Controlar el hambre es una de las mayores obsesiones del ser humano. Es lógico, ya que se trata de un estímulo que en ocasiones no podemos mantener a raya, arramblando con los donettes de la despensa como si no hubiera un mañana. Por desgracia, para algunas personas este problema va un paso más allá: puede traducirse en ciertos trastornos alimenticios relacionados con las hormonas. No es cosa de broma.
Lo que sí parece de broma es un reciente tratamiento quirúrgico auspiciado por la Universidad Católica de Corea que consiste en introducir un implante en el estómago del paciente para, supuestamente, mantener a raya las hormonas que controlan el hambre.
Lejos de tratarse de un meme de Internet, esta técnica es tan real como la vida misma, aunque por el momento se encuentra en fase de estudio. La gran pregunta es: ¿podría servir realmente para algo? Sus intenciones tienen todo el sentido del mundo, pero plantea muchas incógnitas a futuro. Desde luego, no asegura en ningún caso una correcta educación nutricional en el individuo que le ayude a mejorar sus hábitos alimentarios a largo plazo.
Hambre y apetito no son lo mismo
El apetito es una sensación muy subjetiva, ya que puede variar entre individuos a partir de diferentes factores: genéticos, sociales y físicos. En este sentido, es importante diferenciar varios términos que hacen referencia a las distintas sensaciones que sentimos en nuestro organismo mientras comemos. Suelen confundirse con bastante frecuencia.
Mientras que el apetito hace referencia a una variable psicológica, el hambre se define como la sensación física que sentimos ante la falta de nutrientes. Es decir: el hambre nos marca cuándo debemos comer alimentos para poder realizar todas nuestras funciones vitales. Por otro lado, seguro que alguna vez has oído acerca del término saciedad. La saciedad se define como el período que pasa entre las diferentes comidas que realizamos: cuánto de llenos nos sentimos hasta la siguiente comida. Adicionalmente, existe un segundo concepto denominado “saciación” que se refiere al momento en el que terminamos de comer. En este sentido, la saciación hace referencia a un período de tiempo más corto, que suele rondar los 20-30 minutos: el tiempo que tardamos en llenarnos en una comida.
Sin embargo, esto no siempre es matemático, ya que algunas enfermedades mentales como los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) pueden alterar soberanamente dichas señales del organismo. Por otro lado, durante todo el proceso de digestión existen diferentes hormonas implicadas en hacer que los nutrientes de nuestra comida lleguen a buen puerto. La insulina, por ejemplo, es una hormona liberada por el páncreas que ayuda a que la glucosa obtenida a partir de los alimentos pueda ser utilizada debidamente en nuestras células.
Leptina y grelina, las hormonas que controlan el hambre
Sin embargo, existen algunas hormonas más específicas que influyen sobre el hambre. Son la grelina y la leptina, y ambas cumplen funciones antagónicas pero a la vez complementarias. La grelina es una hormona responsable de estimular el apetito a través de los olores que percibimos.
¿Te cuesta resistirse ante el aroma de tu plato favorito? La culpable podría ser la grelina. De hecho, algunos estudios sugieren que aquellas personas más sensibles a los olores de la comida podrían presentar mayor niveles de grelina en su organismo. De esta forma, la grelina es una hormona que interviene en la saciedad, ya que puede alterar el hambre que sentimos hasta la siguiente ingesta.
A su vez, la leptina también tiene mucho que ver con la saciedad, pero de forma contraria a la grelina. La leptina es una hormona que inhibe el hambre y nos ayuda a incrementar la sensación de llenado tras comer. Muchos estudios han tratado de desentrañar todos los misterios que esconde estas hormonas, ya que un mayor control sobre ellas podría traducirse en ciertas facilidades para perder peso. ¿Cómo podemos controlar la presencia de grelina y leptina? ¿Acaso es viable manipular los niveles de estas hormonas a nuestro antojo? No parece tan fácil, pero sí que podemos manejar algunos factores más mundanos que influyen notablemente en las hormonas relacionadas con el hambre y la saciedad:
- Un adecuado descanso interviene en niveles óptimos de grelina y leptina. Es decir, si dormimos mal es posible favorecer los niveles de grelina en nuestro organismo, implicados en estimular el hambre. Por otro lado, algunos estudios científicos también han sugerido que dormir mal puede disminuir los niveles de leptina, provocando un aumento del apetito a la mañana siguiente. Esto refuerza la estrecha vinculación entre sueño, alimentación y salud que tradicionalmente se ha estudiado.
- Las bebidas alcohólicas también han mostrado la capacidad de alterar los niveles normales de grelina. Seguro que has notado alguna vez al empinar el codo cómo tu hambre crecía desmesuradamente, incluso con una copita de vino o una caña de cerveza. Tiene sentido, ya que incluso el alcohol en bajas dosis ha mostrado la capacidad de aumentar los niveles de grelina en el organismo.
- La falta de actividad física ha mostrado indicios negativos respecto al apetito. Diversas investigaciones científicas han sugerido que la práctica regular de deporte puede disminuir los niveles de la hormona grelina, implicada en el aumento de nuestro hambre. ¿Lo has notado? Cuando terminamos de hacer ejercicio es normal que no sintamos un hambre voraz inmediatamente. Por otro lado, también parece que el deporte puede estimular la síntesis de la hormona leptina, implicada en favorecer la saciedad como comentábamos previamente.
Así que, ya sabes: mantener unos hábitos saludables puede ayudarte a controlar tu hambre. Dormir bien, practicar deporte frecuentemente y disminuir el consumo de bebidas alcohólicas puede ayudarte notablemente en dicha hazaña alimentaria. Tu “yo” del futuro se sentirá enormemente agradecido si te preocupas por vigilar estos factores, aunque sea solo un poco.