¿Cómo no íbamos a ir a la Feria de Sevilla este año? Tras varios años de ausencia —en 2020 y en 2021 por no haberse celebrado, y en 2022 por precaución—, los abuelos tenían más ganas que nunca. Era el primer reencuentro familiar. Así que el calor asfixiante del Real era lo de menos. El tumulto en la caseta tampoco nos importó. Pero hoy, que tenemos a la abuela en la UCI y con un pronóstico muy grave. Somos conscientes de que el COVID no ha terminado.
Esperábamos la gripalización del SARS-CoV-2, y que se volviera estacional como otros virus respiratorios. Parece que no va a suceder. Datos como los de la última Feria de Sevilla, a finales de abril y con temperaturas propias del verano, nos hacen pensar que tendremos brotes en diferentes estaciones del año.
Principio y fin del estado de emergencia
El 30 de enero de 2020, el comité de emergencia de la Organización Mundial de la Salud declaraba el estado de emergencia sanitaria internacional por el brote de coronavirus de Wuhan. El Reglamento Sanitario Internacional, publicado en 2005, es un documento vinculante para 196 países y cubre medidas encaminadas a prevenir la transmisión de enfermedades infecciosas.
En dicho documento se define como “emergencia de salud pública de importancia internacional”, un evento extraordinario que, de conformidad con el presente Reglamento, se ha determinado que: I) constituye un riesgo para la salud pública de otros Estados a causa de la propagación internacional de una enfermedad, y II) podría exigir una respuesta internacional coordinada. Pero no fue hasta el 11 de marzo que el mismo organismo declaró el estado de pandemia.
El 5 de mayo de 2023, el director de la OMS ha decretado el fin del estado de emergencia internacional. Esta declaración no significa que haya terminado la pandemia. Pero, de facto, exime a los países de tomar medidas de contención/prevención, puesto que durante este estado de emergencia, lo que indicaba la OMS era de obligado cumplimiento.
Diversos indicadores —incidencia, casos, ocupaciones hospitalarias y de UCI— apuntaban ya hace tiempo a que este fin estaba cerca. Incluso se podría haber decretado antes.
Dos pandemias en una
La pandemia ha tenido dos momentos muy diferentes a lo largo de estos tres años. Desde el inicio en diciembre de 2019 en Wuhan hasta diciembre de 2021, las reinfecciones eran anecdóticas. Pero desde enero de 2022 hasta la actualidad estamos en la que podríamos denominar pandemia de ómicron.
Este hecho cambió realmente las reglas del juego, y las reinfecciones empezaron a estar a la orden del día. Está claro que las subvariantes de ómicron consiguen saltar las defensas producidas frente a las variantes anteriores y hacerse más infecto-contagiosas.
Su evolución no se ha acompañado, afortunadamente, de una mayor severidad clínica. Al contrario, se producen menos hospitalizaciones e ingresos en UCI entre los infectados. Sin embargo no podemos decir que esto sea consecuencia de variantes o subvariantes más leves. Sino que, probablemente, reflejan una muy buena inmunización de la población —tanto por la inoculación de las vacunas, como por la inmunidad natural que ha quedado después de las infecciones—.
La pandemia ha pasado de moda
No hay más que ver los informativos diarios en todo el mundo. Hasta enero de 2023, prácticamente en todos los telediarios había al menos alguna noticia del covid-19 y estas han ido desapareciendo, salvo en momentos puntuales, como los repuntes de casos en china el pasado mes de enero.
Si miramos las búsquedas en Google, que es un gran indicador de tendencias, y situamos el 100 % de interés en el covid-19 allá por el 15 de marzo de 2020, vemos que desde enero de este año, la enfermedad ya no interesa a prácticamente nadie.
Pero este desinterés no solo lo experimenta el público en general, sino también el público especializado. La Universidad Johns Hopkins ha sido para mí el centro en el que observar cómo transcurría todo este proceso distópico que hemos vivido. Me recuerdo mirando el mapa covid-19 en las madrugadas con la esperanza de ver alguna buena señal. Algo que no sucedió hasta que llegaron las vacunas.
Porque no olvidemos que de esta pandemia hemos salido gracias a la investigación científica y a la cooperación internacional. Si hoy miramos esta página que marcaba el “estado en vivo” de la pandemia, comprobaremos que se dejaron de recoger los datos del covid-19 allá por el 10 de marzo de 2023.
De modo que, en este contexto de relajación, el levantamiento del “estado de emergencia internacional”, que parece adecuado e indiscutible, también puede suponer que las autoridades sanitarias y los ciudadanos nos relajemos quizás en demasía.
De una parte, y por lo que respecta a las autoridades, se deberían seguir vigilando y secuenciando los positivos para detectar eventuales nuevas variantes. Y por parte de los ciudadanos, aún es necesario maximizar la precaución cuando estamos pasando una enfermedad respiratoria, usando mascarilla para proteger al resto de nuestra infección. O si convivimos con personas muy vulnerables, protegiéndonos en situaciones de tumultos (como las ferias y fiestas, que van a ser muy frecuentes este verano).
La resaca de la era post-COVID
Aunque la emergencia haya cedido, el covid-19 no ha terminado. Ni tan siquiera ha concluido la pandemia. Algo que no sucederá hasta que se dejen de detectar brotes epidémicos en diversos países de más de dos continentes.
Sin lugar a dudas hay que definir las pautas vacunales de ahora en adelante. Las administraciones sanitarias de medio mundo nos han dejado “huérfanos” a este respecto. Desde la evidencia científica, no parece razonable que haya dosis de recuerdo anuales para la población general.
Ya es conocido que la infección natural, así como la vacunación y, sobre todo, la “inmunidad híbrida” (combinación de infección natural y de vacunación) dejan durante al menos dos años una suficiente inmunidad de memoria de nuestros linfocitos de élite (T y B). Pero las dosis de recuerdo pueden ser necesarias para personas con las defensas comprometidas, como pueden ser los mayores de 80 años y los pacientes inmunodeprimidos por deferentes situaciones clínicas (enfermedades de causa inmunitaria, trasplantes o inmunosupresión por terapia antitumoral).
Otra gran asignatura pendiente, y de magnitud muy grande, es el covid persistente, que afecta a un número creciente de personas y actualmente sufre en torno al 10 % de individuos que pasaron el covid.
Esta patología se asemeja en muchos casos a la de enfermedades autoinmunitarias (cuando las defensas atacan al propio organismo), golpea de modo mayoritario a mujeres y ha sido motivo de que se establezcan alianzas entre médicos o investigadores y de que se constituyan grupos de pacientes.
El propio director de la OMS se quejaba de la desidia a la hora de hacer los test diagnósticos de covid. Cada vez se hacen menos y se secuencian menos, lo que nos puede dejar vulnerables si aparecen nuevas variantes del virus. Las autoridades sanitarias no deberían relajar la vigilancia a estos extremos.
Hemos aprendido mucho de ventilación de interiores, que ayuda no solo en la prevención de la transmisión del covid, sino de todas las infecciones respiratorias. Una buena regulación y control de la calidad del aire en espacios cerrados sería más que recomendable.
Otro reto pendiente es el fin del uso de las mascarillas en los lugares restringidos en la actualidad (centros sanitarios y farmacias). Parece buen momento revisar esta norma y eliminar la restricción en farmacias y en la mayor parte de los espacios sanitarios, salvo las urgencias y salas especialmente concurridas por pacientes en espera.
Los sistemas sanitarios se extenuaron entre el 2020 y 2022 y aún no han vuelto a recuperarse. Hay graves carencias de personal y de medios.
Ello es debido a que el covid-19 llegó para quedarse entre nosotros. Seguimos teniendo casos, ingresos hospitalarios y —desgraciadamente— muertes. Todos estos datos no tienen que ver con los que se producían por abril de 2020, pero a día de hoy siguen muriendo 500 personas al día por esta enfermedad en el mundo, frente a los más de 15 000 en el peor momento de hace tres años. La pandemia ha dejado un registro oficial de 7 millones de muertes, aunque todas las estimaciones elevan este número a unos 20 millones.
Entretanto, este que les escribe también fue a la Feria de Abril en su nueva residencia, Sevilla. Y también estoy experimentando mi tercera infección por SARS-CoV-2, a pesar de haberla pasado con delta en julio de 2021 y con ómicron en enero de 2022, y a pesar de tener una pauta de vacunación completa.
Eso sí, apenas tengo síntomas: parece un brote alérgico, con mocos, estornudos y un leve dolor de garganta. De hecho, me retrasé en hacerme test porque soy alérgico y pensaba que tenía rinitis alérgica. El dolor de cuerpo pudiera confundirse con mi regreso al gimnasio con un preparador personal. La vida, a pesar de todo, sigue.
Este artículo se publicó primero en The Conversation