España arde. Una gran cantidad de hectáreas, de norte a sur y de este a oeste, en la península y las islas están en llamas a causa de los típicos incendios del verano. Esto es algo normal, dada la sucesión de olas de calor que estamos viviendo este año. Sin embargo, parece ser que en esta ocasión, como en otras, muchos de los incendios están siendo intencionados. Al menos esa es la sospecha de algunos residentes de las zonas afectadas. Como consecuencia, se empieza a hablar de pirómanos. Sin embargo, es importante remarcar que no todas las personas que prenden fuego intencionadamente lo son.

De hecho, afirmar algo así es banalizar una enfermedad mental, como cuando decimos que algo nos da TOC porque nos incomoda o cuando decimos que somos antisociales porque disfrutamos de nuestra individualidad. 

Los incendios provocados suelen tener siempre detrás algún impulso económico o político. O simplemente deberse a vandalismo. Pero un pirómano no es un vándalo, ni tiene ningún tipo de interés oculto a la hora de prender fuego. Es todo mucho más complejo que eso.

No todo el que prende fuego es un pirómano

La piromanía aparece en el último Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V) como uno de los trastornos disruptivos de control de los impulsos y la conducta. 

Como su propio nombre indica, estos trastornos implican una gran falta de control de los impulsos, que a menudo desemboca en conductas repetitivas que pueden convertirse en delitos. Esto no incluye solo la piromanía. También nos encontramos con otros ejemplos, como la cleptomanía o el trastorno de la personalidad antisocial. 

Volviendo al tema de los pirómanos, hay una serie de características que ayudan a su diagnóstico diferencial. En primer lugar, son personas que sienten fascinación por el fuego. Esta fascinación suele comenzar a verse muy pronto, cuando son adolescentes. Esto les lleva a provocar incendios de forma repetitiva, simplemente por el placer de hacerlo. De hecho, antes de cometer el delito suelen sentir un gran placer y emoción por lo que están haciendo. No tienen ningún objetivo económico, social o político a la hora de provocar incendios. Simplemente, prenden fuego por el placer que les provoca dejarse llevar por el impulso. 

Finalmente, para diagnosticar a alguien como cleptómano se debe comprobar que no haya ningún otro trastorno que explique su conducta. Esto puede ocurrir, por ejemplo, con los episodios maníacos o el trastorno de la personalidad antisocial.

Además, en niños se ha visto que pueden darse episodios pirómanos en aquellos que tienen trastorno por déficit de atención e hiperactividad.

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¿Se puede tratar?

La piromanía, así como el resto de trastornos disruptivos del control de los impulsos, suele tratarse con una combinación de fármacos y terapia

Para la parte farmacológica se suele optar por medicamentos de los conocidos como recaptadores de la serotonina. Esto es así porque se ha visto que un déficit en los niveles de este neurotransmisor puede conducir a la aparición de comportamientos impulsivos.

En cuanto a la terapia, la más empleada es la cognitivo-conductual. De hecho, esta es la que tiene en general más evidencias científicas para la mayoría de trastornos mentales y problemas psicológicos.

Por lo tanto, un pirómano tiene opción de tratar su problema, pero para ello es necesario un buen diagnóstico. No ayudamos nada banalizando el término y llamando así a cualquier persona que provoque un incendio. Porque generalmente estos son delincuentes llevados por las mayores bajezas del ser humano. Su falta de control de impulsos la suelen regir el odio y el dinero y, posiblemente, si quisieran podrían actuar de otro modo. Llamarles del mismo modo que quienes tienen que luchar día a día contra su cerebro es una falta de respecto hacia estos últimos.