Isabel tiene 31 años y nunca le ha gustado el sabor de las bebidas alcohólicas. Por eso, desde muy joven se decidió a no tomarlas cuando salía con sus amigos. Lo mismo le ocurre a Daniela (nombre ficticio), de 30 años. Ella tampoco ha bebido alcohol nunca, porque, según cuenta, no le ve sentido a “tener que beber porque sí”. Marta, a sus 41 años, sí que reconoce haber bebido durante un tiempo. Sin embargo, a los veintitantos lo dejó por empezar a tomar medicación para la depresión y la ansiedad. Además, antes de eso ya le sentaba mal el alcohol y no lo toleraba bien. En cuanto a Arnau, que ahora tiene 42, bebía cuando era adolescente, para sentirse integrado. Sin embargo, poco a poco fue dejando el alcohol y se dio cuenta de que se lo pasaba incluso mejor. Su caso es similar al de Víctor, de 40 años, que también bebió durante la adolescencia, pero no se sentía cómodo con la sensación de embriaguez, por lo que lo terminó dejando.
Todos ellos son adultos jóvenes que, por un motivo u otro, han decidido no beber alcohol. Algunos no lo han probado nunca. Otros cambiaron de opinión. Pero todos tienen algo en común. El hecho de haberse encontrado con cierto rechazo social en algunas circunstancias. Es un hecho que, aunque conozcamos de sobre los peligros de las bebidas alcohólicas, su consumo sigue estando normalizado. Tanto, que quienes no las toman se ven casi como bichos raros. Eso lleva a que el consumo social esté muy extendido.
Así empieza el contacto con el alcohol de muchas personas que, de otro modo, quizás no hubiesen bebido nunca. ¿Pero por qué? ¿Cómo puede ser tan fuerte el poder de la sociedad para que nos lancemos a beber algo que, quizás, ni siquiera nos gusta?
El poder de la sociedad
“Pero hombre, no seas soso, bebe algo, ¿no?”. “Te queremos ver borracha, cuando no mires te pondré alcohol en la bebida”. “Mójate los labios para brindar al menos”. “Así no te vas a divertir”. Todas estas son frases que han escuchado alguna vez en su entorno las personas que han dado su testimonio para este artículo. Esto es lo que, a menudo, nos lleva a empezar a beber cuando somos jóvenes. La presión social y la necesidad de encajar.
Y es que, según ha explicado a Hipertextual Carlos Serrano, psicólogo y director de Serrano y Martín psicólogos, aunque cada caso es distinto y se debe analizar individualmente, puede haber patrones muy parecidos. “Beber en espacios sociales puede estar influido por la presión social que ejercen en nosotros nuestros amigos, compañeros de trabajo o incluso la propia familia”, explica. “Y también por la necesidad de pertenecer y ser aceptado a nivel social, algo que a nivel psicológico influye mucho en nosotros y en nuestras conductas”.
Las consecuencias positivas que obtenemos en dichas situaciones “refuerzan poderosamente las conductas de beber alcohol”. Eso es así porque a todos nos gusta sentirnos pertenecientes a un grupo. “Por eso mismo, si obtenemos este tipo de beneficios, así como la aprobación social, será probable que el hecho de beber socialmente se mantenga en nuestra vida”.
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Beber alcohol para sentirse integrado
Por todo lo mencionado anteriormente, muchas personas se consideran bebedoras sociales. Es decir, nunca beben cuando están solos o si se encuentran en compañía de otras personas que no beben. Pero si el entorno social invita a ello, no dudan en tomar las copas que sean necesarias.
De hecho, incluso quienes no beben nunca a veces se ven obligados a dar su brazo a torcer. El propio Arnau nos cuenta que poco después de dejar de beber volvió a hacerlo en alguna ocasión para sentirse integrado. “Al principio lo hacía alguna vez, porque pensaba que igual estaba siendo un soso y que era poco divertido, y que si bebía me integraría mejor en el grupo”, recuerda. “Pero poco a poco dejé de hacerlo, a medida que mi deseabilidad social fue disminuyendo y me empezó a importar menos la opinión de los demás”.
En cuanto a Víctor, nos confiesa que alguna vez se ha tenido que inventar que en el pasado tuvo problemas con el alcohol para que no le insistieran.
De cualquier modo, es difícil mantenerse firme con todos los estímulos a favor del alcohol que nos rodean continuamente. Aun así, Serrano explica en conversación con este medio que todo esto no deja de tener un importante componente cultural, que varía de unos lugares a otros.
“Hay países donde el consumo está más normalizado que en otros. O incluso el hecho de ser hombre o mujer. Por ejemplo, puede darse el caso de que los hombres beban más que las mujeres, seguramente no por algo biológico, sino por cómo la cultura nos moldea para comportarnos de una u otra manera”.
Carlos Serrano, psicólogo
¿Quiénes son más vulnerables?
Todos nos hemos visto en alguna ocasión más o menos empujados a beber alcohol en entornos sociales. Cualquiera es susceptible de hacerlo. Sin embargo, sí que puede haber personas más o menos vulnerables, como bien cuenta Serrano. “Por ejemplo, si una persona ha tenido familiares con estas conductas de quienes haya podido aprender, o si tiene pocas habilidades asertivas”. También puede ser más vulnerable “si se encuentra en un estado depresivo o en una situación de vida precaria”.
Aun así, el psicólogo nos da su opinión personal. “Personalmente, considero que, más que buscar variables de disposición a nivel individual, deberíamos enfocarlos a nivel social: estilos de vida, situaciones económicas privativas, recursos sociales que podamos tener o no tener…”. Es decir, “al contexto social en general y en su influencia en cómo nos comportamos, algo que tanto los modelos médicos como políticos suelen obviar, seguramente por intereses personales”.
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Sin acceso a bebidas sin alcohol
Ya hemos visto que, a menudo, muchas personas se ven empujadas a beber alcohol por las personas que les rodean. Pero el propio entorno, más allá de las personas, puede ser más o menos propicio en este aspecto. Y es que, a veces, o no hay otras opciones o estas son muy escasas.
Según un estudio publicado recientemente por científicos de la Universidad de Cambridge, si las personas tuviesen a su disposición una mayor variedad de bebidas no alcohólicas en los supermercados, quizás consumirían menos alcohol. El experimento en cuestión se llevó a cabo en una simulación de supermercado online. Y, efectivamente, cuando la variedad era más alta, las personas hacían una compra simulada con menos alcohol.
En ciertos entornos festivos ocurre lo mismo. Nos lo cuenta Arnau con algunas experiencias propias. “En algunos eventos, como cenas de empresa, fiestas, etc., las opciones para beber suelen ser todas alcohólicas, y para tomarte algo tipo un zumo, una coca-cola o un agua, tienes que pedirlo expresamente y te suelen mirar raro”, explica. “En ocasiones también he notado que sales a cenar, el menú incluye bebidas alcohólicas y cuando pides si te pueden cambiar el alcohol por otras bebidas te dicen que no, con lo que acabas pagando un sobrecoste innecesario”.
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De hecho, en este sentido cuenta otra experiencia especialmente llamativa. “Recuerdo una vez en un evento de empresa, que literalmente solo había alcohol”, rememora. “Me acerqué a un camarero y le pedí si tenían alguna bebida no alcohólica, a lo que me dijo:’Por supuesto que no, esto no es un chiquipark’”.
Variación a nivel regional
Esto ocurre también en los lugares en los que se mantiene la costumbre de poner tapa con la bebida. En algunas ciudades y algunos bares concretos, aún se da la vieja tradición de que si pides agua o un refresco no se incluye la tapa.
En cambio, Arnau, que ahora vive en Londres, cuenta que ya no se ve tan a menudo en estas situaciones. “Aquí es un poco más fácil, porque hay mucha diversidad y están acostumbrados a que haya por ejemplo musulmanes, entonces se suelen ofrecer muchas opciones alternativas”.
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No tiene nada que ver con la diversión
“Sí que aguantaste bailando, y eso que no bebiste”. Esto nos cuenta Isabel que ha tenido que escucharlo después de alguna noche de fiesta. No es un comentario poco habitual, pues aún existe la creencia de que el alcohol es necesario para disfrutar.
Es cierto que cuando bebemos alcohol nos desinhibimos. Eso ocurre porque la dopamina que se libera como respuesta actúa inhibiendo parte de la actividad de la corteza prefrontal, que es la región cerebral encargada del razonamiento moral y el seguimiento de las reglas sociales. Por lo tanto, puede desinhibirnos en muchos sentidos. Esto puede hacernos creer que así lo pasaremos mejor, pero no siempre es así.
De hecho, todas las personas con las que hemos hablado reconocen pasarlo bien sin necesidad de beber. Incluso Marta va más allá y señala que ve a la gente muy cambiada cuando bebe y que “no son graciosos”. Aun así, siente que esto también la aísla. “Me siento discriminada, pero no por no beber, sino por el hecho de que estar sobria mientras todos están ebrios me aísla. Son ellos los que están en otro mundo que solo es gracioso si también has bebido”.
La generación Z y el consumo de alcohol
Todas las personas que han participado en este artículo son millennials. Tras ellos viene la generación Z que, según algunos estudios, tiene una menor costumbre de beber alcohol. De hecho, cada vez se ve más atractivo entre ellos que una persona sea abstemia. Esto, de nuevo, tiene una explicación basada en la psicología.
“Posiblemente haya más conocimiento sobre las consecuencias del alcohol que antes o que las redes sociales hayan permitido desmentir reglas que teníamos antes tan interiorizadas sobre el beber alcohol en situaciones sociales”, explica Serrano. Como ejemplo, cuenta un caso que se dio recientemente en las redes. “Hace poco se hizo viral un vídeo de una chica que ridiculizaba a un chico con el que quedó por pedirse en una primera cita un batido de chocolate”, señala. “Twitter se llenó de gente criticando la actitud de la chica y apoyando al chaval, compartiendo experiencias para que se viese que hay más gente que prefiere ser abstemia”.
En definitiva, algo está cambiando en la generación Z. Pero debemos tener cuidado, pues el consumo social no ha desaparecido, sino que se ha desplazado a otro tipo de hábitos. “Hay otro tipo de consumo que está muy normalizado y socialmente visto como atractivo”, recuerda el psicólogo. “Los vapers o las bebidas energéticas, por ejemplo, a pesar de que aún no tenemos muy claro cuáles son las consecuencias a largo plazo”.
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¿Qué podemos hacer?
Nada ni nadie debería empujarnos a beber alcohol. Este no deja de ser un acto que puede conllevar ciertos perjuicios, por lo que, con la suficiente información, somos cada uno de nosotros quienes decidimos si queremos hacerlo.
Pero a veces es difícil. Por eso, Carlos Serrano recomienda un sencillo ejercicio.
“Analiza primero cómo es tu entorno social, si este te coacciona o ridiculiza cuando quieres comportarte tal como quieres ser. ¿Es este un buen lugar en el que querer socializar? Seguramente no. Piensa que, aunque nos cueste, prescindir de este tipo de gente nos ayudará a ser más coherentes con nosotros mismos y nos motivará a tomar estas decisiones”.
Carlos Serrano, psicólogo
No eres más guay, ni más divertido si bebes. Tampoco tienes que mojarte ni siquiera los labios si no quieres. Que nadie te mire mal por decidir cuidarte.