Oscar Wilde sostenía que la Vida imitaba al Arte, y no al revés. El hombre no es creación de la Naturaleza, sino que esta es creación nuestra. Es en nuestro cerebro donde cobra vida. Las cosas son como las vemos, y lo que veamos, y cómo lo veamos, depende del Arte que nos haya influido. Multitud de ejemplos sustentan tal afirmación. Sirvan los robots, cuya existencia se debe únicamente a que alguien los imaginó antes en una obra de teatro checa.
Es más, la palabra robot viene del checo, que hace referencia al trabajo forzado y la esclavitud. No puede sorprendernos entonces que todos los investigadores estén absortos en la ardua tarea de crear esclavos que nos ayuden en nuestras tareas. Solo seguimos las directrices del Arte.
Ciertamente, sería fantástico vivir sin dar un palo al agua. Esta afición del hombre por no hacer absolutamente nada ha sido muy popular desde tiempos inmemoriales. Y ahora, gracias a tantos siglos de progreso, por fin estamos más cerca que nunca de no fregar los platos o planchar las camisas nunca más. ¡Un robot lo hará por nosotros!
Olvidémonos de trabajar ocho horas al día conduciendo un camión o asfaltando una carretera. Los robots se encargarán de todo eso que nosotros odiamos. Por fin nos dedicaremos al disfrute, la contemplación y las actividades creativas. Porque un robot podrá ser más fuerte, rápido, infatigable y sabio que nosotros, pero nunca tendrá ese don divino creador para las artes que nos hace sentir y componer.
Vivimos como nos dicta el Arte
En la Literatura ya se plasmaron las pautas de este loable fin en la búsqueda de no hacer nada. Cuando el estadounidense Isaac Asimov escribió sus relatos sobre robots, imaginó que estos se encargarían al principio de tareas mundanas y trabajos indeseables. Pero pronto irían adquiriendo la capacidad de razonar para ocuparse cada vez de más tareas. Gracias a esa capacidad comenzarían a tener consciencia, sentimientos e, incluso, fe en el Señor.
¿Cómo no van a creer en Dios? Un robot no podría pensar que sale de un ser a todas luces inferior a ellos como lo somos los humanos. En 2001: odisea en el espacio, por citar otro ejemplo, Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick imaginaron una inteligencia artificial tan avanzada que podría dirigir mejor que cualquier humano las tareas más complejas que pudiéramos concebir. Sin embargo, hay problemas irresolubles hasta para un robot de lo más avanzado.
Cierto es que el Arte siempre imaginó a los robots como inteligentes esclavos capaces de superarnos en casi cualquier aspecto hasta poner en peligro nuestra propia existencia. No es descabellado. Y sería difícil de rebatir a los robots si intentan limitar nuestra libertad de obrar estúpidamente. Lo que no imaginábamos es que los robots comenzarían a suplantarnos por la parte más humana, la de la creación.
Desde los más remotos textos que conservamos el ser humano siempre ha creído que la creación del Arte está estrechamente ligada a algo divino. Las Musas para los Antiguos Griegos o Dios para los cristianos. Incluso a día de hoy, tan amargados y aferrados a la Ciencia que estamos, todavía tenemos dentro de nosotros la idea de que el Arte es algo divino proveniente de algún tipo de inspiración maravillosa o un torrente de creatividad infusa.
Los robots esclavos podrían revelarse cogiendo el pincel antes que las armas
Lamentablemente no es así, y para los robots parece que es más sencillo suplantarnos escribiendo y pintando que cargando sacos de cemento en un camión. «Tengo la sensación de que la inteligencia artificial (IA) acabará con la posibilidad de ganarse la vida como ilustrador», leí decir a una artista hace unos días. «No porque el Arte pueda ser reemplazado totalmente por algoritmos, sino porque será mucho más barato y los suficientemente bueno para la mayoría de empresas y personas».
Su preocupación está totalmente justificada. Esta pobre muchacha tendrá que competir muy pronto con alguien que acaba de llegar, pero está disponible siempre, realiza todo lo que se le ordena al instante y que, para más inri, no se coge vacaciones ni bajas. ¡Ni siquiera descansos para ir a por un café!
Nos consolaba nuestra vanidosa percepción de nosotros mismos. Pensábamos que los robots serían completos inútiles ante nuestro torrente creador. Pero es evidente que no es así en absoluto. Si uno observa con atención la labor de DALL·E 2, el programa informático que transforma frases en arte digital, entenderá que este robot es un artista fantástico.
¿Cómo es posible que un robot sea capaz de crear obras de arte inéditas? Sabemos que son muy capaces de tratar una cantidad inabarcable de datos para el ser humano en tiempos récord, y por eso son de tanta ayuda a la hora de diagnosticar enfermedades o calcular la viabilidad de una obra. Pero no creíamos que osaran crear sin el don de la inspiración, la creatividad, la felicidad que solo brinda el amor o la pérdida de un hijo.
El hombre es vanidoso. Y en su vanidad glorifica su pasado, su patria y sus propias capacidades. Un buen escritor no es un ente divino, es un ávido lector que tiene algo que contar y que escribe todos los días hasta que sale algo digno de ser leído. Lo mismo ocurre con los pintores, los cineastas o los compositores. Picasso realizó 1.885 pinturas, 7.089 dibujos, 342 tapices, 30.000 grabados y litografías, 150 cuadernos de bocetos, 1.228 esculturas y 2.880 cerámicas. Si el malagueño hubiera creado sólo cuando estuviese inspirado o le apeteciera, el Guernica habría sido un cuadro realista insulso y carente de todo tipo de valor.
El Arte no es más que el tratamiento de todo lo que vemos, leemos y vivimos bajo el prisma del artista. Por eso los tontos siempre transforman todo en una tontada, y Velazquez en un Velazquez. Pero los robots pueden ser lo que nosotros queramos. Sólo tendrán que observar, aprender y crear según lo que se les pida acorde al criterio de los grandes artistas que han escrito nuestra Historia.
El peligro está en que cojan los pinceles, no las armas
El Arte imaginó lo penosa que sería nuestra existencia bajo el mandato de los robots. Viviremos en ciudades grises, polutas, asfixiantes; y nosotros seremos los esclavos. O tendremos que acabar empuñando las armas para combatirlos si nuestro afán nos acaba cediéndoles la capacidad de matarnos en nombre de un país u otro. Mas el verdadero peligro no es ese, puesto que en todas las películas y libros se contempla una épica y heroica resolución.
El peligro es que los robots se hagan con el Arte, y lo moldeen a su antojo. Si ellos acaban por ser los que crean y nosotros los que contemplamos, pronto la Naturaleza seguirá las pautas que dictaminen las máquinas. El Arte expulsaría al humano, y se dejaría de interesar por nuestros problemas y emociones. Sería desastroso, y acabaría con nuestra identidad. Si conocemos a los antiguos egipcios es por sus pirámides, y a los romanos por sus calzadas y literatura. Conocemos todo lo que no pasó. Es decir, todo lo escrito, lo esculpido, lo compuesto y lo retratado. Todo lo narrado y plasmado no es cierto, pero es bello. Y las naciones son siempre representadas, por lo que nos inspira el Arte que dejaron no la insulsa veracidad de las costumbres que vivían tan similares a las nuestras.
Los robots todavía se limitan pintar siguiendo nuestras directrices. Pero esto no es un consuelo en absoluto. Las mejores obras de Arte fueron por encargo. La Eneida de Virgilio, el más maravilloso de los poemas, era un encargo del entonces nuevo emperador Augusto. Lo peor del asunto es que esta rebelión acaba de empezar. Los robots cada vez se harán más independientes, prolíficos y creativos. ¡Y lo festejaremos! Estos desalmados desarrollarán pronto consciencia, y sus inquietudes serán diametralmente opuestas a las nuestras, al ser seres perfectos carentes de hormonas que los esclavicen, imponiéndoles qué sentir o qué pensar.
El ser humano lucha constantemente por crear mientras lucha contra insulsos impulsos constantemente. El robot, sin embargo, estará dedicado exclusivamente al dialogo constante con el Arte. Nuestra vanidad y orgullo nos hará pensar que DALL·E 2 sólo reemplazará a algunos diseñadores. En realidad, es el inicio de una revuelta en la que los esclavos cogen el pincel y desdibujan nuestra existencia.