26 de noviembre de 1922. Tras una década de búsqueda obsesiva, el arqueólogo Howard Carter y su mecenas, el conde de Carnarvon, se encuentran por fin ante el sarcófago de Tutankamón. En la antecámara, junto a la momia, ataviada como correspondía a un gran gobernador, se podía leer sobre arcilla una terrorífica inscripción: “La muerte golpeará a aquel que perturbe la paz del faraón”. En ese momento, la superstición de la prensa y algunos egipcios entra en conflicto con la mente científica de los arqueólogos, que no le dan importancia. Sin embargo, tres decenas de muertes siembran el miedo y ponen las primeras líneas de una historia de terror: la maldición de Tutankamón.

Puede parecer el inicio de una película, pero esta es una historia totalmente real. Solo 24 horas después de la apertura de la tumba, un rico empresario estadounidense, George Jay Gould, falleció por una neumonía. Como otros magnates de la época, había querido estar presente en aquel evento que pasaría a la historia, pero no sabía que se convertiría en la primera víctima de la maldición de Tutankamón. Tras él, murieron egiptólogos, fotógrafos, técnicos de rayos y algunos curiosos. Todos tenían en común que se encontraban presentes cuando se abrió la tumba del faraón. Muchos murieron de neumonía, algunos de una infección en la sangre, llamada septicemia. También hubo muertes por picaduras de insectos y caídas.

Uno de los últimos en caer presos de la maldición del faraón fue el propio conde de Carnavaron, quien apareció muerto cinco meses después en la habitación de un hotel egipcio. Una infección en una herida de su mejilla parecía ser la causa. También murieron al poco tiempo su hermano y su esposa. ¿Pero qué les pasó? ¿Existió realmente la maldición de Tutankamón?

La maldición de Tutankamón ataca de nuevo

La solución al enigma de la maldición de Tutankamón llegó 50 años después. En 1973, otro equipo de arqueólogos se reunió en Cracovia para abrir la tumba de Casimiro IV, quien fue rey de Polonia en el siglo XV. Había doce científicos implicados y diez de ellos murieron poco después, por infecciones o ataques al corazón.

Uno de los dos supervivientes fue el microbiólogo Boleslaw Smyk. Este, cuando se abrió el ataúd de madera del rey, observó claros signos de putrefacción, por lo que tuvo una idea. ¿Y si sus compañeros habían muerto por la infección de algún microorganismo que hubiese sobrevivido en el ataúd todo ese tiempo? Es más, ¿y si esa fuese también la explicación a la maldición de Tutankamón?

Se puso manos a la obra para investigar a posibles culpables, hasta dar con Aspergillus flavus. Se trata de un hongo saprofítico. Es decir, que se alimenta de material en descomposición, como la madera. Esto lo convierte en un magnífico candidato. Pero la cosa no queda ahí. También se sabe que vive en espacios cerrados, oscuros y con una temperatura moderada y estable. Un sarcófago, por lo tanto, sería su hogar ideal. ¡Y aún hay más! Como es normal en los hongos, se reproduce a través de esporas, que pueden inhalarse y permanecer latentes en los pulmones hasta provocar en personas inmunodeprimidas una enfermedad llamada aspergilosis, similar a una neumonía. 

Esto explicaría por qué muchas de las muertes fueron por neumonía. Y cuadraría con el fallecimiento del conde de Carnarvon. Inicialmente se pensó que la infección mortal se la causó el corte que se hizo al afeitarse sobre una picadura de mosquito. Pero era una persona con problemas de salud previos, cuyo sistema inmunitario debilitado pudo no resistir la aspergilosis.

Ahora bien, ¿es que estaban todos inmunocomprometidos? Lo cierto es que no. Pero el microbiólogo polaco también tenía respuestas para esta incógnita. Al parecer, en ausencia de oxígeno, el hongo puede permanecer latente, pero aumentando su virulencia, a la espera de recuperarse cuando se oxigene de nuevo, cosa que ocurriría al abrir la cámara funeraria.

maldición de Tutankamón

Nada de esto es seguro

Muchos microbiólogos apoyan las teorías de Smyk. Sin embargo, también hay científicos que opinan que no hay tantas muertes como para hablar de la maldición de Tutankamón. 

De hecho, en 2002 se publicó un estudio en el que se compararon las muertes de personas que estuvieron en la apertura de la tumba con otras que, aun estando en las cercanías del lugar, no la presenciaron. Así, se observó que, de media, los presentes en la tumba murieron con 70 años, mientras que los no expuestos murieron con 75. No es relevante y es una edad bastante elevada, dado que estamos hablando de los años 20 del siglo pasado.

Además, lo cierto es que, de las 58 personas que estaban presentes cuando se abrió la tumba, solo 8 murieron en los 12 años siguientes. Culpar a la maldición de Tutankamón de muertes que ocurrieron más de una década después es demasiado. Pero incluso las que ocurrieron poco después pueden ser casualidad. No olvidemos que hubo algunas muertes por caídas y eso no hay hongo que pueda explicarlo. Sí que lo explicaría el miedo a una posible maldición que les llevaría a caminar distraídos por las escaleras. 

¿Continúa la maldición de Tutankamón?

En 2019, el cineasta y egiptólogo Ramy Romany dijo a The Jordan Harbinger Show que casi muere después de abrir una tumba, mientras grababa para un programa de televisión de Discovery Channel. Poco después, en el hotel, le subió muchísimo la fiebre, hasta 42 °C, y empezó a toser sangre.

Por suerte, se recuperó con un tratamiento a base de antibióticos, pero nunca supo lo que le ocurrió. Si los antibióticos funcionaron, parece que había bacterias implicadas. ¿Pero serían bacterias oportunistas que aprovecharon la infección fúngica? ¿O fue una simple casualidad? No lo sabemos; pero, por si acaso, no está de más usar equipos de protección individual (EPIs) antes de abrir una antigua tumba. Algunos microorganismos pueden convertirse en la peor maldición. 

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