Un equipo multidisciplinar e internacional de científicos ha puesto en marcha un proyecto para descifrar el lenguaje de las ballenas y, ¿por qué no?, quizás comunicarnos con ellas en un futuro.
Suena a película de ciencia ficción. De hecho, la posibilidad de hablar con los cetáceos es algo que ya se ha tratado en algunas ocasiones, tanto en el cine como en la televisión. Por ejemplo, formó parte de la trama de Seaquest DSV, la serie de los 90 producida por Steven Spielberg en la que aparecía un delfín, llamado Darwin, capaz de hablar gracias a una máquina que convertía en palabras sus sonidos.
Todo esto ha sido posible en la ficción gracias a la inteligencia artificial y, si llega a lograrse en la vida real, será por las mismas vías. Es eso lo que están investigando actualmente los científicos pertenecientes al proyecto CETI (de Cetacean Translational Initiative). El nombre recuerda inevitablemente al SETI, un proyecto que se diseñó en los años 60 para intentar comunicar a los humanos con posibles civilizaciones extraterrestres. Objetivos muy osados ambos. ¿Pero cuál de ellos se logrará antes? Nunca se sabe; pero, visto cómo presentan el suyo los miembros del CETI, quizás entender el lenguaje de las ballenas sea un poquito más sencillo.
El interesante lenguaje de las ballenas
Antes de hablar del lenguaje de las ballenas, cabe hacer una apreciación sobre el lenguaje humano que encontraremos en este artículo. Las ballenas, estrictamente hablando, serían los balénidos, una familia de cetáceos que incluye solo cuatro especies agrupadas en dos géneros, el Balaena, al que pertenece la ballena boreal, y el Eubalaena, cuyos miembros son conocidos como ballenas francas. No obstante, en un sentido más amplio el término ballena se usa para hacer referencia a todos los grandes cetáceos misticetos, como el rorcual, y a algunos odontocetos, como el cachalote. Quedémonos con este último.
Los cachalotes son animales realmente interesantes. Llaman la atención por muchos motivos y uno de ellos es precisamente su habilidad para comunicarse.
De hecho, esta es tan compleja que existen estudios que exploran su capacidad para hablar dialectos diferentes, según el lugar en el que viven. Incluso se ha visto que tienen nombres propios para cada individuo. Y también que esa comunicación es algo que los animales más jóvenes aprenden de sus mayores, exactamente igual que ocurre con los humanos.
Todo esto hace referencia al modo en que se comunican. ¿Pero podemos hablar del lenguaje de las ballenas? En realidad es un tema complicado. Generalmente para que algo se considere un lenguaje debe cumplir tres criterios: poseer vocalizaciones con un significado que no puede variar, tener reglas para construir oraciones y que no sea innato, sino que se aprenda con el tiempo.
Cada una de estas condiciones podría relacionarse con lo que se ha observado en los cetáceos, más concretamente en los cachalotes. Estos son animales muy curiosos, por un lado por su gran inteligencia. El tamaño del cerebro no lo es todo, pero cabe destacar que el suyo es el más grande del reino animal. Y lo cierto es que son animales realmente inteligentes. Pero, por otro lado, son interesantes para estudiar el lenguaje de las ballenas porque se comunican entre ellos a grandes distancias, en las profundidades marinas, de modo que no pueden verse. Eso elimina el lenguaje corporal de la ecuación, por lo que solo nos quedarían los sonidos que emiten, llamados codas.
Todo empezó en una conversación informal
En 2017, Shafin Goldwasser, una informática experta en criptografía de la Universidad de California Berkeley, tuvo una curiosa idea. Había escuchado los sonidos característicos de los cachalotes en una grabación y le habían recordado irremediablemente al martilleo característico del código Morse. Lo consideraba una idea graciosa, pero en ningún momento pensó en que pudiera ponerse en práctica. Sin embargo, cuando lo comentó con David Gruber, biólogo marino de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, él no lo vio tan descabellado.
Ambos decidieron hablar con Michael Bronstein, un informático del Imperial College de Londres. Lo eligieron a él porque es un experto en aprendizaje automático, concretamente en algo conocido como procesamiento del lenguaje natural (PNL). Este método se usa para realizar un análisis automatizado del lenguaje hablado y escrito de los humanos. ¿Pero podría extrapolarse a otros animales? Más concretamente, ¿se podría descifrar el lenguaje de las ballenas?
Para saberlo, necesitaban material sobre el que trabajar, por lo que Gruber se puso en contacto con Shane Gero, un biólogo que lleva desde 2005 grabando los sonidos de cachalotes en la isla caribeña de Dominica. Estas grabaciones sirvieron a Bronstein para comprobar que todo lo que habían pensado podría ser algo plausible. Quizás no era tan difícil convertir esos sonidos tan característicos en 0 y 1, los únicos números que componen el sistema binario, tan usado en computación.
Un modelo GPT-3 solo para cachalotes
Lo que estos científicos intentan obtener es algo similar al GPT-3. Este es un modelo de inteligencia artificial que permite escribir texto a través de la capacitación con palabras recogidas de internet.
Básicamente, lo que hace es detectar los conjuntos de palabras que suelen ir juntos, de modo que aprende cómo construir frases. El entrenamiento llega a ser tan específico que ya se ha logrado escribir textos completos sin la intervención de un ser humano. Pero hay un punto clave aquí. Para poder capacitarlo se necesitaron 175.000 millones de palabras. Puede parecer mucho, pero todo está en internet.
El problema es que con las grabaciones de Gero solo disponen de 100.000 codas de cachalotes. Es demasiado poco para poder capacitar un algoritmo de inteligencia artificial que pueda descifrar el lenguaje de las ballenas. Por eso, el primer paso será intentar conseguir más grabaciones. No será fácil, pero valdrá la pena. ¿Quién sabe? Quizás algún día podamos saber de qué hablan las ballenas, incluso cómo les caemos. Dado cómo se ha comportado históricamente el ser humano con algunas de ellas quizás no les caigamos del todo bien. Pero si logramos comunicarnos, podríamos decirles que no somos todos iguales.