El reciente anuncio de que Avatar llegará de nuevo a las salas de cine y el regreso de otros clásicos a la gran pantalla invitan a pensar en que, más allá de los nuevos formatos, la experiencia cinematográfica continúa siendo diferencial. Mientras las principales productoras avanzan sobre las plataformas de streaming, en una lucha por ganar suscriptores, la gran pantalla se abre cada tanto a viejas películas, en un gesto comercial que puede interpretarse de otra manera.
La experiencia cinematográfica entraña un proceso de abstracción, la aceptación del pacto ficcional, sostenido por un sistema de verosimilitud, a la par que representa romper con la rutina. Entrar en una sala de cine es dejar a un lado la cotidianidad, silenciar teléfonos, apartarse del ruido de la calle, del paso de la gente y del paisaje urbano, para estar durante un par de horas en una caja negra. Una rutina opuesta a la que plantea el vídeo en streaming, reconocido por la accesibilidad: contenido al alcance de un clic desde el sofá de la casa.
Esa inmediatez condiciona parte de la experiencia porque puso al alcance una variedad de opciones nunca antes vista; incluso, en tiempos de las tiendas de video, se alquilaba un puñado de alternativas y poco más. Ahora, cada plataforma de streaming es una videoteca infinita de contenido que suma, a su base de propuestas, novedades con el paso del tiempo. Parte de esa dinámica y contexto explica la saturación del sector. También suele ser una experiencia aún más individual, en contraste con lo que ocurre en el cine, cuando la historia se comparte con decenas de personas desconocidas.
El regreso a los cines
Junto con Avatar, habrá producciones de otro tiempo que también llegarán a las salas de cine de algunas regiones del mundo. Varias de ellas provienen de un momento histórico muy distinto al actual. A las diferencias tecnológicas que pueda haber entre uno y otro se suman muchos más aspectos, como su contexto y los distintos hábitos de consumo que se producían en ese marco. Aunque puede parecer ajeno, si se mira desde el presente, eran cuestiones que influían en el goce de la producción.
No hace mucho, la cartelera cinematográfica se revisaba en diario. No se descarta que más de un cinéfilo fuera ante la gran pantalla sin haber visto el tráiler de la película, algo impensado en la actualidad, repleta de imágenes y vídeo. En Argentina, por ejemplo, Warner Bros. Picture presentará de nuevo en las salas de cine los siguientes títulos:
- Milagros inesperados (1999)
- Sueños de libertad (1994)
- Juegos diabólicos (1982)
- Superman (1978)
- Mad Max (1979)
- Blade Runner (1982)
- Casablanca (1942)
- El exorcista (1972)
Drama, ciencia ficción, cine de superhéroes. Terror. Se trata de producciones que en la actualidad pueden verse a través de las plataformas de vídeo en streaming y que, sin embargo, es probable que muevan a muchas personas a las salas de cine. ¿Es esto un gesto nostálgico? Sí. ¿Es también uno comercial? Sí. Pero también es una manera de mantener con vida una tradición, recordando la sala de cine como ese espacio en el que la realidad se deja a un lado para sumergirse en el universo narrativo que plantea cada historia.
El cine como plan (y tradición)
La accesibilidad a distintos contenidos mediante las plataformas de streaming puede que también afectara el "ir al cine" como un plan relevante dentro de la agenda de entretenimiento y goce de cada quien. Para no pocas familias, ir a ver una película en pantalla grande podía significar su principal espacio de diversión y acceso a la cultura. Para quienes recién comenzaban a conocerse, la oscuridad de la sala de cine también servía para acompañar las primeras citas.
La sala de cine conserva un aire nostálgico. El prepararse para ver una película mucho antes de estar ante la pantalla. Dejarse sorprender por cuanto ella ofrezca, en dimensiones enormes y como parte de una experiencia colectiva: a veces, mientras unos ríen, otros no y viceversa. La experiencia cinematográfica entraña esa paradoja, aún siendo un asunto individual, se produce en compañía de otros.
A esto se suma su valor nostálgico. Desde la Salida de la fábrica Lumière hasta el próximo estreno del Universo Cinematográfico Marvel, estar ante la pantalla de cine es aproximarse a una sorpresa, al disfrute sensorial de producciones que, por distintas razones, pueden emocionar a quien la observa y, quizá, evocar a quienes ya no están: los papás con los que se vio aquella producción o una pareja que tenía buen criterio.
La lista de películas referidas tiene un valor clave en la historia del séptimo arte. Por su influencia sobre estas producciones, su impacto en la cultura pop, el desarrollo tecnológico que representaron en su momento, junto con otros valores. Entonces, el enriquecimiento de la experiencia cinematográfica en múltiples sentido parece incuestionable.
La calidad, como valor diferencial
Aunque parezca una obviedad, conviene recordarlo: puede que una pantalla hogareña sea de primera línea y, aun así, no alcanzar el valor agregado de la sala de cine. El primer aspecto evidente radica en las dimensiones de unas y otras. Esto, a su vez, permite otras cuestiones. Dentro de ellas, apreciar mejor la fotografía, el grano que pueda tener la película, sus colores, entre otros aspectos. No es casualidad que el estreno de Los Anillos de Poder se haya producido con funciones en cine también: es la mejor manera de sacar provecho a todo el despliegue técnico de la serie.
En el caso de las producciones mencionadas, desde Casablanca hasta Avatar, fueron películas pensadas para la sala del cine. Conviene recordarlo porque, aunque en la actualidad puedan verse en plataformas de vídeo en streaming, se produjeron en un contexto donde esta opción puede que incluso ni se imaginara. Ese detalle no es menor porque condicionó las distintas etapas de producción y realización. Era un tiempo artesanal en relación con muchas de las producciones actuales, que por acuerdos y lapsos, en no pocos casos deben hacerse a prisa.
Cuando propuestas como Mad Max, El exorcista o alguna de las otras mencionadas –junto con una amplia variedad de opciones– son llevadas al cine, se logra algo más que un gesto comercial. Su reproducción en pantalla grande invita a nuevas generaciones a dejarse sorprender por aquello que conmovió o impresionó a otras. La posibilidad de extender esas emociones es, en esencia, cultivar el legado cinematográfico de esas opciones para que referencias como “Play it again, Sam” sean comprendidas a partir de su origen, más allá de que la trascendencia de Casablanca la haya hecho una suerte de referencia pop clave en la cultura cinematográfica.