En la película de Netflix Nadie saldrá vivo de aquí, de Santiago Menghini, la migración es el tema más importante. Y lo es para sustentar el horror, la angustia y el miedo desde percepciones distintas. No obstante, si la película Caja ajena (2020), de Remi Weekes, ponderaba sobre cuestiones parecidas y lograba crear una atmósfera desoladora, la de Menghini falla. Y lo hace por su incapacidad para crear tensión entre el trasfondo de la exclusión, el miedo y el desarraigo en contraposición a lo sobrenatural.
Basada en la novela homónima de Adam L. G. Nevill, Nadie saldrá vivo de aquí narra la misma trama del libro. De hecho, uno de sus puntos altos es la elegancia de la adaptación. Ambar (Cristina Rodlo) es una inmigrante ilegal que llega a una desoladora Cleveland en busca de un futuro mejor. Por supuesto, el estatus legal del personaje es el detonante de varias cosas a la vez. En especial, el hecho de que Ambar deba aceptar cualquier condición para permanecer oculta y lo más a salvo posible.
El argumento se concentra en la forma en la que el personaje lidia con la doble presión de ser una inmigrante y también, de forma progresiva, con el miedo. El terror de ser descubierta, a las preguntas y a la mera indefensión, la convierte en una víctima por partida doble. Y cuando lo sobrenatural llega — en la forma de un espacio hostil —, la mirada sobre Ambar se convierte en una interrogante. ¿Qué está ocurriendo en mitad de la situación insostenible que soporta? ¿Lo imagina? ¿Lo teme? ¿Es una exageración?
Menghini intenta jugar el peligroso doble discurso y la percepción de lo sobrenatural como un punto ambiguo y doloroso. Si en The Night House (2020), de David Bruckner, el efecto resulta impecable, en Nadie saldrá vivo de aquí es artificial y poco creíble. El guion no puede construir una percepción sobre la naturaleza de lo oculto que resulte atractiva.
Y no lo hace por su incapacidad de crear una atmósfera que al final sea el recurso definitivo para lo terrorífico. Mientras el film utiliza los efectos de sonido, juegos de cámara y pistas falsas, es evidente que la narración no lleva a un objetivo. Nadie saldrá vivo de aquí es una combinación de varios tópicos concretos sobre espacios inquietantes sin que salga airoso de ninguno de ellos.
'Nadie saldrá vivo de aquí', una oda al terror efectista sin nada que aportar
Ambar está en una situación en la que su vida pende de un hilo. Menghini subraya una y otra vez que el lugar en que se encuentra es el único al que puede llegar. Su estatus legal, el hecho de luchar por permanecer en Norteamérica e incluso su identidad son situaciones que el director utiliza para apuntar la atmósfera. Pero resulta innecesario que Menghini insista en el hecho que Ambar no puede huir, sin llegar a mostrar qué es lo que ocurre en realidad.
En un intento por construir un escenario terrorífico, Nadie saldrá vivo de aquí se toma el tiempo para dejar claro que hay algo temible al acecho. Ruidos de tuberías, luces que parpadean, pisadas, la sensación de amenaza que parece perseguir a Ambar a todas partes. La combinación podría funcionar a no ser que Menghini deja gran parte de la estructura de los códigos de terror al azar.
¿Puede ser ese sonido una presencia invisible? ¿Se trata de la paranoia de Ambar? La película se plantea varias veces la noción de lo irreal y el miedo a dos extremos. Pero sin la habilidad para crear una condición sobre lo temible que resulte conmovedora. Nadie saldrá vivo de aquí no hace otra cosa que pasar de escena en escena sin especificar otra cosa que lo obvio. Hay algo real, aunque Ambar no lo crea.
La mirada mínima a la casa embrujada
En la película Relic (2020), de Natalie Erika James, la casa y el espacio se ensancha para crear una connotación del miedo retorcida y punzante. Lo mismo ocurre en Amulet (2020), de Romola Garai, en la que el espacio se convierte en una criatura agresiva a medida que transcurre la trama. En Nadie saldrá vivo de aquí, Menghini intenta una fórmula a mitad de ambas cosas.
Ambar debe escapar de una circunstancia en la que se encuentra. Y lo que parecía una ensoñación vinculada a un hilo conductor entre sus experiencias y lo que se rodea, se transforma en algo más. Para el tercer tramo de la película, el terror con aires rituales se transforma en algo más amplio y sin duda genérico. La promesa de un final catártico o al menos, bien estructurado, no funciona al carecer de hilos que lo sostengan. Nadie saldrá vivo de aquí elabora la idea del mal como algo más que una casualidad horrenda. Pero aun así, no logra que la premisa tenga el poder que necesita para crear un argumento sólido.
Este año Michael Chaves intentó una pirueta narrativa semejante en Expediente Warren 3: Obligado por el demonio. La película terminó por ser una combinación de muchas ideas sin concretar ninguna. En Nadie saldrá vivo de aquí, ocurre lo mismo. Y quizás, lo más lamentable es que ambos films analizan el miedo desde un punto original. ¿Cuánto de lo terrorífico es parte de nuestras vidas? Chaves apenas logró una película competente. Pero Menghini falla estrepitosamente al tratar de unir los hilos de una construcción sin mucho sentido o fuerza.