En Pinocho, de Robert Zemeckis y ya disponible en Disney+, la influencia de la clásica y querida versión animada es obvia. La cámara recorre los lugares emblemáticos del relato para dotarlos de renovada vitalidad. Pero, en especial, para demostrar el parecido entre el film de 1940 y el remake Live Action. Hay una evidente necesidad del director de dejar claro su respeto por la famosa producción. Y lo hace en cada ocasión en la que el guion de Simon Farnaby, Chris Weitz y el mismo Zemeckis celebra la historia a través del homenaje. 

En una combinación de varios tramos del cuento original y la icónica animación, Pinocho brinda la extraña sensación de cápsula atemporal. Eso, a pesar de la cuidada escenografía o el uso inteligente de la iluminación como punto central de varias secuencias. Pero Zemeckis no desea que Pinocho sea reconocible como parte de una época.

Más bien, maniobra con la singular posibilidad de ser tan ideal como los sentimientos que intenta construir con cuidado. Durante sus primeros diez minutos, el largometraje deja claro que es un cuento dentro de otro cuento. Una combinación, por momentos irregular, entre el entusiasmo por narrar una historia querida y por hacer un experimento visual. 

Pinocho

Todo el largometraje parece creado a mayor gloria del estudio. Una metódica travesía por los elementos que convirtieron al original en un clásico conmovedor. La icónica canción La estrella azul acompaña al personaje la mayor parte del tiempo. También, el propio Pinocho (con la voz de Benjamin Evan Ainsworth) es, punto a punto, idéntico al original. A excepción de la apariencia del Hada Azul (interpretada por una etérea Cynthia Erivo), cada plano es casi una transición ideal del dibujo a la imagen digital. Con su aire de obra teatral y su capacidad para sostener una atmósfera con pocos elementos, Pinocho intenta, con energía, emocionar.

Puntuación: 3 de 5.

Un recorrido por el mundo de Pinocho imaginado por Disney

No es una decisión casual, ni tampoco una forma de utilizar la nostalgia a favor de la producción. Es evidente que el director se esfuerza por reconstruir un mundo dotado de identidad. Para Zemeckis, es de considerable importancia que, a pesar de provenir de una de las películas más célebres de Disney, Pinocho del 2022 puede funcionar como obra única. Para eso, prueba con pequeñas sutilezas, como un sentido del humor más adulto de lo esperado. Incluso, con algunos juegos de palabras que remiten al centro mismo de la percepción de la realidad y la fantasía.

Pero los pequeños destellos de ingenio no superan la intención inmediata del film y esa es, por supuesto, traer a la vida a Pinocho como relato. Particularmente, la celebrada y ya histórica versión Disney, que marcó un antes y un después en su recorrido por la animación.

Una empresa que Zemeckis se tomó tan serio como para que el resultado en ocasiones parezca limitado y rígido. Si algo desconcierta en Pinocho es su incapacidad para ir más allá de las líneas concretas que la vinculan con la icónica película de animación. La producción tiene poca ambición y está mucho más concentrada en ser luminosa, graciosa y sensible. Algo que, sin duda, es. Sin embargo, la combinación no es suficiente para sostener una narración cinematográfica de interés.

Pinocho llega a una nueva generación sin mucho que ofrecer

El largometraje carece de vida propia. Todo un juego de palabras en medio de un argumento que vincula la chispa vital con el deseo y la intención. Pero, en manos de Zemeckis, la alegoría se queda corta, se convierte en un recorrido por lugares comunes sin el menor rasgo distintivo.

Una y otra vez, la película decae en los momentos más emocionantes. El guion no profundiza en lo que crea la posibilidad de un milagro basado en el amor. Con una frialdad inexplicable, la premisa avanza hacia la necesidad de mostrar lo espectacular, en lugar de la humildad de lo sutil. La entrañable escena en que un solitario Geppetto (Tom Hanks) suplica desesperado adolece de sensibilidad. Esta súplica a la estrella azul, una escena que forma parte del cine clásico, llega al Live Action deslucida y superficial. 

Incluso, la actuación de Hanks parece acartonada y sin mayor sustancia. Su Geppetto es una réplica en carne y hueso de la animada, sin ningún rasgo distintivo o sutileza. Parece que el actor decidió mostrar la bondad del personaje a través de la llaneza. Una versión vacía de un símbolo mayor.

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En la historia animada, el dolor de Geppetto se mostraba tan vivo y real como para ser capaz de hacerse escuchar por un hada. En esta ocasión, solo es una súplica lastimera, una escena pasajera que pudiera no tener relevancia a no ser por sus consecuencias. La diferencia parece pequeña, pero en un cuento que depende de lo imposible — y cómo se expresa —  su importancia es fundamental. 

Para su primer tramo, la maravilla del niño de madera que cobra vida ocurrió. No obstante, no dejó huellas en la audiencia. Más allá, claro, de la atención al detalle de la producción por construir una réplica a escala asombrosa de la gran historia de Disney. Cosa que logra con habilidad y, en especial, con un amplio repertorio de recursos técnicos a su alcance. 

La obra cobra vida a costa de su personalidad

Desde el taller de Geppetto hasta las calles de una Toscana idílica de colores vivaces. El realizador logró captar la atmósfera de ensueño tanto del relato original de Carlo Collodi como de su adaptación cinematográfica más famosa. La versión de la animación de Hamilton Luske, Ben Sharpsteen, Norman Ferguson y Wilfred Jackson asombra por su pulcritud. 

Sin duda, Pinocho es una película rigurosa sobre su origen. Cada detalle está concebido con una minuciosa capacidad para el homenaje. Mucho más, cuando se trata de una singular forma en que Disney homenajea una de sus obras más conocidas. De la que depende, además, buena parte de su identidad como marca. 

De hecho, todo el largometraje parece creado a mayor gloria del estudio. Una metódica travesía a través de los elementos que convirtieron al original en un clásico conmovedor. La icónica canción La estrella azul acompaña al personaje la mayor parte del tiempo. También, el propio Pinocho (con la voz de Benjamin Evan Ainsworth) es, punto a punto, idéntico al original.

A excepción de la apariencia del Hada Azul (interpretada por una etérea Cynthia Erivo), cada plano es casi una transición ideal del dibujo a la imagen digital. Con su aire de obra teatral y su capacidad para sostener una atmósfera con pocos elementos, Pinocho intenta, con energía, emocionar. 

Pinocho, con Tom Hanks

Después del viaje, de la mano hacia una deslucida conclusión

Pero no lo logra. A pesar de todas sus buenas intenciones y el indudable talento de Zemeckis para construir un mundo autónomo, la película decae con rapidez. Para su tercer tramo, ya ocurridas buena parte de sus escenas más espectaculares y recordadas, la producción avanza hacia un final blando.

 Eso, a pesar de tomar una decisión que reinterpreta la narración conocida. De manera casi sorpresiva, el argumento explora un mensaje más relacionado con el autoconocimiento y aceptación que con los prodigios. Una leve contradicción narrativa a todo lo planteado hasta entonces, que termina por ser el punto más débil del largometraje.

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Pinocho, que depende de lo entrañable tanto como de lo espiritual para dialogar con sus elementos más fuertes, no logra encontrar un equilibrio entre ambas cosas. En la conclusión, es notoria la falta de profundidad en su premisa. Un detalle desconcertante en un cuento de hadas que, en sus momentos más poderosos, es una moraleja sobre la identidad y el duelo. Algo que se echa en falta en la versión de Zemeckis. 

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