Durante más de un año, las causas de la COVID persistente han sido una de las mayores incógnitas de la pandemia. Pocos meses después de que se detectaran los primeros casos se comprobó que algunas personas no llegaban a curarse del todo. Incluso cuando el virus ya no estaba en su organismo seguían teniendo síntomas. Se confió en que fuese algo puntual y breve, pero aún hay pacientes que se infectaron en marzo y siguen teniendo dificultad para respirar, lagunas de memoria o cansancio, entre otros síntomas. Con el tiempo se comenzaron a realizar estudios, que establecían, por ejemplo, cuáles eran los pacientes con más probabilidad de desarrollarlo. Pero las causas y, desgraciadamente, el tratamiento, seguían siendo un misterio.

De hecho, son fenómenos enlazados. Saber cómo se origina la COVID persistente es clave para buscar cómo tratarla. Por eso, muchos científicos se pusieron manos a la obra en busca de una explicación.

Se han lanzado muchas teorías, pero ninguna con la suficiente solidez como para comenzar a desarrollar tratamientos a partir de ellas. Ahora, esto podría cambiar, gracias a los resultados de un estudio que se publicó recientemente en PLOS ONE. En él, un equipo de científicos de la Universidad de Arkansas para las Ciencias Médicas lanzaba una hipótesis muy interesante. Aún no puede considerarse como algo seguro, habrá que confirmarlo con nuevas investigaciones. Sin embargo, si demuestran estar en lo cierto, podrían estar abriendo la puerta a ese ansiado tratamiento que acabaría con la pesadilla de miles de personas.

¿Qué es la COVID persistente?

Antes de empezar, vale la pena recordar qué es la COVID persistente. A grandes rasgos, se define así el complejo sintomático multiorgánico que afecta a aquellos pacientes que han padecido la COVID-19, con diagnóstico confirmado o sin él, y que permanecen con sintomatología tras la considerada fase aguda de la enfermedad. En resumen, aunque ya no den positivo por coronavirus en la PCR, siguen teniendo síntomas.

Se ha comprobado que es más común en mujeres de mediana edad, aunque nadie está libre de padecerla. Los tratamientos pueden aliviar los síntomas. Por ejemplo, antipiréticos para la fiebre o analgésicos para el dolor de cabeza. Pero no hay una cura. A los pacientes solo les queda esperar. Algunos ven cómo sus síntomas remiten en pocas semanas o meses, pero otros siguen sufriéndolos un año después de la infección. La situación para ellos es desesperante. Por eso esperan como agua de mayo que se encuentre un tratamiento.

Interferencias en la batalla

Cuando un patógeno entra en nuestro organismo, todo el batallón defensivo que compone nuestro sistema inmunitario se lanza hacia él, iniciando una cruenta batalla. Esta puede acabar con el virus o la bacteria en cuestión, sí, pero también puede causar daños a las células sanas. Podemos visualizarlo como una batalla de Juego de Tronos. Tras la contienda uno de los bandos suele salir victorioso, pero en ambos se habrán generado víctimas y, lo que es peor, el propio campo de batalla habrá quedado destrozado por el galope enfurecido de los caballos. Y en este caso, nuestras células son ese campo de batalla, que quedará muy dañado por la inflamación.

Para evitar que la cosa se desmadre, disponemos de herramientas, como una proteína llamada ACE2; que, entre otras cosas, se encarga de descomponer una proteína perteneciente al sistema inmunitario, permitiendo que este siga funcionando, pero amortiguando las pisadas de los caballos

Para que ACE2 ejerza su función debe unirse previamente a un receptor ubicado en las células. Y es aquí donde el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se lo pone difícil, ya que su puerta de entrada a las células es precisamente ese receptor. Si lo bloquean, la proteína beneficiosa que se une a él ya no podrá hacerlo y la batalla se volverá especialmente cruenta. 

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la COVID persistente? La clave está en los autoanticuerpos.

Reinfeccion COVID-19, coronavirus
Unsplash

Anticuerpos traidores detrás de la COVID persistente

Los autores de este estudio reciente plantearon la posibilidad de que en personas con COVID persistente su propio organismo generara anticuerpos contra la proteína ACE2, disminuyendo sus efectos, con las terribles consecuencias que eso conlleva. Y no solo contra el coronavirus. En general, estaríamos ante un sistema inmunitario hiperactivo.

Estos autoanticuerpos se encontraron en pacientes graves y en otros enfermos de COVID-19, al menos dos semanas después de la infección

Para comprobar si estaban en lo cierto, tomaron plasma o suero de 80 pacientes. 67 tenían antecedentes de infección por coronavirus y el resto no. Vieron que ninguno de los 13 que no habían pasado la infección tenía autoanticuerpos contra ACE2. Además, al analizar el caso de pacientes que habían recibido una PCR positiva para SARS-CoV-2 en muestras tomadas en el hospital en la semana posterior a la infección, vieron que solo 1 de cada 20 tenían esos autoanticuerpos. Pero sí se encontraban en mayor cantidad en muestras recogidas dos semanas después de la infección y en pacientes agudos.

Por lo tanto, estos autoanticuerpos parecían estar relacionados con los casos graves y también con la COVID persistente, pues se generan bastante tiempo después de la infección. Y parece ser que pueden persistir durante mucho tiempo. 

Finalmente, vieron que, si bien había niveles similares de ACE2 en el plasma, su función se veía reducida en aquellos que tenían altos niveles de autoanticuerpos. Y, de hecho, si el plasma de uno de estos últimos se ponía en contacto con los que no contenían estos anticuerpos traidores, inmediatamente se alteraba la función de la proteína beneficiosa. 

Habrá que seguir estudiando esto, pero hay esperanzas, como bien ha explicado en un comunicado de la Universidad, el investigador principal del estudio, John Arthur: “Si demostramos que toda la hipótesis es correcta, que esta interferencia de ACE2 realmente causa COVID persistente, entonces abrirá muchos tratamientos potenciales”.

Otros estudios

Aunque este se centra sobre todo en relacionar unos autoanticuerpos concretos con la COVID persistente, hay otros estudios que han encontrado la relación entre los autoanticuerpos y la gravedad de la enfermedad.

Otros autoanticuerpos, que no tienen que ver con ACE2, se relacionan con la enfermedad grave

Por ejemplo, hoy mismo se ha publicado uno en Nature Communications. En él, un equipo de científicos de la Universidad de Stanford analiza el papel de anticuerpos dirigidos contra determinadas citoquinas durante la infección por coronavirus. Las citoquinas son proteínas que regulan la función de determinadas células, por ejemplo las pertenecientes al sistema inmunitario.

En este caso, según explican los autores del estudio, parece ser que durante la lucha del sistema inmunitario contra el SARS-CoV-2, al degradarse este en las proteínas que lo componen, se puede generar cierta confusión, de modo que el sistema inmunitario identifique algunas proteínas propias como proteínas del virus, fabricando anticuerpos contra ellas.

Volviendo al símil de las batallas de Juego de Tronos, en la contienda contra los Caminantes Blancos era fácil diferenciar a unos oponentes de otros, pero en la Batalla de los Bastardos no dejan de ser humanos contra humanos, vestidos todos de un modo similar. ¿Cómo diferenciaban a sus enemigos? Podría generarse cierta confusión. Y eso es lo que le pasa al sistema inmunitario cuando se encuentra frente a un gran despliegue de proteínas.

vacunas del coronavirus, sistema inmunitario
Foto por Diana Polekhina en Unsplash

¿Por qué debemos vacunarnos?

Este estudio no se centra tanto en la COVID persistente, pero también aporta información muy útil, como la razón por la que debemos vacunarnos.

La vacuna no introduce tantas proteínas como el virus, por lo que no se genera confusión

De un modo u otro, lo que hacen las vacunas del coronavirus es introducir en nuestro organismo una proteína del SARS-CoV-2. Generalmente solo una. Se encuentran en desarrollo algunas vacunas que introducen dos, pero aun así siguen siendo muchas menos que las que introduce el virus completo durante la infección.

Por eso, no se genera confusión en el sistema inmunitario, que tendrá muy claro qué es lo que se debe combatir. De hecho, si bien la vacunación también genera efectos secundarios a través de la inflamación, esta suele ser mucho más reducida que en la infección natural.

Así que este estudio es otra nueva razón para vacunarnos. Y el anterior, un motivo para la esperanza entre pacientes con COVID persistente. Está claro que estudiar los autoanticuerpos es clave para conocer mejor a este virus que tanto ha cambiado nuestras vidas.