. Cuatro décadas más tarde, en abril de 1986, un fallo humano provocó una grave explosión en la central nuclear de Chernobyl, matando a 100 personas por efecto directo. Si miramos solo las cifras, parece que lo ocurrido en Japón fue muchísimo peor. De hecho, no hay más que ver cómo hizo a Oppenheimer arrepentirse de lo que construyeron en el Proyecto Manhattan. Sin embargo, hoy en día tanto Hiroshima como Nagasaki son ciudades habitadas, mientras que la zona anteriormente poblada alrededor de Chernobyl sigue siendo una ciudad fantasma. ¿A qué se debe esto?

Lo cierto es que hay varios motivos. Por un lado, hay una explicación sencilla por la que en Chernóbil murieron tan pocas personas y en Hiroshima y Nagasaki hubo tal reguero de víctimas. Y también hay una explicación a la situación actual de las tres zonas. El hecho de que no viva gente cerca de Chernobyl no es por superstición ni nada parecido. Está más que comprobado que sigue siendo una zona muy peligrosa para vivir en ella por sus niveles de radiación.

Y es que, en realidad, las bombas atómicas creadas por el equipo de Oppenheimer fueron muy mortíferas a corto plazo. Pero, en lo que respecta a la radiación, hubo motivos por los que la explosión accidental de la central resultó ser mucho peor.

La zona es esencial, como dicen en Oppenheimer

En una escena de Oppenheimer se ve como, con el desasosiego del director del Proyecto, se comienza a decidir las ciudades de Japón sobre las que se lanzarían las bombas. No se dice que serán Hiroshima y Nagasaki, aunque los espectadores ya lo sabíamos.

Estas ciudades fueron elegidas por su importancia económica, pero no excesivamente cultural, y también por el enclave en el que se encuentran. Sobre todo se eligió por la orografía Hiroshima, ya que, al encontrarse en una llanura, los efectos de la bomba atómica acabaron con el 70% de los edificios de la ciudad. Nagasaki está en un valle, por lo que no hubo tanta destrucción. Pero, aun así, ambas eran ciudades muy pobladas, en las que murieron muchísimas personas por la explosión.

En cambio, Chernobyl era un centro de trabajo en el que, además, al ser por la noche, no había muchos operarios en ese momento. Por eso, el peligro no fue la explosión en sí, sino la radiación que se extendía hacia las zonas pobladas cercanas.

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En Chernobyl había mucho más combustible que en las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Foto por Vladyslav Cherkasenko en Unsplash

Mucho más combustible en Chernobyl que en Hiroshima y Nagasaki

La bomba que se lanzó sobre Hiroshima tenía como combustible 64 kg de Uranio-235, aunque la eficiencia de la reacción de fisión no fue completa, por lo que solo intervino en ella 1kg, aproximadamente.

En Nagasaki el combustible fue otro. Concretamente, 6 kg de plutonio 239, del cual solo se fisionó algo menos de 1 kg también.

En cambio, en el reactor 4 de Chernobyl, el que explotó por accidente, había 180 toneladas (180.000 kg) de isótopos de uranio. Tampoco reaccionaron por completo, pero se calcula que se liberaron unos 7.000 kg. Por lo tanto, la radiación sería muchísimo mayor y sería más fácil que perdurara en el tiempo.

La altura también importa

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki se lanzaron desde el aire, a unos 600 metros de altura. En cambio, la explosión de Chernobyl tuvo lugar directamente sobre el terreno. Por eso, el material radiactivo quedaría hundido en el suelo, perdurando muchísimo más con el paso del tiempo.

Hoy en día la naturaleza ya se abre paso en Chernobyl. Muchos animales han vuelto a vivir allí, la vegetación crece y los niveles de radiación han bajado, pero siguen siendo inhabitables. En cambio, en Hiroshima y Nagasaki los niveles de radiación no suponen un peligro para la supervivencia de las personas, que bastante tienen con los recuerdos de la pesadilla del fin de una guerra que podría haber sucedido de otra forma.