La premisa es sencilla: un nutrido grupo de concursantes se encierra en un lugar y por obra y gracia de un equipo de producción y postproducción tenemos el drama perfecto. Un poco de tensión provocada, un grupo de personajes tremendamente bien elegidos y de mecha corta en lo que a resolución de conflictos respecta –si vienen con mochilas del pasado, mejor–, y un buen contexto con la promesa de una suculenta compensación económica. Estos son los ingredientes de un buen producto, y los realities de Netflix se están convirtiendo en los reyes del formato que, hasta hace dos días, literalmente, era un imperio de Telecinco –al menos en España–.
La apuesta de los realities de Netflix, la teleficción o telerrealidad de producción está clara. A La Isla de las Tentaciones o Gran Hermano de Telecinco le están saliendo grandes rivales. Y la compañía no ha tenido ningún remilgo a la hora de proponer formatos que, en esencia, compiten con los grandes títulos de Mediaset.
Ya a principios de 2021, la plataforma anunció que Insiders sería su primer título de la línea de realities 100% español. Liderado por Najwa Nimri en el papel que ocupasen Jorge Javier Vázquez o Mercedes Milá, hace apenas unos días que se conocía la premisa. Un grupo de personas conviviría encerrada en una casa. ¿Te suena a Gran Hermano? La diferencia es que ellos creen que aún no están concursando, sino que están en la última fase de selección en la que no hay cámaras. Dicen que con este formato son capaces de recuperar la inocencia perdida de una generación predispuesta al reality y a abrirse en canal delante de un objetivo. Por supuesto, el hecho de pensar que no están siendo grabados genera las esperadas escenas de tensión. Mucha tensión.
Tanto lo mismo con Amor con Fianza, el gemelo perdido de La Isla de las Tentaciones de Netflix presentado por Mónica Naranjo: 6 parejas en un entorno idílico dispuestas a solucionar sus problemas de alcoba a cambio de dinero. Con una suerte de tecnología revolucionaria capaz de descubrir la mentira, los concursantes se jugarán algo más que un premio.
Esta apuesta por todo lo alto de Netflix, que se repite a nivel internacional con uno de los llamamientos de casting más grandes de la historia, supone el cambio definitivo de la televisión tal y como la concebimos. Esta es la forma en con la que Netflix empezó a convertirse en Telecinco con todas las papeletas de superar cualquier expectativa.
El imperio de los realities de Netflix
La eterna pregunta: ¿fue antes el huevo o la gallina? El interés de Netflix por los productos de telerrealidad no es reciente, pero sí ha explotado desde una fecha muy concreta en su calendario. Desde que comenzaron los confinamientos por la pandemia del coronavirus, la parrilla de contenidos de Netflix sufrió un cambio exponencial. Pasó de tener una comedida apuesta por este tipo de programas, con éxitos como el de Marie Kondo, a darlo todo en cuestión de semanas.
Netflix fue la plataforma de streaming que pasó a mejor por la pandemia: podríamos decir que hasta le ha sentado bien. Ya venía con buenas cifras de audiencia y usuarios, pero su éxito radicó en el hecho de ser capaz de seguir alimentando su catálogo con nuevos títulos. Sin parar. Había que cumplir con la alta demanda de un público con horas de sobra para ver contenidos. Además de una larga lista de series que Netflix tenía en la recámara, la plataforma echó el lazo a todo un listado de realities de producciones externas. Así, pudimos ver títulos de la BBC, NBC o la televisión australiana que ahora lanzan al mundo.
¿Tendrían éxito esos contenidos locales si lo llevamos al punto internacional? Sin duda alguna. Casi dos años después, la opción de realities de Netflix es una categoría en toda regla. A los programas enfocados en la vida de famosos, ya populares desde hace tiempo con las Kardashian o RuPaul, se le han unido todo tipo de productos. La versión made in Spain de Netflix será la de Soy Georgina con la vida y obras de la actual pareja de Cristiano Ronaldo.
Los dirigidos a la moda de los que el título de RTVE español –Maestros de la Costura– ha tomado referencia. En este punto, incluso Amazon Prime Video con su Making the cut también está probando suerte. Títulos de decoración –aún sin el éxito de los gemelos Scott–, de maquillaje, los tradicionales de cocina de todos los tipos, concursos enfocados a los deportes de riesgo o recordando al políticamente incorrecto Humor Amarillo. Algunos enfocados a actividades de lo más variopintas similares al tremendamente exitoso Forjado a Fuego. E, incluso, un reality centrado en la actividad de un tanatorio porque sobre gustos no hay nada escrito. Y cuanto más bizarra sea la temática, más éxito tendrá.
Por supuesto, los experimentos sociales inspirados en el formato primigenio: Gran Hermano. Desde el estreno internacional allá por los albores del inicio de este siglo, este formato ha evolucionado hasta adoptar una y mil maneras. En Netflix, The Circle y ahora las producciones españolas Insiders o Amor con fianza dejan muy lejos la inocencia de esos primeros días.
Hablemos de dinero y audiencias
Es una de las máximas del sector: la producción de realities de Netflix o de cualquier otra productora tiene facturas mucho más económicas que la compra de algunos títulos de películas o que la producción de series. Sin embargo, no deja de ser una realidad a medias que ha ido perdiendo fuelle con el tiempo. Lógicamente, si lo comparamos con The Witcher o Stranger Things, dos de las series de Netflix con más éxito que rondan los 10 millones de dólares por capítulo, cualquier producción se queda en calderilla. Pero bajemos esas cifras a la realidad.
Netflix, en su perpetuo silencio sobre algunas de las cifras más sensibles de su plataforma, no suelta prenda en lo que a costes respecta. Tampoco en volumen de audiencia. Pese a todo, y atendiendo al crecimiento de títulos de telerrealidad en su plataforma y la inversión de producciones locales, todo apunta a que el equilibrio entre costes y beneficios es rentable para la compañía. Y más con los costes de sus grandes títulos de ficción.
Pero si nos vamos a las cadenas en abierto, podemos tener una aproximación con salvedades. Decíamos que los realities no son tan económicos como aparentan y es que este detalle solo ha tenido en cuenta a la televisión en abierto. El precio de compra de grandes series o películas por las grandes cadenas de televisión siempre ha sido un secreto a voces en el sector.
Ninguna cadena quiere poner sobre la mesa las cifras reales. Salvo, por supuesto, Radio Televisión Española. Cuéntame cómo pasó se deja casi 790.000 euros por capítulo y Masterchef casi 340.000 sin tener en cuenta las ediciones de famosos. La versión de niños supera, sin embargo, cualquier previsión: 689.000 euros.
¿Qué hay de la televisión privada? Hace algunos años, se apuntaba a que cada capítulo de ficción española estaría rondando los 600.000 euros, una serie de ficción norteamericana los 60.000 por capítulo y una gran película los 3 millones de euros. Los primeros pasos de Gran Hermano ya se dejaban casi 9 millones de euros por trimestre. Poco en comparación a sus pares estadounidenses y con las series reality de Netflix –teniendo en cuenta la variación temporal– pero elevado para el presupuesto de una cadena.
¿Dónde esta el truco? En España, los realities no se quedaron solo en la producción del concurso. Gran Hermano, Operación Triunfo o Supervivientes venían acompañados de galas semanales, resúmenes diarios, programas especiales... El formato también se ha ido haciendo más sofisticado. El reality ocupaba, en definitiva, gran parte de la parrilla de televisión. Y lo sigue haciendo.
¿Son caros? Sí. Pero también muy rentables por el rédito en tiempo y audiencia que conllevan. Para la tercera edición de La Isla de las Tentaciones, el programa marcaba su record absoluto: un 26% de cuota de pantalla o 3.112.500 espectadores de media. Y MasterChef Celebrity sobrevive con una media del 17%. Sin embargo, el oro absoluto sigue siendo Gran Hermano con su 35,8% histórico y 3.662.000 espectadores –justo en el momento en el que se produjo la fuga de anunciantes por el encubrimiento de la violación en el programa–. Con todo, la media del reality siempre ha sido envidiable: entre su mínimo del 18% hasta el máximo de su última edición con famosos.
Seamos sinceros: amamos los realities, sean de Netflix o no
Los realities de Netflix o de cualquier plataforma entrarían en el segmento de los placeres culpables e inconfesables. Nunca nadie ha visto Gran hermano u Operación Triunfo, pero durante años ocupaban el número 1 en los rankings de audiencia. Tampoco nunca nadie ha visto Sálvame y sin embargo ha sido el buque insignia de una cadena durante muchos cursos. Pero lo cierto es que estos formatos están pensados precisamente para gustar y enganchar. Para crear una expectación adictiva en el receptor.
"El reality nos empodera", explica la Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad Tatiana Hidalgo-Marí a Hipertextual, "y ese poder nos gusta mucho". Es, entonces, la sensación que nos transmite el consumo de estos programas uno de sus grandes elementos de éxito. Todo esto, teniendo en cuenta un punto esencial: el espectador sabe que lo que ve es ficción, más si cabe en un elemento televisivo en el que todo lo que ocurre no es real. Como dice Hidalgo-Marí, "es la unión de la televisión, la realidad y la ficción en un intento por dotar de un aura mágica y espectacular la representación televisiva de la realidad". En otras palabras, es una versión entretenida del mundo real con una concepción universal –imperante si se quiere ir a por segmentos diferenciados –que evade a la vez que permite generar lazos.
"Mientras que frente a una serie de televisión sentimos, empatizamos (o no) y divagamos, ante un reality el grado de identificación con los personajes es tan fuerte que asumimos posturas que nos permiten arbitrar o sentenciar la acción de los personajes"
Tatiana Hidalgo-Martí
Si le añadimos el factor del morbo y del cotilleo, que genera una sensación de bienestar sobre la audiencia, tenemos la mezcla perfecta. "Los problemas, las desgracias o las situaciones ajenas ayudan a canalizar nuestros propios problemas", apunta.
Porque como analiza la experta en el sector en sus estudio Pasado, presente y futuro del dating show en España: una panorámica del subgénero de telerrealidad, estos modelos "no son innovadores, responden a la necesidad de evasión y de exaltación de una audiencia". Una audiencia que ha ido migrando de las televisión convencionales a las plataformas streaming. Un terreno que Netflix, Amazon, HBO o Disney habían abonado con la mayor oferta de series y películas de producción propia y contenidos exclusivos más alta de la historia. Telecinco y compañía gozaban del reinado del producto informativo, talk show y, por supuesto, realities.
A tenor de los resultados que se han granjeado estos formatos, para las plataformas de streaming supone además una apuesta a futuro. "Si miras las audiencias de Kantar, te das cuenta de que es un público bastante joven el que consume este tipo de productos y es precisamente el público al que las plataformas quieren tener fidelizado porque es la audiencia del futuro", explica la especialista de nuevos formatos audiovisuales Elena Neira a Hipertextual. Era cuestión de tiempo que Netflix llegase a hacerse un lugar.
El género se reinventa para sobrevivir en Netflix
"Manda un SMS con el nombre del nominado que quieras que salga de la casa de Gran Hermano". Esta frase era una constante cuando WhatsApp o las redes sociales eran solo una idea en el aire. Así triunfaron los primeros realities. El espectador sabía que tenía el poder en su mano. De su voto saldría el resultado y con ello, en una suerte de televisión analógica interactiva, se podría decidir el final. Luego llegaron las redes sociales y lo cambiaron todo.
Parte, por no decir todo, del éxito de muchos de los realities en abierto parte de la interacción que permiten las redes sociales. Twitter, principalmente, como su papel de vocero de las opiniones de los espectadores.
"En un contexto hiperconectado, la retroalimentación entre medio/soporte y consumidor es clave, y ahí es donde entran las redes sociales no solo como canales facilitadores de ecosistemas comunicativos sino también como pilares de interactividad, conversación y diálogo de todos los agentes implicados en el proceso comunicativo", apunta Tatiana. Incluso las propias cadenas de televisión convencional usan las redes sociales como bastión defensivo contra las plataformas de streaming. Las cadenas convencionales "buscan en las redes sociales una forma de atraer la audiencia después de que las plataformas de streaming rompieran esa disciplina de visionado en conjunto", añade Neira sobre este punto.
Con todo, y con redes sociales y sin ellas, Netflix, Disney, HBO o Amazon son grandes expertas a la hora de manejar las conversaciones en las redes. Lo han conseguido con sus series, y el Juego del Calamar es el mejor ejemplo, y ahora están pasando al formato reality. Si consiguen conquistar con su producto saben que, tarde o temprano, las conversaciones llegaran a Twitter. ¿Cómo? Con la fórmula más vieja de la televisión: llamando la atención.
Radicalización del formato
¿Los contenidos audiovisuales te parecen cada vez más extremos? "Es algo que está pasando con la narrativa de toda la televisión: los formatos y los temas están evolucionando con el consumidor", explica Neira. En el caso del reality, su radicalización nace de la necesidad de renovarse. Con formatos cada vez más repetitivos, el espectador necesita una novedad y el programa la obligación de buscar un conflicto cada día más subido de tono.
"El espectador necesita nuevas experiencias de consumo y el productor encuentra en la radicalización de contenidos un producto rentable. El mismo que, casi sin duda, generará grandes beneficios. Y hasta aquí, es economía de mercado, sin más", resume Tatiana.
Es de esperar que, de aquí a un tiempo, el reality suba más de nivel en su histórico ya de por si elevado. Bienvenidos a la era de los realities de Netflix que comenzaron a quitarle el trono a Telecinco.