Lo primero que hace al cruzar la frontera es enviar un mensaje por Telegram a su hermano. Viktoria, de 32 años, ha logrado cruzar a Moldavia y huir de la guerra en Ucrania. A pocos kilómetros de allí, Pete, de 16, está a punto de emprender con su familia un largo viaje hasta Georgia. Les está contando a sus amigos por Instagram cómo planean llegar. “Quieren saber cómo lo haremos porque quizá ellos harán lo mismo y dejarán el país”. Liubov, de 31 años, hace la misma ruta pero al revés.
Ha abandonado Georgia para volver a Odesa, su ciudad natal. No se despega del móvil porque al otro lado le están esperando unos amigos que la llevarán hasta su casa. “Tengo que avisarles cuando vaya a cruzar”, dice.
Las vidas de estas personas tomarán caminos muy distintos, pero tienen una cosa en común. En este viaje de ida o de vuelta desde Ucrania, los móviles serán casi protagonistas de su historia. Los tres son víctimas de una guerra que ha provocado que más de 3 millones de personas hayan tenido que abandonar sus hogares. Más de 300.000 han decidido cruzar la frontera de Ucrania a Moldavia para de ahí continuar su camino hacia otras ciudades europeas o quedarse en la capital, Chisináu.
Viktoria mira en el mapa dónde está exactamente esta ciudad a la que viajará en autobús desde la frontera de Palanca, una de las más activas en este momento por su cercanía a la región de Odesa. Después contesta a su hermano para explicarle que están en la cola esperando a que salga el autobús que será el inicio de un viaje que no saben cuánto durará. Su vida ya no será la que era, pero dice que no se siente sola. “Estoy aquí con mi familia pero también veo todos los días como mis amigos están consiguiendo salir adelante. Lo veo en Instagram, en sus stories”, explica a Hipertextual.
Instagram se ha convertido para Viktoria en una red social agridulce. Por un lado, puede ver de primera mano que sus contactos y amigos están vivos. Pero también cómo se recrudece la violencia en Nikolaev, una cuidad a 65 kilómetros del Mar Negro. “Se publican vídeos sobre los ataques porque los rusos no son capaces de ver lo que están haciendo en mi país. Es necesario que todos vean lo que está pasando”.
Viktoria pocas veces se separa de su iPhone, teclea rápidamente un mensaje para su hermana en Telegram. Mira stories en Instagram. Lee las noticias continuamente para saber si algo ha cambiado en la invasión de Rusia a Ucrania. También mira el mapa para saber qué distancia hay hasta Bucarest, la capital rumana que se convertirá en la primera parada hasta otra ciudad europea.
Viktoria y su familia todavía no saben exactamente cuál será su destino, pero Pete tiene claro que en la frontera de Moldavia empieza el viaje hacia Georgia, donde tiene familia y pasará una temporada junto a su madre y sus hermanos. Viene también de Nikolaev, la misma ciudad que Viktoria. Hace una semana que las bombas y los ataques llegaron a esa zona y pocos días antes Pete veía en las noticias cómo se acercaban cada vez más. También por TikTok.
Pete cuenta a este medio que no tiene una cuenta pero que entra cada día por la cantidad de información que encuentra sobre la guerra de Ucrania. El sistema de perfilado de usuarios por medio de algoritmos han hecho bien su trabajo, y casi todos los vídeos que le aparecen están relacionados con el conflicto. “Es casi un seguimiento en directo en algunos casos”, afirma.
TikTok ha sido desde el principio del conflicto uno de los lugares en los que se ha publicado más vídeos. Primero creció la alerta de desinformación porque una gran parte del contenido era falso.
Ahora, sin embargo, algunos creadores de contenido se han convertido en una suerte de corresponsables de guerra que explican de primera mano qué está pasando en su país. Como la influencer ucraniana Kristina Korban, que ha pasado de hacer tutoriales de maquillaje a subir un vídeo con el sonido de las bombas de fondo.
La vida de Pete ha cambiado por completo en unos pocos días. Ya ha normalizado que casi todos los vídeos que le aparecen en TikTok estén relacionados con la guerra de Ucrania.
Ahora, esto es lo único que le preocupa. No fue así hace 3 semanas, justo antes del inicio de la ofensiva rusa. “Los primeros vídeos no me los creía. Porque esto ha sido inesperado”. Continúa: “Todo esto que estamos compartiendo muestra lo que estamos viviendo. Y nos hará más fuertes. Es la historia de nuestro país, y vamos a luchar por nuestra libertad”.
El móvil de Liubov es bastante más antiguo que el de Viktoria y Pete. Al contrario que los miles de refugiados que cruzan cada día la frontera de Palanca, ella hará el camino al revés. Vuelve a su ciudad natal, Odesa. Mientras que algunas partes de la región y de los alrededores de la cuidad ya han sido atacados, el centro sigue tranquilo. Liubov espera que siga así. No se separa del móvil y envía actualizaciones casi continuas a los amigos que la esperan del lado ucraniano. Ha tenido un viaje largo y está muy cerca de su casa.
Estar conectados con Ucrania, sea como sea
Los refugiados que cruzan a Moldavia son desplazados hasta una zona de recepción, en donde se les asigna un asiento en un autobús dependiendo de su destino. Allí, los voluntarios han construido carpas para brindar apoyo. Les dan comida, bebida caliente y hasta apoyo psicológico. En esta zona se ha habilitado también un sistema eléctrico y enchufes. Principalmente, para cargar el móvil. Acción contra el Hambre —la ONG que nos ha traído aquí— ha sido el encargado de instalar los enchufes.
Janire Zulaika, coordinadora del equipo de emergencias de Acción contra el Hambre, explica a Hipertextual que la instalación de enchufes fue una de las prioridades desde que están en el terreno. “Los refugiados llegan con la incertidumbre de dónde ir o qué hacer. El móvil es una conexión con sus amigos y familiares de diferentes partes y mantener ese contacto a través del teléfono les da tranquilidad en medio de la incertidumbre”, subraya.
Por otro lado, una operadora de telefonía ha estado repartiendo tarjetas SIM con red e internet para los que cruzan la frontera. Algunos todavía pueden utilizar sus tarjetas de Ucrania pero tienen miedo de que en algún momento dejen de funcionar y se corte la comunicación.
Tener una tarjeta SIM, en este caso de Moldavia, les da la seguridad de que estarán operativos y conectados en todo momento.
Dasha todavía puede utilizar su línea móvil de Ucrania. Esta chica de 23 años ha venido desde Odesa, pero no como refugiada. Su ciudad todavía no ha sido atacada pero ha decidido venir hasta Chisináu para ayudar a los ucranianos que llegan a uno de los muchos hoteles de la capital moldava que ofrecen comida y alojamiento.
Ella utiliza sobre todo Telegram porque, además de hablar por esta app de mensajería con familia y amigos, también consulta el canal de noticias. Tiene Instagram, pero casi no entra porque ahora mismo, lamenta, “todo es guerra”.
Dasha cuenta a Hipertextual que al principio del conflicto sí miraba vídeos en TikTok, pero ya no puede más. “La guerra está en todas las redes y veo a gente sufriendo, gente que ha tenido que dejar sus familias y su país. Después de un largo día ayudando a refugiados aquí, no quiero ver a más gente sufrir en Instagram”, lamenta.
Cada noche, antes de dormir, abre YouTube y ve el concurso de Masterchef que se emitió hace unos años en Ucrania. “Veo cómo cocinan pollo y patatas y pienso que es muy bonito. Ahí no hay guerra; ese programa se grabó en Kiev y ahora no podrían haberlo hecho. Veo el programa y pienso: qué buenos tiempos, cuando nadie pensaba que habría una guerra”.
Ludmila tiene 65 años, Ella 52. Están alojadas en el hotel en el que Dasha ayuda a los refugiados. La única plataforma que utilizan es Telegram y forman parte de un canal que avisa cuando hay una alarma antiaérea en sus lugares de origen.
Ella es de Jarkov, Ludmila de Dnipró, dos de los lugares afectados por la guerra de Ucrania. “Podemos saber cuándo hay una alarma y cuándo acaba. Enseguida hablamos con nuestras familias para saber si están en el refugio y han podido resguardarse. Nosotras estamos en un lugar seguro pero nuestras familias no”, explican a este medio.
A diferencia de Dasha, estas dos mujeres miran constantemente los diferentes canales de Telegram donde hay vídeos y fotos de los últimos bombardeos en el país. Cuando salen imágenes de sus ciudades, reconocen las calles que están siendo atacadas. Es una manera de hacerse una idea de hasta qué nivel está llegando la destrucción a sus hogares.
“Estamos asustadas pero queremos ver todo. Nuestros teléfonos son lo más importante que tenemos aquí. Es lo único que nos conecta con nuestras familias y nuestro país en guerra”.