Fue una alegría indiscutiblemente morbosa volver a la Casa del Crimen, que tan alucinantes ratos nos había hecho pasar en American Horror Story: Murder House (Ryan Murphy y Brad Falchuk, 2011), durante la primera parte de “Rubber (Wo)man” (1x01), episodio con el que comienza American Horror Stories (desde 2021). No supuso ninguna novedad porque habíamos regresado a ese escenario sangriento, como dijimos, en Hotel (2015) y Apocalypse (2018), pero hay gustos que se mantienen. Ojalá pudiésemos retornar al de Asylum (2012-2013), aunque en Freak Show (2014-2015) ya nos dieran esa satisfacción.
En cualquier caso, uno teme una deriva homicida absurda en el inicio en la segunda entrega de este capítulo doble como la de 1984 (2019). Por fortuna, prosigue con un buen planteamiento, tal vez demasiado simple, que incluye un par de giros imprevistos pero perfectamente coherentes con la mitología de la serie original. Y sí, hay sangre a borbotones; pero el público debe tomárselo como la obligación de condensar lo que habría sucedido si esta historia durase una temporada completa. Porque, de hecho, se trata de las cosas que pasaron en Murder House.
La inercia que daña a ‘American Horror Stories’
Pero “Rubber (Wo)man, Part II” (1x02) entraña ciertos problemas, en realidad, achacables al guion de Ryan Murphy y Brad Falchuk (The Politician); porque Loni Peristere (Castle Rock) hace lo que buenamente puede. Al margen de algunos instantes un tanto burdos, el enorme descaro en su propuesta de homicidios y ultratumba, que se parece más a una sátira desangelada que a la sencilla diversión del humor negro, roza la frontera de lo ridículo.
Y lo que uno no alcanza a comprender son las razones por las que no han querido regalarle a los espectadores fieles de American Horror Story, cuya tolerancia quizá resulte a prueba de bomba, el cameo de alguno de los actores principales de Murder House. Sí, nos han colado ciertas referencias más o menos sutiles a sus personajes, pero nada como una intervención directa, aunque fuese pequeñita, a rostro descubierto. Lo hubiésemos agradecido mucho, en verdad. Y la verosimilitud, también.
Por otro lado, una de las secuencias centrales, ambientada en uno de los días más significativos para la serie de modo que se sirve de otra de las pautas con mayor recurrencia en su mitología terrorífica, tiene cierto espíritu de surrealismo tétrico que le sienta como un guante. Pero cae otra vez en la arbitrariedad asesina sin que sus impulsos estén debidamente justificados más que con cuatro palabras; conque un poco más de esfuerzo y huir de la inercia en este episodio de American Horror Stories no les hubiese venido mal a Ryan Murphy y Brad Falchuk.
Lejos de la negrura original
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Que uno de los conflictos desarrollados carece de verdadera fuerza se ve con claridad en su último viraje, si bien los cara a cara previos tampoco conseguían tensarnos los músculos ni una pizca. Esta debilidad se debe a la falta de atractivo persuasivo que sufren sus diálogos, a una sorprendente mala dirección de actrices y a la puesta en escena desganada, todo debido al error garrafal de asumir que el conocimiento de los espectadores sobre cómo funciona la dinámica en este mundo fantástico, y su brutalidad habitual, exime a los guionistas de sostener su mecanismo narrativo con firmeza.
Y si, no obstante, el momento de la despedida fundamental sí se muestra convincente en su planificación y con los coletazos de uno de los dos cabos sueltos que quedaban se resuelve de una forma bastante razonable, esa resolución más rosa que tan negra como hubiese correspondido nos chirría a los que recordamos con afecto la desesperanzada e inclemente temporada uno de American Horror Story. Fijarse en los orígenes habría sido mejor.