El desastre del submarino K-141 Kursk fue una de las peores tragedias en la historia de la Armada rusa, y provocó un verdadero shock a nivel internacional. Ocurrió el 12 de agosto del 2000, cuando dos explosiones durante un ejercicio naval derivaron en la muerte de sus 118 tripulantes.

El incidente no solo generó desesperación entre los familiares de quienes viajaban en el submarino; también acabó con una falacia propagandística que las propias autoridades militares de Rusia habían instalado: que el K-141 Kursk era imposible de hundir. Una supuesta condición a lo Titanic que radicaba en su colosal tamaño y capacidad de armamento.

Se decía que la Unión Soviética había planificado el desarrollo del submarino K-141 Kursk para que fuera capaz de destruir por sí solo a todo un grupo de portaaviones de la Armada de Estados Unidos. Su fabricación comenzó en 1990, y su botadura se realizó el 30 de diciembre de 1994, ya como parte de la flota de la Armada de la Federación Rusa.

El submarino K-141 Kursk era una bestia impactante. Sus 154 metros de eslora, 18,2 metros de manga y 9 metros de calado lo avalaban. De hecho, una comparación común que se hacía para ilustrar su tamaño era que su largo superaba al de dos aviones Boeing 747.

Claro que mover a semejante mole no era una tarea sencilla. Para ello, se implementó un sistema de propulsión potenciado por dos reactores nucleares OK-650b, dos turbinas de vapor y dos hélices de 7 palas. Así, era capaz de alcanzar una velocidad de 32 nudos —unos 59 kilómetros por hora— en inmersión.

El desastre en el mar de Barents

El desastre del K-141 Kursk, el mítico submarino ruso que se creía 'imposible de hundir'
Los restos del submarino K-141 Kursk.

El 12 de agosto del 2000, el submarino K-141 Kursk era uno de los participantes del primer ejercicio naval a gran escala organizado por la Armada de Rusia desde la caída de la Unión Soviética. En total eran tres submarinos y 30 embarcaciones las que formaban parte del mismo, que se desarrollaba en el mar de Barents.

Pese a tratarse de un ejercicio, el K-141 Kursk llevaba una carga completa de armamento; después de todo, era uno de los pocos submarinos que estaba autorizado a hacerlo en todo momento. Las actividades parecían desarrollarse con normalidad, pero la historia cambió en un par de minutos, literalmente.

A las 11:29, hora local, el personal del K-141 Kursk cargó un Torpedo Tipo 65 de práctica, pero una fuga de peróxido de hidrógeno, debido a un defecto de soldadura en la carcasa del armamento, generó una explosión que destruyó la sala de torpedos y se expandió a otros compartimientos del submarino a través del sistema de aire acondicionado. A las 11:31, una segunda explosión, todavía más potente, selló el destino final de la máquina y de gran parte de sus tripulantes.

Un infierno bajo el agua

De acuerdo con la investigación posterior al incidente, la primera explosión provocó un incendio que alcanzó temperaturas de hasta 2.700 grados centígrados. El fuego causó el segundo estallido, debido a la rápida detonación de otros 7 torpedos armados con ojivas de 450 kilogramos cada una. Esto no solo provocó la ruptura del casco del submarino, permitiendo el ingreso del agua a un ritmo de 90.000 litros por segundo, sino también un evento sísmico de 4,2 grados en la escala de Richter que se sintió hasta en Alaska.

La mayoría de los tripulantes del submarino K-141 Kursk murió en las primeras dos explosiones. No obstante, unos 23 supervivientes lograron trasladarse hasta el noveno —y último— compartimiento. Como las cápsulas de escape estaban en el primer y tercer compartimiento, ambos destruidos durante los estallidos, resultó imposible que accedieran a ellas. Pero fue otro trágico evento el que acabó con sus vidas: un nuevo incendio generado por los cartuchos de superóxido de potasio.

Estos elementos se utilizaban para recargar el sistema de generación de oxígeno. Sin embargo, uno de ellos cayó en el agua con aceite que se estaba filtrando en la sección donde los tripulantes habían encontrado refugio. Esto disparó un nuevo foco ígneo que acabó con las últimas esperanzas de rescatar a alguien con vida.

El fallido rescate del submarino K-141 Kursk

Pese a la gravedad del incidente en el submarino K-141 Kursk, la respuesta de la Armada y el gobierno de Rusia fueron paupérrimas. Si bien otras embarcaciones que formaban parte del ejercicio naval detectaron las explosiones, las mismas no se informaron correctamente. Y cuando sí se dio aviso, las autoridades no le dieron importancia.

Si bien los problemas de comunicación con la flota de submarinos eran frecuentes, tuvieron que pasar más de seis horas desde la explosión original para que el comando de la Flota del Norte comenzara a preocuparse por la situación. Si bien se iniciaron labores de búsqueda y rescate, no fue hasta las 22:30, hora local, 11 horas después del incidente, que se declaró la emergencia y se detuvo el ejercicio naval.

Los restos del submarino fueron localizados en el transcurso del 13 de agosto, el día después del accidente. Pero no fue hasta el lunes 14 que otro submarino intentó conectarse al baúl de escape en el noveno compartimiento del K-141 Kursk, aunque sin éxito. En los días subsiguientes, los esfuerzos por llegar al submarino también resultaron infructuosos, tanto con campanas de buceo como con otros vehículos sumergibles, debido a las malas condiciones climáticas.

A todo esto se sumó la negativa inicial de la Armada de Rusia de recibir ayuda externa. Noruega y el Reino Unido fueron de los primeros en ofrecer su colaboración en las labores de rescate, pero su participación se aprobó recién 5 días más tarde, tras el visto bueno de Vladímir Putin.

De hecho, el propio presidente ruso fue duramente criticado a nivel internacional por su actitud durante el incidente. Putin se encontraba de vacaciones en Sochi durante el desastre del submarino K-141 Kursk y optó por no volver a Moscú inmediatamente. Tiempo después, aseguró en una entrevista que su regreso a la ciudad capital no habría cambiado nada, puesto que habría tenido el mismo nivel de comunicación que en su finca vacacional. No obstante, reconoció que un retorno rápido al Kremlin le habría sido de ayuda ante la opinión pública.

La colisión que no fue, el salvataje y el informe secreto final

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El desastre del submarino K-141 Kursk estuvo rodeado de un sinfín de teorías conspirativas. Algunas, incluso, alimentadas por altos funcionarios rusos. Se llegó a decir que la causa del incidente había sido una colisión contra un submarino de la OTAN que espiaba el ejercicio naval. También se especuló con que la tragedia hubiera sido causada por fuego amigo. Sin embargo, ambas posibilidades se descartaron.

El gobierno de Putin anunció la contratación de dos empresas neerlandesas, Mammoet y Smit International, para que recuperaran los restos del submarino K-141 Kursk y los cuerpos de los tripulantes fallecidos. Las labores de salvataje fueron complejas, no solo por la magnitud de la estructura que se debía reflotar. También, porque se ordenó desprender la proa del submarino por temor a que pudieran explotar más torpedos alojados allí.

En agosto de 2002, dos años después del incidente, las autoridades recibieron un informe secreto de 133 volúmenes firmado por el fiscal general ruso Vladímir Ustinov. El mismo confirmó que el desastre del submarino K-141 Kursk se inició por una fuga de peróxido de hidrógeno en un torpedo. Sin embargo, también incluyó duras críticas contra la "pobre organización" del ejercicio naval. Y citó infracciones de disciplina, así como incompetencia, negligencia y deficiencias en la gestión. Pero eso no fue todo, puesto que también cargó contra el uso de equipamientos obsoletos y que no recibían el mantenimiento correspondiente.

Pese a ello, Ustinov no realizó acusaciones criminales contra ningún integrante de la Armada o el gobierno de Rusia. Si bien es cierto que Putin luego removió a funcionarios de ambas esferas, los reubicó en otros sectores públicos o militares.

Submarino K-141 Kursk: el triste final

Después de la tragedia, se conoció que el submarino K-141 Kursk había participado en una única misión en los seis años previos a su destrucción. Fue en 1999, cuando navegó por el mar Mediterráneo para espiar a la Armada de Estados Unidos durante la Guerra de Kosovo.

Expertos aseguran que la tripulación rusa no disponía de la experiencia necesaria, debido al poco tiempo que había pasado en el mar. En parte, por los recortes presupuestarios que habían impactado sobre la Armada.

Pero lo peor de todo fue que aquella única incursión oficial en el Mediterráneo jugó un papel clave en la posterior tragedia. El submarino K-141 Kursk disponía de una boya de rescate que debía desplegarse automáticamente en caso de emergencia. Sin embargo, se la desactivó a propósito por temor a que se activara por error al monitorear a los estadounidenses y revelara su ubicación. Finalizada la misión, no se la volvió a activar. De modo que el instrumento no estaba operativo cuando se produjeron las explosiones fatales del 12 de agosto del 2000.