El ser humano lleva miles de años domesticando abejas con la finalidad de aprovechar ese recurso natural llamado miel que resulta sumamente atractivo para nuestro paladar. De hecho, hay pruebas de que la apicultura —o crianza de abejas para obtener miel— existía ya en el Antiguo Egipto hace al menos 4.500 años. A pesar de su origen ancestral, lo cierto es que la miel conforma un condimento indispensable que forma parte de infinidad de dulces y preparaciones tradicionales en un sinfín de civilizaciones modernas.
Además de ello, la apicultura es una actividad de interés crucial para el medio ambiente. Gracias a las abejas se lleva a cabo la polinización de muchas flores que de otra forma no recibirán el material genético necesario para seguir adelante con su especie. Las abejas no lo hacen queriendo –que sepamos, al menos–. Ellas simplemente se sienten dulcemente atraídas por el néctar que emana de las flores.
Un néctar cargado de azúcares que utilizarán posteriormente para elaborar miel. Indirectamente, las abejas transportan el polen responsable de la reproducción de las plantas desde los estambres hasta los pistilos de la flor.
Así se transforma el néctar
La magia de la miel se produce gracias a la química, ya que las abejas tienen en su saliva unas enzimas llamadas invertasas que transforman la sacarosa del néctar de las flores en fructosa y glucosa, ambos azúcares simples. De esta forma, la síntesis de la miel comienza en la propia boca de la abeja a través de su alargada lengua que succiona el néctar. Una vez extraído, el néctar puede almacenarse según conveniencia en el buche de la abeja hasta llegar a la colmena.
Una vez allí, las abejas se pasan el néctar de boca en boca como si fueran dos adolescentes con un hielo en un botellón. Las famosas abejas obreras son las responsables de este intercambio de material, procediendo a colocar el material resultante en las reconocibles celdillas hexagonales que conforman el panal. Ahí mismo es donde la miel logra producirse tras el enorme esfuerzo de las abejas obreras.
Pero no es tan rápido, ya que es necesario reducir el porcentaje de humedad del néctar, que suele estar en torno al 60-70 %, hasta el 18 % aproximadamente característico de la miel. Las abejas lo consiguen batiendo sus alas y generando aire que acelera el proceso de evaporación del agua. Qué listas son las jodías, ¿verdad? Esto posibilita, entre otras cosas, que la miel aguante durante mucho tiempo sin echarse a perder ya que los microbios lo tendrán complicado para crecer en un entorno bajo en agua y rico en azúcares.
Panales hexagonales y tipos de miel, todo un universo
La sociedad de las abejas es robusta, sólida, y funciona con la precisión de un reloj suizo. Casi nada falla en este sistema perfecto de la naturaleza. De hecho, se considera que el sistema hexagonal que utilizan las abejas para producir miel es una auténtica proeza matemática, ya que representa el sistema más eficaz y económico posible a la hora de producir miel.
¿Nunca te has preguntado por qué las abejas construyen a base de hexágonos, y no cuadrados o triángulos? Es una pregunta que lleva asombrando a los matemáticos desde hace muchos años. Y esta es la explicación: los hexágonos son el método más eficaz para obtener mayor cantidad de miel con menos esfuerzo, ya que no dejan espacio entre los huecos creados. Pura fantasía de la naturaleza.
Seguro que has oído hablar de la miel de eucalipto, la miel de azahar o la miel de romero, entre otras variedades. ¿Cómo es esto posible? ¿Acaso las variedades de mieles son infinitas? Lo cierto es que pueden llegar a existir tantos tipos de mieles como flores. Como imaginarás por todo lo que hemos comentado a estas alturas, el nombre de las diferentes mieles bebe directamente del néctar original a partir del cual se ha elaborado. Es decir, de la flor de la planta concreta donde las abejas obtienen dicho néctar.
La variedad de miel “milflores”, por ejemplo, hace referencia a la amplia variedad de néctares que han intervenido en su creación. Todo ello queda regulado a nivel legal en la norma de calidad de la miel en España, que establece criterios concretos para el etiquetado de estos productos. Uno de los más importantes: la obligatoriedad de indicar el origen de la miel.
Miel solar y agrovoltaica
Otro tipo de miel que quizá no has escuchado tanto es la “miel solar”. Esta variedad ha cobrado bastante protagonismo en España a raíz de un proyecto realizado por la compañía Endesa dentro del marco de su planta fotovoltaica Las Corchas en Carmona, Sevilla. El simpático nombre que recibe este producto se debe al aprovechamiento de la finca donde se ubican los paneles solares de la planta fotovoltaica, que alberga todo un apiario completo donde los apicultores locales obtienen miel y diferentes subproductos a partir de la actividad de las abejas.
Este tipo de acciones se enmarcan dentro de la llamada “agrovoltaica”, una tendencia en alza que busca compatibilizar el uso de energías renovables con prácticas locales sostenibles que enriquezcan la zona rural concreta donde se ubican. Además del apiario solar, la planta fotovoltaica de Las Corchas también da cobijo a ganado que pasta a sus anchas por el terreno, alimentándose de los vegetales que crecen al pie de los paneles solares de la finca.
Decíamos que la apicultura ya es en sí misma una actividad positiva para el medio ambiente por todo lo que supone en torno a la actividad de las abejas y la polinización. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declara que la apicultura “ayuda a crear sistemas de vida sostenibles”. Si además de ello sumamos otras actividades complementarias con el mismo espíritu sostenible, lo cierto es que las ventajas relacionadas con el aprovechamiento de recursos como energía y suelo son superiores. Según un estudio de la revista Nature, la demanda mundial de energía se compensaría con la producción solar si incluso menos del 1% de las tierras de cultivo se convirtieran en un sistema agrovoltaico.