En su gran primera aparición, el chef Slowik (Ralph Fiennes), personaje central de la película El menú, disponible en Disney+ y Star+, deja claras dos cosas. La primera, que la cena que se degustará a continuación, es el resultado de meses de trabajo. No se trata solo de comida, sino de una experiencia que debe incluir la reacción de los comensales para estar completa.

La segunda, que es el dueño absoluto de cada cosa que ocurre en su restaurante. Un dictador vestido en un fino delantal blanco que puede incluso decidir sobre la vida y la muerte de todos los que están a su cargo.

La premisa del largometraje de Mark Mylod es impactante, pero en absoluto novedosa. Durante buena parte de su historia, el cine utilizó cocinas y manjares para narrar mejor y de manera más puntual al ser humano. Al usar como elemento central el instinto primitivo de la alimentación, una multitud de argumentos se hacen preguntas frontales sobre la identidad. Pero también, como en El menú, lo que la comida puede simbolizar al ser el núcleo de apetitos naturales e, incluso, inconfesables. 

El miedo entre alimentos en otras producciones más allá de El menú

Un buen ejemplo de lo anterior es la película El Hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia. En el relato, plataformas repletas de alimentos descienden a través de un múltiple niveles, poniendo a prueba la resistencia mental de rehenes hambrientos.

De la misma forma que en El menú, los comestibles no son atrayentes o apetitosos, sino anzuelos para arrastrar a los que los comerán a lugares oscuros. Por otro lado, en la aterradora Delicatessen, de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, comer es una decisión moral. Una tentación en la que caer puede convertir a los personajes en verdaderos monstruos. 

En el mismo hilo, Okja, de Joon-ho Bong, plantea la comida como un dilema espiritual. ¿Hasta dónde podemos admitir el sufrimiento animal para el placer culinario? Aunque no aparece ningún restaurante en la película — no de manera directa —, el mensaje es evidente. La gastronomía puede convertirse en un símbolo para analizar nuestros deseos. Al menos, a costa de qué satisfacemos la mayoría de ellos.

Hannibal y su similitud con El menú

Sin ser un chef, Hannibal Lecter, también es una representación de la comida como objeto de poder. El asesino en serie más famoso de la cultura pop no solo es un caníbal. También — tanto en su versión cinematográfica como en la icónica serie — es un entusiasta del ámbito culinario.

La combinación convierte al hambre del personaje en un aterrador lugar psicológico, lo mismo que sucede con El menú. Para la historia del cine queda una de las secuencias finales de Hannibal de Ridley Scott. En ella, el personaje cocina el cerebro de un hombre mientras este continúa con vida. Un momento que llevó la percepción de lo repugnante a un nuevo nivel.

El amor y la cocina también tienen cabida

Sin embargo, al contrario de lo que parece sugerir El menú, los grandes escenarios culinarios son algo más que centro de horrores. En Un viaje de diez metros, de Lasse Hallström, una afamada experta en restaurantes comprende el sentido de alimentar con sensibilidad. Un concepto vinculado directamente con el hecho de la preparación gastronómica como algo feliz.

En el clásico mexicano Como agua para chocolate, de Alfonso Arau, la cocina es el único refugio de Tita (Lumi Cavazos). Además de un espacio en que puede transmutar la comida en, literalmente, magia. La película, en cierta sintonía con El menú en este sentido, juega con elementos que convierten el proceso de preparar platos en un ritual ancestral. Eso sí, en esta ocasión es uno capaz de invocar la memoria, el dolor y el amor de formas tan directas como carnales.

Una premisa que por supuesto Ratatouille, de Brad Bird, lleva a su máxima expresión. La historia de una rata con un formidable talento para la cocina es una de las más curiosas de Pixar. A la vez, la que tiene una de las escenas más entrañables de la filmografía del estudio.

Cuando el crítico culinario Anton Ego (con la voz de Peter O’Toole) degusta el plato titular, el primer bocado le lleva al pasado. Pero no solo se trata del recuerdo que evoca. La imagen abarca un viaje por la memoria que le hace reencontrarse con el sentido emocional del arte gastronómico.

La deliciosa idea de comer para recordar

En Chocolat, otra película del director Lasse Hallström, la repostería tiene un valor esencial. Vianne Rocher (Juliette Binoche) puede comprender los dolores y malestares de sus clientes a través de cómo degustan este dulce manjar.

Se trata de un concepto emparentado con el misterio y un hilo conductor a través de la sensualidad y la carnalidad. Al final, la producción es una colección de memorias — singulares y sensitivas — de curiosa importancia.

En Julie & Julia, de Nora Ephron, un recetario esencial en la cultura culinaria norteamericana une a dos mujeres a través del tiempo. Pero, más que eso, convierte la degustación y el placer de comer en enseñanzas.

Hay una considerable generosidad en cómo la película enlaza la vida de Julie (Amy Adams) con la de conocida Julia Childs hasta crear un único escenario. A la vez, en cómo deja claro el papel de la comida como una herencia que se lega de generación en generación. 

Al otro lado de la puerta de la cocina, lo que esconde El menú

El menú, de Mark Mylod, enlaza los códigos del cine de terror con una burla social muy refinada. No obstante, su mayor interés no es regodearse en el miedo de los desafortunados comensales de un chef desalmado.

El menú, la película

La historia de la película avanza hacia lugares poco comunes sobre la concepción que tenemos acerca de comer. ¿Qué es en realidad el acto de sentarse a la mesa? ¿Una conversación cultural o un símbolo de lujo que en poco o nada se relacionan con la sensación física de la degustación?

Las respuestas a esas preguntas las tienen las secuencias finales de la película. En ellas, Margot (Anya Taylor Joy) mastica con deleite una sencilla hamburguesa. Entre decenas de platos preparados para asombrar, aterrorizar y enviar mensajes retorcidos, la metáfora tiene un considerable peso.

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La comida es parte de lo que consideramos valioso. Un sentido profundo sobre los recuerdos y los elementos que forman la individualidad. Una idea en apariencia sencilla que reviste poder.