La COVID-19 no ha sido la primera pandemia o epidemia causada por un coronavirus en los últimos 20 años. El SARS-CoV-1 y el MERS son buenos ejemplos de ello. Por este motivo, no podemos descartar que en un futuro volvamos a toparnos de lleno con este tipo de virus. Y, en ese caso, no estaría de más estar preparados. Hemos aprendido, o al menos deberíamos, sobre las medidas de contención, pero también hemos entendido que las vacunas son las armas más poderosas de las que disponemos. Por eso, de cara a un supuesto futuro pandémico, podría ser muy útil una vacuna contra las pandemias de coronavirus.

Se trataría de una vacuna de amplio espectro, que protegiera frente a los coronavirus con los que ya nos hemos topado y también contra los que están por venir. Puede parecer casi ciencia ficción, pero lo cierto es que ya se ha comprobado que algunas vacunas pueden ofrecer protección cruzada contra otros patógenos. Por ejemplo, la BCG de la tuberculosis protege contra otras infecciones respiratorias. Incluso se está comenzando a investigar para prevenir la sintomatología grave en la COVID-19.

Partiendo de esta base, un equipo de científicos de la Universidad de Washington y el Vir Biotechnology, de Suiza, se puso manos a la obra, en busca de algún mecanismo que permitiera desarrollar una vacuna contra las pandemias de coronavirus. Y así fue como dieron con unos anticuerpos muy prometedores en este aspecto. Se puede leer en el estudio sobre el tema que han publicado recientemente en Science.

¿Por qué es necesaria una vacuna contra las pandemias de coronavirus?

Los seres humanos hemos convivido con los coronavirus durante miles de años. De hecho, el ancestro común a todos ellos más reciente data del siglo IX antes de Cristo. Están detrás de muchos resfriados comunes y también de algunas enfermedades típicas de animales domésticos, como los perros.

Hemos estado en contacto con los coronavirus durante miles de años

Sin embargo, no fue hasta 2002 cuando su nombre comenzó a hacerse más conocido. También fue aquel año cuando oímos hablar por primera vez del síndrome respiratorio agudo severo (SARS). Esta era la enfermedad que causaba un coronavirus, al que se bautizó como SARS-CoV después de darse a conocer en China. Se calcula que se infectaron algo más de 8.000 personas en 27 países diferentes y que causó 765 muertes. Por suerte, pudo pararse a tiempo, sin que llegara a convertirse en una pandemia de la magnitud de la que nos ocupa.

Más tarde, en 2012, surgió una nueva epidemia protagonizada por un coronavirus. Esta vez fue en Oriente Medio. De hecho, se la bautizó como síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS por sus siglas en inglés). Era mucho más letal que el SARS. De hecho, aunque se infectaron muchas menos personas, aproximadamente 2.500, la cifra de víctimas fue superior, ya que rondó las 850. Precisamente esa alta mortalidad facilitó que pudiera contenerse rápidamente. Los pacientes enfermaban gravemente, por lo que la hospitalización era rápida y no daba tiempo a que estuviese en contacto con muchas más personas. Fue fácil aislarlos y la situación se pudo controlar.

Pero no ha pasado lo mismo con la COVID-19. Si bien es una lotería, que puede costarle la vida a personas jóvenes y sanas, por lo general en pacientes jóvenes cursa sin demasiada gravedad. Esto permite que sigan manteniendo sus rutinas durante mucho tiempo antes de ser conscientes de la infección, interaccionando con muchas personas. Además, es bastante contagiosa. Por eso, a día de hoy se han infectado en todo el mundo casi 203 millones de personas y han fallecido casi 4,3 millones. Aún no nos hemos despedido de esta enfermedad, pero no por eso debemos dejar de pensar en las que puedan venir. Una vacuna contra las pandemias sería muy eficaz. Y, para obtenerla, la clave está en los anticuerpos. 

En busca de los anticuerpos perfectos

Para desarrollar una vacuna contra las pandemias de coronavirus, estos científicos comenzaron por indagar en los anticuerpos de personas que ya se habían enfrentado al SARS-CoV-2, real o artificialmente.

Se analizaron muestras de plasma de pacientes vacunados o que habían pasado la COVID-19

Por eso, analizaron muestras de plasma de pacientes que habían pasado la COVID-19 y de personas que habían recibido alguna de las vacunas del coronavirus.

Se centraron en las células B de memoria. Estas son aquellas que, después de enfrentarse a un patógeno, quedan preparadas para producir anticuerpos específicos contra él en una futura infección. Todos los anticuerpos que proceden de un solo clon de estas células se conocen como anticuerpos monoclonales.

Estos son muy interesantes para determinar el éxito de las vacunas. Por eso, también los analizaron. Aislaron cinco anticuerpos monoclonales que parecían tener un amplio espectro contra los coronavirus. Pero sobre todo les llamó la atención uno, llamado SP26. Este actuaba a nivel del algo conocido como hélice del tallo de la proteína spike. Como ya hemos visto numerosas veces desde que la COVID-19 llegó a nuestras vidas, esta proteína es algo así como la llave que usa el virus para penetrar en las células que infecta. Sin ella, no podría unirse a los receptores situados en ellas.

Estos científicos vieron que esa hélice es una región muy conservada en al menos tres subgéneros de betacoronavirus,  de modo que, a pesar de las mutaciones que acaban generando virus diferentes, se mantiene sin apenas cambios. Es la encargada de que el virus se fusione con la membrana de las células. Por eso, si los anticuerpos la atacan, se corta la infección desde sus inicios. 

Pruebas en hámsteres

Una vez que determinaron que los anticuerpos SP26 podrían ser buenos candidatos, tocaba ver si realmente eran eficaces, al menos contra la COVID-19. 

Estos anticuerpos se encontraron más frecuentemente en muestras de pacientes que habían superado la COVID-19, en comparación con los vacunados

Por eso, se la administraron a hámsteres en el laboratorio, justo 24 horas antes de exponerlos al virus. Así, vieron que no solo se reducía la carga viral, también se mejoró la respuesta inmunitaria de los roedores. 

No obstante, hubo dos factores que llamaron la atención de los investigadores y que deberían tenerse en cuenta antes del desarrollo de una vacuna contra las pandemias de coronavirus. Lo primero, que detectaron más cantidad de estos anticuerpos de amplio espectro en el plasma de pacientes que habían superado la COVID-19, en comparación con los vacunados.

Lo segundo; que, aun así, era difícil de encontrar en el plasma. No es habitual que los pacientes generen estos anticuerpos naturalmente.

Ni siquiera tienen claro cómo puede ocurrir. Tienen una teoría, por la que las células de se dotarían de reactividad cruzada después de que surgieran una serie de mutaciones durante la respuesta defensiva natural del organismo. De cualquier modo, no es algo frecuente, por lo que no sería fácil estimular su desarrollo como ocurre con otros anticuerpos generados gracias a las vacunas del coronavirus.

Por eso, creen que la mejor opción sería el diseño computacional de estas proteínas. Así, quizás se podría obtener esa ansiada vacuna contra las pandemias de coronavirus. Pero es simplemente un proyecto en un horizonte que todavía se ve muy lejano. Ahora, debemos centrar nuestras fuerzas en salir de la pandemia en la que todavía estamos sumergidos. Comenzamos a asomar la cabeza por encima del agua, pero cualquier traspiés podría volver a hundirnos un poco más. Y no es eso lo que queremos.