Esta es la primera semana desde hace dos meses en que no hay nuevo capítulo de Euphoria y no son pocos los que han expresado su lástima en las redes sociales. La protagonizada por Zendaya se ha convertido en la quinta serie más vista de HBO en julio. Su último capítulo lo han visto más de 1,2 millones de personas solo la noche del estreno. Nadie se lo esperaba, pero nos ha cautivado. Con la premisa de ser un show “diferente”, esta serie se ha colado en nuestro radar y nos ha proporcionado un tema de conversación que, en realidad, está un poco reciclado.
Muchos de los que han hablado de Euphoria la han definido como una serie rompedora, que habla de los rincones más oscuros de la adolescencia y explora temas hasta ahora tabú, pero ¿es esto real? Lo cierto es que nos hemos dejado enredar por una fotografía y estética impecables y por ese aire despreocupadamente molón que parece inherente a Zendaya, y hemos visto algo novedoso donde solo había lo mismo de siempre con un buen golpe de efecto.
Euphoria nos ofrece adolescentes peleando con las drogas y el alcohol, complejos corporales, la vida desarrollada en torno a las fiestas y los problemas con la familia. Desde luego, no podemos quitarle mérito a la serie. También nos ha servido en primer plano una pareja sáfica protagonizada por una chica afroamericana y una chica trans. Mientras se colaba en las polémicas por mostrar fotos de penes o representar un fanfic erótico con dos miembros de One Direction, nos ha golpeado en la cara con su representación de la masculinidad tóxica y las consecuencias de la hipersexualización activa de la adolescencia.
**Euphoria es, en muchos sentidos, la misma serie de siempre, pero a la vez es distinta de todas las demás*. Hay algo en sus looks* llenos de purpurina que nos atrapa para llevarnos exactamente a dónde quiere y que pasemos por alto detalles más preocupantes, como el mensaje desesperanzador que lanza. Una serie dirigida especialmente al público juvenil no debería tratar la ansiedad, la depresión y el abuso de sustancias diciendo “no hay salida”. Al final, se trata del mismo motivo por el que criticamos en su momento Por 13 razones. Si bien esta vez no se ha romantizado el suicidio, la idea de que no hay forma de superar estas enfermedades mentales es el mal sabor de boca que nos deja el último capítulo.
Cuando los medios de comunicación empiezan a describir una serie como “un descarnado retrato de la adolescencia que habla sin tapujos de la generación Z” todos sabemos lo que quieren decir: hay muchas escenas de sexo. Puede sorprendernos, como hace Euphoria en cierto modo, pero la gran mayoría de estos productos son representaciones irreales de la juventud que nos hacen preguntarnos si sus creadores han conocido alguna vez a un adolescente. Llevamos décadas consumiendo esta clase de series en las que la exageración del sexo, las drogas y el alcohol se muestran como rasgos definitorios de la adolescencia, y lo peor es que cada vez lo presentan como algo completamente nuevo y rompedor. Sin embargo, *lo que obtenemos son versiones recicladas de Skins***, muchas veces con igual o peor resultado.
Esta serie británica fue una de las primeras en dar una imagen tan oscura de la adolescencia, en la que los protagonistas, casi todos procedentes de entornos familiares funestos —¿por qué ningún adolescente en televisión tiene una familia sana que lo apoya?—, iban de desfase en desfase y manejaban sus primeros contactos con el sexo y el mundo adulto. La serie resultó rompedora en su momento, pero doce años después, el concepto casi no ha evolucionado. Así, nos encontramos con series como Élite o Gossip Girl, en la que la adolescencia es solo una excusa casi morbosa para tratar temas adultos, con perspectiva adulta y personajes que se comportan como adultos, si bien consentidos y caprichosos. Estaría bien, para variar, encontrarnos con productos para adolescentes en los que los personajes realmente actuaran como tal.
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En ese aspecto, hay que reconocerle el mérito a Disney Channel y Nickelodeon. Ambas cadenas llevan décadas exportando series con un formato similar —las tramas de muchos capítulos prácticamente se repiten en distintas series— que se van actualizando para dejar paso a rasgos característicos de las nuevas generaciones, como la introducción paulatina de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Por supuesto, tienen su propia dosis de exageración y fantasía. Incluso aquellas que despliegan un mundo real, ponen a los personajes en situaciones estrambóticas e imposibles, como a los gemelos de Zack y Cody: Hotel dulce hotel colándose por conductos de ventilación para salir de los más absurdos entuertos.
Desde luego, series como Zoey 101, Hannah Montana o Victorious tienen sus fallos, y ninguna de ellas puede considerarse innovadora o crítica con la sociedad, pero sí que representaban una imagen más cercana a lo que significa tener dieciséis o diecisiete años en cuanto a la edad de los propios actores y sus psicologías de personaje. Sin embargo, dejaban a un lado todo aquello de lo que Skins y Euphoria se nutren: nada de sexo, drogas u alcohol. ¿Dónde está el punto medio entonces?
Por imposible que parezca, hay series que han sabido reflejar la adolescencia de un modo bastante fiel a la realidad, sin dejar de lado la faceta sexual y tampoco la inexperiencia de esas edades. **My Mad Fat Diary, por ejemplo, podría considerarse una versión mejorada de Skins. La misma dinámica británica del grupo de amigos disfuncionales, con problemas de autoestima y primeros contactos con la vida adulta, pero aderezado con una narradora realista, que no escatima en sarcasmo y crudeza —que no morbo—. Gracias a ella nos topamos con una representación de los trastornos alimenticios que ya querría Insaciable (Netflix)** y una imagen tierna de la adolescencia que hace frente a las inseguridades propias de esta etapa con mucho cuidado.
Más próxima a nuestra propia realidad tenemos SKAM España. La versión nacional de esta exitosa serie noruega llegó hace casi un año a nuestra televisión con una performance multiplataforma que combina la historia narrada en los episodios con los perfiles de Instagram de los personajes y construye un retrato bastante fiel de lo que significa ser adolescente en España en 2019. Los personajes están agobiados con los trabajos de clase, quedan con sus amigos para echarse unos FIFAs, salen algún que otro fin de semana y hablan sobre feminismo y temas LGTBI+ mientras intentan superar sus inseguridades físicas y psicológicas. Comprueban cuantos likes tienen en Instagram, juegan al yo nunca y se enfadan si su pareja los deja en visto en WhatsApp. La serie, sin embargo, peca de aburrida. Y es que la vida normal de un adolescente, en realidad, no es tan interesante. Por eso Euphoria atrapa con tanta facilidad; allí las protagonistas viven en la dimensión paralela enla que la realidad se cubre con varios kilos de purpurina y el impacto lo es todo. Al fin y al cabo, no queremos ver un documental de nuestras propias vidas, queremos entretenernos con seis chicas guapas pasándolo mal en la televisión.