Llegas a casa después de un día sofocante de calor, te metes en la ducha y dejas que el agua fría resbale por tu cuerpo mientras te enjabonas dando un suave masaje con la esponja. ¿A quién no le va a gustar? Con este calor, a cualquiera. Pero en la ecuación hay un factor que no a todo el mundo le agrada: la esponja. Hay quien no concibe una ducha sin ellas y quien prefiere darse el jabón con la mano, bien porque no le resultan cómodas o bien por miedo a que acumulen demasiados microorganismos. Estos últimos pueden parecer un poco exagerados, pero lo cierto es que no se equivocan. Eso no significa necesariamente que no la usemos, pero sí que debemos cambiar de esponja con mucha más asiduidad de lo que solemos hacerlo.
Ya en los años 90 se llevó a cabo un estudio en el que se demostraba lo rápido que pueden proliferar ciertas bacterias en una esponja. No es para menos, pues es un ambiente muy favorable para ellas: caliente y húmedo. Además, las células muertas de nuestra piel que se adhieren a la esponja cuando frotamos le dan el alimento que necesitan para crecer.
Por eso, la mayoría de dermatólogos recomiendan que nos duchemos solo con jabón, extendiéndolo con la mano. Ahora bien, si no hay más remedio, porque ya no sepamos ducharnos de otra manera, podemos hacerlo, pero hay que cambiar la esponja antes de que la cantidad de bacterias que viven en ella sea demasiado peligrosa para la salud. Este punto puede variar, pero la mayoría de expertos recomiendan que sea aproximadamente a las 3 o 4 semanas de uso.
¿Por qué debemos cambiar la esponja asiduamente?
Las esponjas son objetos porosos, que se usan en un ambiente húmedo y cálido y que en poco tiempo acumulan una gran cantidad de células muertas. Eso es un parque de atracciones para las bacterias.
Lo demostraron en 1993 un equipo de científicos del Hospital Monte Sinaí, de Nueva York. En su estudio, se centraron en las esponjas de luffa, una planta de la misma familia que los pepinos, a partir de la cuál se pueden fabricar esponjas exfoliantes. Hoy en día son mucho más habituales las sintéticas, aunque aún se puede usar la luffa. Sea como sea, lo primero que llamó la atención en su estudio es que observaron el crecimiento de bacterias de la especie Pseudomonas aeruginosa cuando estaban estériles, sin ningún uso.
Estas bacterias son especialmente peligrosas para personas inmunocomprometidas, a las que pueden provocar desde neumonía hasta infecciones de las vías respiratorias. También son responsables de algunos casos de sepsis, que pueden acabar siendo mortales. Generalmente se encuentran en el ambiente y pueden infectarnos sin que nos demos ni siquiera cuenta, ya que solo causan enfermedades cuando el sistema inmunitario no puede combatirlas. Por eso, son especialmente problemáticas en los hospitales, donde en los últimos años se han detectado muchas cepas resistentes a antibióticos.
Afecciones de la piel
También se sabe que estas bacterias pueden causar foliculitis. Esta es una afección de la piel que se da por la infección de los folículos pilosos. Es habitual en personas que se afeitan, pero también pueden causarla las esponjas contaminadas. No es grave, pero sí molesta.
Por eso, estos científicos siguieron investigando qué ocurría con estas esponjas, no solo cuando estaban estériles, sino también al mojarlas y usarlas sobre la piel. Vieron que la población de estas bacterias crecía exponencialmente en solo 24 horas después del uso. Además, se detectaron otras especies bacterianas, como Staphylococcus epidermidis y Streptococcus pyogenes. Todas ellas pueden causar infecciones de la piel o incluso infecciones más graves si se usan esponjas sobre heridas o poros abiertos, como los que quedan después de la depilación.
La concentración de bacterias los primeros días no es tanta como para causar enfermedades serias, de ahí la importancia de cambiar la esponja si queremos seguir usándola.
¿Cada cuánto tiempo debemos renovarla?
En aquel estudio de 1993 no hablaban de cambiar la esponja, sino de desinfectarla regularmente con lejía, a una concentración del 10%. Ciertamente, esto resultó ser muy eficaz. No obstante, es importante tener en cuenta que fue útil porque la luffa es un material natural. Las esponjas de materiales sintéticos se dañarían si se intentasen limpiar con lejía. Por lo tanto, lo más seguro es, en primer lugar, escurrirlas y guardarlas en lugares donde se sequen rápido y, en segundo lugar, cambiar la esponja regularmente.
Se aconseja hacerlo cada 3 o 4 semanas, aunque esto depende también del uso que le demos y la apariencia que tenga. Si la vemos muy dañada o resbaladiza, deberíamos cambiarla antes. Y, por supuesto, si somos varias personas en casa, debemos tener una para cada uno.
Cabe destacar que todo esto es referente a las esponjas de baño. Cuando hablamos de las esponjas de cocina, más conocidas como estropajos, el cambio debe ser mucho más regular, una vez a la semana, aproximadamente. Y aquí entra en juego una decisión personal sobre nuestra relación con el medioambiente. El estropajo no queda más remedio que usarlo. No obstante, las esponjas de baño sí son prescindibles y, si las desechamos cuando es debido, supone una gran acumulación de residuos que, salvo que sean de materiales biodegradables, termina siendo contaminante.
Ahí es donde decidimos hasta qué punto nos vale la pena seguir usando esponja. Si finalmente decides hacerlo, en serio, cámbiala regularmente.