La tercera temporada de Emily in Paris comienza con una pesadilla. Una en la que la protagonista titular debe decidir. ¿Regresar a su natal Chicago o permanecer en el París de ensueño en la que ha transitado con dificultad por tres años? Sin duda, es una pregunta compleja, pero Emily (Lily Collins) evitará por todos los medios responderla. Al menos, no de inmediato. Después de todo, su añorado sueño de permanecer en la capital francesa está más cerca que nunca de hacerse realidad.
Al otro extremo, Emily también debe lidiar con su vida emocional. “No puedo pensar en mi vida dividida en dos partes”, comenta mientras conversa con Mindy (Ashley Park) en medio de una soleada mañana parisina. Aunque eso signifique, por supuesto, traicionar a su mentora o a la mujer que confió en ella durante su vida en Francia.
En el peor de los casos, aunque cualquier decisión implique romper algún que otro corazón. ¿Cuál será la decisión de Emily en esta oportunidad? ¿Tomar su colorido equipaje y volver al lugar al que pertenece o luchar por una nueva vida?
Si el conflicto parece familiar en la serie de Darren Star es porque lo es. De hecho, uno de los puntos más sorprendentes de la tercera temporada de Emily in Paris es no hacer el menor cambio en su argumento. Pero, aun así, resulta fresca. Incluso tan entretenida con sus debates triviales sobre la ética laboral y el amor contemporáneo como lo fue en su primera entrega.
Emily in Paris
La serie, quizás el fenómeno más inexplicable de Netflix y el más entrañable, llega a un punto en el que, como Emily, deberá tomar una decisión. Una que le lleve a un punto más maduro o simplemente encontrar cómo reconstruir su fórmula para un nuevo público. No obstante, el argumento - que avanza muy poco desde su segunda temporada - es un ingenioso juego de guiños a su propio concepto. De hecho, uno de los puntos más fuertes de esta crónica superficial a la vida ideal es negarse a tomarse en serio.
Emily de paseo por las calles luminosas de un sueño
Emily in Paris, quizás el fenómeno más inexplicable de Netflix y el más entrañable, llega a un punto en que, como Emily, deberá tomar una decisión. Una que le lleve a un punto más maduro o a encontrar cómo reconstruir su fórmula para un nuevo público. No obstante, el argumento — que avanza muy poco desde su segunda temporada — es un ingenioso juego de guiños a su propio concepto.
De hecho, uno de los puntos más fuertes de esta crónica superficial a la vida ideal es negarse a tomarse en serio. Varias de las mejores escenas (las más graciosas y amables) dejan claro que Star sabe con exactitud qué necesita su programa para triunfar. Emily, que se debate entre la posibilidad de abandonar a París y a Gabriel (Lucas Bravo), está en medio de aguas movedizas. Podría tanto perder como ganar un empleo, el amor que anhela, incluso su futuro.
De modo que intenta consolar el dilema de una manera drástica. En cualquier caso, a la manera drástica que Emily in Paris puede mostrar. Esa es, por supuesto, cortando su cabello. Un buen mechón del fleco sobre la frente, para demostrar su ímpetu aventurero. Cuando se mira en el espejo, el personaje sonríe. “De modo que ahí estás”, comenta sobresaltada y un tanto azorada.
Quizás, uno de los puntos más sorprendentes de Emily in Paris sea la forma en que utiliza la trivialidad a su favor. La sensación perenne de que la serie es una colección interminable de postales de una ciudad luminosa y exquisita. Después de todo, el argumento no tiene la intención que contar algo que las pequeñas batallas de su protagonista.
Lograr que, incluso, desde esa versión empalagosa y venial del desafío profesional y la confusión emociona, Emily sea entrañable. Lo logra y lo celebra como una extraña versión de una historia que avanza hacia sus propios lugares sin esfuerzo. La tercera temporada de Emily in Paris es quizás la depuración de sus puntos más altos, los más elegantes y mejor estructurados. Quizás, un riesgo creativo que obligará a Emily in Paris, antes o después, a crecer.
Emily en plena madurez
Pero por ahora, Emily in Paris sigue siendo el placer culposo predilecto de Netflix. Otra vez, la protagonista va y viene con un estilismo novedoso y extraordinario que deslumbra. París brilla como un escenario imposible y edulcorado en que todos los sueños se cumplen. No obstante, Darren Star sabe con toda claridad que el fenómeno no es incombustible y para sus últimos capítulos, la serie muestra un giro inesperado. No se trata claro de la anhelada — necesaria — decisión de Emily. Pero sí, de lo más cercano a esa visión que finalmente, la gran protagonista de la épica banal de París, alcanza un nuevo escenario.
Como en sus dos temporadas anteriores, toda la narración de Emily in Paris, transcurre en la grata y singular sensación de una banalidad culposa. Pero el final de temporada deja claro que bajo el artificio y la belleza empalagosa, hay algo más que descubrir.
¿Emily in Paris finalmente madurará, ya sea tome una decisión o no? La gran tradición navideña de las aventuras de Emily en la gloriosa París podría estar a punto de terminar. Pero hacerlo con una elegancia que sorprende por su elocuencia. Quizás, lo más sorprendente de su más reciente entrega.