En la película Hambre, de Netflix, cada suceso importante ocurre en la cocina o frente a un plato de comida. El director Sitisiri Mongkolsiri analiza la relación de la urgencia por comer con el poder. Desde una óptica lóbrega, desagradable y tensa, acompañada de un impecable apartado visual, presenta cada bocado como un desafío a la moral, una pregunta espiritual e, incluso, una forma de maldad. El escenario será un opulento restaurante de Bangkok, que se convertirá en un espacio de horrores sutiles cada vez más inquietantes. 

Aunque Hambre no es una película de terror. Quizás, su mayor virtud sea precisamente mezclar con habilidad el drama y el suspense con una cualidad levemente siniestra, sin inclinarse por ningún género. El guion, de Kongdej Jaturanrasamee, avanza con cuidado en una historia en la que la ambición se equipara al talento y la perseverancia.

No obstante, el largometraje no profundiza en un elemento moral ni tampoco intenta dar lecciones acerca del bien y el mal. Como el chef Paul (Nopachai Chaiyanam), protagonista del argumento, la narración apuesta a los matices en lugar de los extremos.

Hambre

El último éxito de Netflix convierte cocinar y comer en actos agresivos y ambiciosos que simbolizan el poder. La cocina de un lujoso restaurante en Bangkok se convierte en el escenario de la violencia, la lucha de clases y el placer. La película analiza el comportamiento humano desde sus dimensiones más ambiguas. El bien y el mal se convierten en la posibilidad de preparar un plato deseado. A la vez, el hambre en un impulso erótico que termina en odio. Comparada con El Menú, The Bear y la ganadora del Oscar Parásitos, la película logra ir más allá de sus referencias más obvias para explorar la oscuridad de la codicia. El acto de comer como la máxima expresión de dominio y de la necesidad humana de ser comprendido y amado.

Puntuación: 4.5 de 5.

En Hambre, comer es un acto de poder

Al mismo tiempo que vemos gritos, enfrentamientos y violencia, se nos presenta una exploración cuidadosa acerca de la identidad. Una y otra vez, Hambre regresa a un tema central. ¿Qué hace que intentemos alcanzar un propósito? ¿Qué impulsa a cualquiera a continuar a pesar de los obstáculos?

No obstante, el argumento de Hambre no se centra en aspiraciones de clase, económicas o de cualquier otro tipo. El relato enfoca su atención en la necesidad de reconocimiento, validación y comprensión. Habla de utilizar el éxito para brindar a la comida un propósito, transformándola en una forma de expresión.

Un plato costoso con ingredientes exóticos es mucho más que un lujo. Es un mensaje sobre quien lo prepara y la persona que lo consumirá. Poco a poco, Hambre equipara el impulso más primario de todos con la sed de lucha, la preeminencia primitiva por el triunfo y, al final, con una necesidad compartida. 

Un éxito inesperado que es más de lo que parece

Es esa cualidad inclasificable lo que, con toda probabilidad, ha convertido a Hambre en un éxito en el catálogo de Netflix. No es una película predecible. Avanza con cuidado en el espinoso terreno del concepto de éxito como parte de un instinto carnal que podría equipararse en poder y significado al erótico. Uno de los elementos más enigmáticos de la cinta es su recurrente idea de apetito. Para el intransigente, arrogante y en ocasiones violento Chef Paul, el hambre es primordial en la personalidad de un ganador. Al menos, desde la óptica en que la concibe.

Aoy, protagonista de la película Hambre, de Netlfix

Para Aoy (Chutimon Chuengcharoensukying), cocinar es un ritual privado y amoroso. Como cabeza de un negocio familiar, sus aspiraciones son las de alimentar —financiera y literalmente— a sus parientes. También, honrar la memoria de la herencia que la une a los alimentos como fuente de placer, comprensión y amor.

La directora logra crear dos espacios específicos al narrar una historia que va de un lado a otro de la misma conclusión. Comer es parte integral de la naturaleza humana. Pero, ¿qué significa? ¿Qué puede lograrse si ese impulso es modulado y convertido en una forma de control?

No es casual que el personaje sea experto en el Wok y los fideos. Un arte en el que se debe regular el fuego para evitar que el alimento pierda su sabor y consistencia. La metáfora permite escudriñar en el carácter de su personaje. Aoy es paciente y observadora, sabe cuándo retirar los ingredientes del fuego, y tiene la seguridad suficiente para gestionar la dificultad del plato. Hambre medita sobre el poder que conlleva producir algo a base de experiencia y habilidad. La satisfacción egoísta y vanidosa que esa conciencia produce.

El enfrentamiento de dos formas de ver el mundo en Hambre

Cuando Aoy ingresa al grupo de mesa de Paul, el choque de ambas visiones se convertirá en una exploración sobre el deseo. Un tipo de lujuria carnal que no tiene relación real con el sexo, sino con la urgencia por tener y poseer. Gradualmente, la película abandona el terreno de un enfrentamiento de personalidades y se hace más incómoda, dura y casi perversa. 

Comer deja entonces de ser el mero placer de alimentar a otros y se convierte en una competencia de dos puntos de vista que se mezclan en los matices. Aoy, que siempre anheló entrar en el mundo de la Alta Cocina, encuentra que lograrlo cercenará una parte de ella misma de la que no tenía consciencia. Paul intentará moldear a la nueva miembro de su equipo a su imagen y semejanza.

Al final, Hambre medita sobre el ser humano, las jerarquías basadas en la inteligencia y la necesidad de complacer. También sobre la lucha codiciosa por dominar, incluso desde métodos ocultos o imprevisibles, el comportamiento de otros. No es una película sencilla de entender, pero su guion tiene la suficiente solidez como para profundizar en el miedo, el anhelo y la esperanza.

Claro está, es inevitable comparar Hambre con la película El Menú, de Mark Mylod, o la serie The Bear. Pero, a diferencia de estos argumentos, la cinta de Netflix muestra la oscuridad interior con más sutileza, como una infección que se propaga a través del placer. Comer no es solo un acto común. Es una puerta abierta hacia anhelos inconfesables y a menudo incontrolables. Un elemento que se hace evidente en su espléndido final.

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