Cielo rojo sangre (Blood Red Sky) se presenta como una película de acción y horror, aunque en esencia es un drama que explora la relación entre una mamá y su hijo desde una perspectiva fantástica. La ternura de la relación entre Nadja (Peri Baumeister) y Elias (Carl Anton Koch) encarrila una de las más recientes producciones de Netflix, generando una sensación de emociones tan distintas como bien logradas.
Desde ese punto de vista se explica su éxito en la plataforma de streaming. Cielo rojo sangre puede entretener y conmover en dosis altas. Mientras lo hace, genera expresiones de asco, temor y expectación en quien observa. Entonces se comprende que la película es efectiva. Más allá de algunas conveniencias, el pacto con el espectador se sostiene porque el relato es estable y, dentro de su universo fantástico, es coherente.
Netflix y Peter Thorwarth, el director de Cielo rojo sangre, se encontraron para crecer de forma mutua. Thorwarth, reconocido por La Ola (Dennis Gansel, 2008), Bang Boom Bang (1999) y Wir sind die Welle (2019), tiene su primera gran producción a escala global. Por su parte, Netflix generó una historia con potencial de franquicia. Win-win.
Cielo rojo sangre: la supervivencia y el antihéroe
Nadja y Elias deben viajar durante la noche por la seguridad de la mamá. Su vuelo coincide con las aspiraciones terroristas de Berg (Dominic Purcell), Roland Møller (Karl) y Eightball (Alexander Scheer). Lo que parecía ser un viaje más dentro del calendario de una línea aérea se convierte en un avión con el potencial suficiente para alterar la geopolítica global.
Las habilidades de Nadja, conseguidas por una suerte de accidente y ocultadas para poder sobrevivir y criar a su hijo, de pronto resultan no sólo útiles sino, más importante aún, necesarias: ella es la única alternativa ante la amenaza. El triunfo de Peter Thorwarth y Stefan Holtz, los guionistas, radica en la explotación de la condición humana ante ese escenario: ¿qué se hace cuando aquello que puede salvarnos también nos inspira temor?
Esa pregunta deriva en la siguiente, de acuerdo con el relato de Netflix: ¿cómo se gestiona ese miedo cuando se está en vuelo a miles de pies de altura y no hay más salida que la del asiento hacia el pasillo? Blood Red Sky transforma esa suerte de pasadizo en una selva que a ratos evoca las películas sobre zombis, sosteniendo la atención de quien observa sin alejarse de la tradición de las películas desarrolladas en el aire. En esa circunstancias ni el niño, Elias, resulta ser del todo bueno. La mixtura fortalece la historia.
El valor de un buen villano
Hay tramos de Cielo rojo sangre que evocan lo mejor de Underworld (Len Wiseman, 2003), con secuencias que juegan entre el terror y la acción. Acá no hay castillos ni extensos parajes, pero el depósito de avión también puede parecer una carnicería. Esa transformación progresiva de la narración hacia un tono violento y horroroso encuentra en Eightball al villano que todo buen relato debe tener.
Aunque no se exploran tanto sus razones, el por qué de su forma de ser, Eightball y su vocación sangrienta resultan convincentes e intimidantes. Lo suficiente para generar desprecio e involucrar, otra vez, al espectador dentro del relato: ninguno desea estar cerca de una persona así. Su performance no llega al sadismo de otras producciones, mucho más explícitas como Saw (2004), pero ofrece secuencias impactantes.
Cielo rojo sangre triunfa al ofrecer a quien observa la posibilidad de empatizar y posicionarse ante distintas situaciones. La amplitud de sus temáticas, desde terrorismo hasta vampiros, con la participación de las fuerzas especiales en el medio, hacen que las dos horas pasen sin que se noten. Es un paso hacia adelante de Peter Thorwarth, Peri Baumeister y Alexander Scheer.