Cuando uno se encuentra con una película como Espejo, espejo, realizada por el cántabro Marc Crehuet (2022), llega a pensar en los pocos medios que hacen verdadera falta para la digna elaboración de una historia audiovisual semejante; y que, si se tratara de algo salido de la monstruosa industria de Hollywood, multiplicaría su presupuesto un buen montón de veces. Sin necesidad alguna, claro. Basta sentarse a verla en una sala de cine estos días para saberlo.

Igual que la alucinante The Man from Earth, un triunfo inesperado de Richard Schenkman (2007), el género al que descubrimos que pertenece, además de la comedia, muy a menudo suele prestarse para que los directores compongan grandes espectáculos hasta arriba de fuegos artificiales para los ojos del espectador que, por lo que sea, los busca y se entretiene. Un aspecto que no resulta desfavorable si le brindan una respetuosa eficiencia, pero que supone más de lo mismo.

Lo diferente se halla, por ejemplo, en aquellas obras pequeñas que exprimen una idea más o menos curiosa, perteneciente a un género no estrictamente realista, de un modo que apela a la comprensión de nuestra materia gris, igual que una propuesta tan enorme como La cena de los idiotas, de Francis Veber (1998) —y que arda en el infierno de lo abominable el horrendo remake de Jay Roach (2010)—, y Espejo, espejo no se limita a apostarlo todito a lo aparatoso y lo visceral.

Los altibajos del humor en ‘Espejo, espejo’

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Rodar y Rodar

Marc Crehuet, cuya ópera prima fue El rey tuerto (2016) y que, entre otras cosas, ha firmado los guiones de varios episodios de El vecino (2019-2021), nos plantea una extraña dinámica con algo que se parece al monólogo interior de los personajes en la literatura, desde los del modernismo inglés hasta los que se os antojen, o el pensamiento en la típica voz en off del séptimo arte… pero exteriorizado con un doppelgänger que responde a través del reflejo de los protagonistas.

La sazona, por otro lado, con una sátira laboral, sobre determinados tipos de gente y de las relaciones interpersonales, y un humor que no se anda en absoluto con remilgos pero de puntería variada, pues unas veces atina a pulsar el botón de las carcajadas sinceras en el respetable y otras, quiere pulsarlo y solo alcanza el de las sonrisas o incluso no acierta con ninguno de los dos porque está a oscuras. Sin embargo, su guion tampoco escatima en ciertos toques de surrealismo fantástico.

Lo que sí debemos dejar cristalino es que, si por labor del elenco fuese, Marc Crehuet nunca erraría el tiro. En una situación tan excéntrica, poco más podemos pedirle a la visible humanidad de Malena Alterio en la piel de Cristina, a Santi Millán en la de Álvaro, a Carlos Areces en la de Alberto, para el que se reservan los mejores golpes, a Natalia de Molina en la de la reconocible Paula o a Betsy Túrnez en la de Antonia. Con la compañía de secundarios intachables, ojo.

Una buena idea que daba para más

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Rodar y Rodar

Hay giros de Espejo, espejo que nos recuerdan la pesadilla del capítulo “Bart Sells His Soul” (7x04) de la veterana serie animada Los Simpson (desde 1989). Sin embargo, en cierto momento, la hilaridad se nos congela y los dramas íntimos que habían asomado desde el comienzo entre la socarronería se escapan de ella, y uno se descubre preocupado por estos personajes. Hasta respecto a la madre a la que encarna la difunta Verónica Forqué por razones tristemente obvias.

Así mismo, Marc Crehuet se la juega bastante en ocasiones con los límites de la verosimilitud y hasta del ridículo; pero termina saliendo airoso de sus malabares en la cuerda floja. Sin lucirse, desde luego, que la planificación visual se mantiene en un rendimiento aceptable, con algún montaje paralelo llamativo. Y uno no se puede arrepentir de haberse zampado Espejo, espejo, cuya trama no se exprime lo que se podría si se ahondase más en la mala leche de una comedia negra.

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