Este año, la mayoría de quinielas para el Premio Nobel de Medicina apostaban que sería para tres de los descubridores de las vacunas del coronavirus: Katalin Karikó, Drew Weissman y Robert Langer. El tercero es el descubridor de la tecnología del ARN mensajero (ARNm) para el tratamiento y la prevención de múltiples patologías. En cambio, los dos primeros fueron los que usaron esa tecnología patentada por él para luchar contra la pandemia de COVID-19. Lo merecían, sin duda. Sin embargo, el galardón ha sido finalmente para el genetista evolutivo Svante Pääbo, quien también era un claro merecedor.
¿Significa eso que ya no podrán obtener el premio Nobel? Para nada. De hecho, las investigaciones por las que Pääbo se ha hecho con el galardón se llevaron a cabo principalmente en los 90 y principios de los 2000. Es bastante habitual que estos galardones se otorguen años, o incluso décadas, después del gran hallazgo que los impulsó, por lo que aún hay esperanza para Karikó, Weissman y Langer.
Eso sí, probablemente, aunque no hayan ganado, sí que hayan estado entre los nominados. El problema es que no podemos saberlo, porque la lista de candidatos solo se da a conocer medio siglo después de la entrega del premio. Aun así, hay motivos para esperar que, en unos años, por fin, los padres de las vacunas del coronavirus sumen este a su inmensa lista de premios.
¿Por qué merecen las vacunas del coronavirus el premio Nobel?
Todas las vacunas del coronavirus desarrolladas hasta el momento han sido un arma clave en la lucha contra la COVID-19. Desde AstraZeneca hasta Moderna, pasando por Pfizer-BionTech y Janssen, todas han salvado millones de vidas después de una carrera contrarreloj que ha mostrado la importancia de invertir en ciencia para el avance de la sociedad.
Sin embargo, AstraZeneca y Janssen emplearon tecnologías que ya se habían usado en el pasado para el desarrollo de vacunas. En cambio, tanto Pfizer-BionTech como Moderna se basaron en la tecnología del ARNm previamente desarrollada por Langer en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). En ambas compañías, fueron Karikó, desde BionTech, y Weissman, desde la Universidad de Pennsylvania, quienes materializaron la primera vacuna del coronavirus basada en esta tecnología.
Es una herramienta que tiene mucho que dar todavía en el desarrollo de futuras vacunas. Y es que el ARNm es la molécula que lleva las instrucciones para que las fábricas de proteínas de las células, llamadas ribosomas, fabriquen proteínas concretas. Podemos hacer que nuestras células sinteticen la proteína que nosotros queramos, desde alguna cuya carencia esté provocando una enfermedad, hasta una proteína propia de un virus, que haga creer al sistema inmunitario que se ha producido una infección.
De este modo, ya se están estudiando vacunas contra otros virus tan peligrosos como el VIH. O incluso contra parásitos como el causante de la malaria. Además, hay varios estudios en marcha para utilizar la tecnología del ARNm en nuevas técnicas de inmunoterapia contra el cáncer.
Por todo esto, tanto la tecnología del ARNm, como las vacunas que se han desarrollado a partir de ella, merecen el galardón.
No hay que perder la esperanza
Muchos grandes hallazgos científicos recibieron el premio Nobel décadas después de llevarse a cabo.
Por ejemplo, Mario Molina y Frank Sherwood Rowland recibieron en 1995 el Premio Nobel de Química por demostrar que unas sustancias conocidas como clorofluorocarbonos estaban contribuyendo notablemente al deterioro de la capa de ozono. Dichas investigaciones se habían llevado a cabo en 1974, por lo que tardaron dos décadas en obtener el galardón.
Podríamos pensar que en el pasado era diferente. Pero también tenemos casos similares en la actualidad. Por ejemplo, otro galardón tardío sonado fue el Premio Nobel de Química de 2020. Este fue a parar a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier por el desarrollo de la técnica de edición genética CRISPR-Cas9. Sus nombres sonaron como candidatos, edición tras edición, pero fue necesario que pasaran 8 años para que finalmente se hicieran con el galardón. Además, si bien se esperaba que ganasen el Premio Nobel de Medicina, finalmente fue el de química el que se les concedió. Al fin y al cabo, su investigación se había llevado a cabo en el área de la bioquímica y eso supone que pueden formar parte de ambas candidaturas.
Ahora bien, también hay algunas excepciones. Por ejemplo, en febrero de 2016 se anunció la detección por primera vez en la historia de una onda gravitacional. Quizás habría sido muy precipitado conceder a los responsables del hallazgo el premio Nobel en octubre de ese mismo año. Pero solo hubo que esperar hasta la siguiente edición para que, en 2017, Rainer Weiss, Barry Barish y Kip Thorne ganaran el Premio Nobel de Física por ese motivo.
En definitiva, puede ser que un premio se conceda rápidamente o puede que tenga que esperar. Pero, en general, cuando ha sido algo tan relevante como las vacunas del coronavirus, es más que esperable que el premio llegue en algún momento. Solo es cuestión de esperar.