Corría el año 1933 cuando Joseph y Liesel Yufe tuvieron a sus gemelos en Puerto España, Trinidad. Él era un judío polaco y ella una alemana católica. Por razones que no sorprenderán a nadie, la pareja no se llevaba del todo bien, por lo que no tardaron mucho en separarse. Indecisos sobre quién debería tener la custodia de sus hijos, optaron por llevarse uno cada uno. Joseph se quedó con el pequeño Jack, mientras que Liesel se llevó a Oskar a Alemania, donde se casó con un partidario del nazismo. Así, sin pensarlo, dieron pie a un importante estudio sobre genética que tendría lugar varias décadas después.
Y es que los gemelos son los candidatos perfectos para estudiar el papel del ambiente y los genes en el desarrollo de una persona. Son genéticamente iguales, aunque con pequeñas excepciones. Por eso es tan interesante analizar los pocos casos en los que, por un motivo o por otro, se han criado por separado. Como Jack y Oskar.
Ambos vivieron la Segunda Guerra Mundial en bandos totalmente diferentes. El ambiente en el que crecieron fue radicalmente opuesto. Sin embargo, cuando la vida les volvió a unir, descubrieron que tenían muchísimo en común. Como es lógico, su historia llamó la atención de la ciencia, concretamente del psicólogo Thomas Bouchard, quien llevó a cabo un estudio sobre estos y otros gemelos separados al nacer.
Tú con los nazis y yo con los judíos
Jack no volvió a Polonia, sino que se quedó con su padre en Trinidad. Allí permanecieron hasta que cumplió los 15 años, momento en que padre e hijo se mudaron a Venezuela para vivir con su tía, la única familiar que había sobrevivido al odio de los nazis.
Por lo tanto, aunque no vivió la Segunda Guerra Mundial en primera persona, mostraba un rechazo lógico hacia el nazismo. Oskar, en cambio, se había criado rodeado de esvásticas y consignas nazis. Incluso llegó a afiliarse a las juventudes hitlerianas.
En realidad, a ninguno se le ocultó la existencia del otro, pero todas las diferencias que les unían les generaron un intenso rechazo a conocerse. Fue Jack quien finalmente, cuando tenían 21 años, se animó a visitar a su hermano en Frankfurt. Ambos se habían casado y formado una familia, eran adultos aparentemente alejados de la crispación de la guerra. Sin embargo, no encontraron simpatía entre ellos cuando se vieron. Ni siquiera podían comunicarse, pues Oskar hablaba alemán y Jack yiddish. Solo encontraban motivos para discutir, de modo que Jack finalmente volvió a su casa al Caribe. Pero no olvidó a su hermano.
Siguió buscando la forma de reunirse con él y la encontró 25 años más tarde, cuando leyó sobre Bouchard, quien estaba realizando un estudio sobre la genética de los gemelos en Minnesota. Jack se puso en contacto con él y le habló de su hermano. Pensaba que el laboratorio de este psicólogo en Estados Unidos podría ser el terreno neutral que necesitaban para aparcar sus diferencias. El investigador estuvo de acuerdo y se puso en contacto con Oskar, quien aceptó reunirse allí con ellos.
El sorprendente parecido de los gemelos
Gracias a la posibilidad de reunirse en terreno neutral, los dos gemelos pudieron pararse a observar sus similitudes. A pesar de no comunicarse entre ellos, ambos usaban gafas de alambre, llevaban bigote y tenían estilos de vestimenta muy parecidos.
También se dieron cuenta de sus gustos en común en lo culinario. Tanto Jack como Oskar adoraban el picante, pero en lo referente a las bebidas alcohólicas preferían licores dulces. Adoraban las tostadas con mantequilla, pero no sin antes mojarlas en el café. Y también compartían manías. Los dos tiraban de la cisterna del inodoro tanto antes como después de usarlo. Incluso tenían en común aficiones tan peculiares como fingir un estornudo para interrumpir los silencios incómodos.
El parecido de ambos era sorprendente y ponía de manifiesto la importancia de los genes. En cuanto al ambiente, es cierto que había forjado en ellos visiones del mundo muy diferentes. Fue precisamente esa personalidad la que les generó rechazo en su primer encuentro. Pero cuando dejaron esas diferencias a un lado pudieron disfrutar de sus similitudes.
Este fue sin duda uno de los casos más curiosos de la carrera profesional de Bouchard, pero no el único. El psicólogo es conocido también por la historia de Jim y Jim, dos gemelos separados al nacer que se criaron con el mismo nombre en lugares diferentes. Cuando se reunieron a los 39 años de edad, descubrieron que ambos se habían casado con una mujer llamada Linda, para después divorciarse y contraer segundas nupcias con una Betty. Esto, por raro que parezca, debió ser casualidad. Al fin y al cabo, nuestros genes no dictan el nombre de las personas con las que nos casamos. Como mucho, nuestros gustos a la hora de elegir pareja. Pero otros datos, como la elección de los nombres de sus hijos, James Allan y James Alan, o sus aficiones, sí que podrían tener una explicación genética.
Los dos gemelos adoraban las matemáticas cuando iban al colegio y se habían convertido en manitas de la carpintería de mayores. Fumaban y bebían la misma cantidad y tenían dolores de cabeza a la misma hora del día.
Es sorprendente lo mucho que dictan nuestros genes sobre nosotros. Sin embargo, somos mucho más que eso. Hoy en día se conoce, por ejemplo, el papel de la epigenética, una rama de la genética que indica cómo puede cambiar la expresión de nuestros genes sin alterar la composición del ADN. Y es que a veces, aunque tengamos los mismos genes, el ambiente en el que nos desarrollemos puede hacer que los encendamos y los apaguemos de un modo diferente. La genética no lo es todo, pero está claro que es una gran parte de quiénes somos. Jack y Oskar fueron un claro ejemplo de ello.