En el 2007, Gossip Girl se convirtió en un fenómeno de masas. La serie de Josh Schwartz y Stephanie Savage, que se alargó a través de seis temporadas, impactó en la floreciente noción sobre el estrellato. Por la década, todavía no había nacido — no al menos, con la potencia del actual — el concepto de influencer.
Pero sin duda, Serena van der Woodsen (Blake Lively) y Blair Waldorf (Leighton Meester) tenían todos los atributos para serlo. Con su aire sofisticado, su deslumbrante vida cotidiana y sus conflictos de alto calibre, las chicas neoyorquinas se convirtieron en símbolos de estatus y del movimiento rich kids.
Algo semejante pero en una dimensión por completo distinta, ocurre con la nueva versión de Gossip Girl, esta vez transmitida en forma exclusiva por HBO Max. La serie ocurre nueve años después de la original y retoma la historia de los adolescentes privilegiados en medio de un entorno sofisticado.
Con los mismos creadores a la cabeza, al que se les une el showrunner Joshua Safran, la serie de rich kids de HBO Max transita los mismos lugares del original. Pero en esta ocasión, toma como premisa la idea de cómo influyen sobre los nuevos chicos privilegiados de Nueva York las redes sociales.
Por supuesto, el éxito ha sido clamoroso e inmediato. No solo porque la nueva perspectiva de Gossip Girl es más adulta y provocadora. También porque su recorrido es más intuitivo. En esta ocasión, la mirada hacia la juventud millonaria y privilegiada se concentra en su visibilidad e influencia. Y si lo estás pensando, tienes razón. La nueva versión de Gossip Girl mira con detenimiento la forma en que el poder de las redes sociales es un nuevo tipo de lujo de los rich kids. También una forma de sostener un discurso mayor sobre el poder.
El nuevo auge de las serie sobre chicos privilegiados, o rich kids, es también un reflejo de la televisión actual. Se trata de la máxima fantasía, unida a una versión sugerente sobre los nuevos puntos altos del atractivo y la identidad. También una manera de entender hacia dónde se dirige el punto focal de la programación y la audiencia. Con series como Euphoria (también de HBO y que tendrá temporada nueva en enero), el canal demuestra su interés por un segmento específico. Pero en el caso de las grandes narraciones de la juventud adinerada, despreocupada y privilegiada, hay un elemento de escándalo inevitable.
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Como si se tratara de la nueva realeza de la televisión, los nuevos chicos mimados del streaming representa las ambiciones de toda una generación. Una que además, se enlaza con la percepción actual sobre el evento masivo de la fama. De modo que si las antiguas Gossip Girls eran las chicas de moda, las actuales rich kids son vehículos de influencia. La diferencia es sutil pero de enorme importancia para una generación criada frente a las multipantallas. Y de ahí, su importancia.
Más rich kids desde Dinamarca y con amor
El otro extremo del fenómeno rich kids es Kamikaze, la adaptación de la novela del 2007 Muleum de Erlend Loe. La serie cuenta la misma historia de su par literario: lo que ocurre cuando una chica adinerada pierde a su familia en un accidente aéreo. Heredera de un imperio y una enorme casa vacía, Julie (Marie Reuther) deberá enfrentarse a las etapas del duelo. Y también, al fantasma de la muerte.
Si Gossip Girl explota la visibilidad, la influencia y el poder de la identidad de los rich kids, Kamikaze atraviesa terrenos mucho más extraños y dolorosos. Por supuesto, de nuevo se trata de una joven privilegiada que mira el mundo a cierta distancia. Pero mientras la primera se enfoca en la relevancia de un tipo de poder nuevo, Kamikaze profundiza en lo falso de ese brillo.
La historia tiene un profundo ingrediente de puro cuestionamiento acerca de lo que consideramos importante y lo que no lo es. Kamikaze también muestra el mundo de los rich kids. Pero a la vez, recorre un ámbito más sombrío y temible. De la rutilante Nueva York a una mansión enorme recién heredada, la juventud es el centro de ambas historias. Una, que celebra el bullicio de la despreocupación y la opulencia. La otra, la cuestión sobre la existencia. Entre ambas hay un espacio singular acerca de la vida como una promesa.