Aunque las redes sociales y plataformas streaming como Netflix sean comunes en la actualidad, no hace mucho eran impensables. YouTube, Instagram, TikTok o Spotify, quizá, no eran ni una idea escrita en un borrador. Hay que tener en cuenta que el primer navegador de internet no se desarrolló hasta 1991. En ese escenario, ¿cuáles eran las opciones de entretenimiento y recepción de contenidos hace más de cuarenta años? La radio, en un principio, y más tarde el cine y la televisión. Sonidos e imágenes, eso que ahora es moneda corriente, antes eran una suerte de privilegio.

El cine sirve para aproximarse a esos momentos. Poblados solitarios o habitaciones en los que la única conexión con el mundo exterior es la radio. Un ejemplo pop: la escena en la que Rocky sale a entrenar para su pelea con Apolo después de beber un vaso con tres huevos: lo despierta es un radio con alarma. En otras películas son bastante comunes las escenas en las que el televisor está en el salón de la casa y la familia se reúne entorno a él para ver tal o cual programa, como si se tratara del fuego para los primeros hombres.

Entonces, el 1 de agosto de 1981, se lanza MTV (Music Television). Puede que las generaciones más jóvenes asocien este canal con programas de entretenimiento, diversos tipos de shows, antes que solo por videos. Pero sí. Antes era así. El primero que se emitió por el canal fue todo un manifiesto: Video Killed The Radio Star de The Buggles. Su aparición no solo ofreció otra manera de acercarse a la música, resumida en la radio y los conciertos; también alteró parte del modelo de negocios de la industria. La música ya no solo se escuchaba, ahora podía verse. MTV “metió” a los artistas, en cuerpo y obra, en la casa de las personas.

El rock y el pop de los 80: vender experiencias

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Conviene aclarar algo: el videoclip no empezó con MTV. Se estima que el primero en hacer uno fue Elvis Presley con el tema de la película Jailhouse Rock en 1957. Sin embargo, desde 1920 ya había artistas, como Oskar Fischinger, experimentando con los sonidos y las imágenes; incluso Carlos Gardel, en 1930, se grabó interpretando una decena de canciones en directo.

¿Qué ocurrió con MTV? La especialización. Había un espacio dedicado de forma exclusiva al videoclip. Si bien la radio no desapareció –ni perdió peso, porque los saltos tecnológicos no eran tan rápidos como en la actualidad y aún es un medio de comunicación clave–, las personas encontraron otra forma de acercarse a sus estrellas de forma constante. Ya no solo contaban los disyóquey, esa mítica figura que se encargaba de pinchar música en las radios y locales nocturnos, o locutores entrando y saliendo de los temas con maestría, mientras sonaban al aire. MTV creó otro espacio.

Cuando se revisa el trabajo de varias de las principales agrupaciones y artistas de la época, como Depeche Mode, U2, Prince, Michael Jackson o Madonna, más la tradición que ya tenían bandas como Queen, The Cure, o Leonard Cohen, se encuentran videos en los que las canciones son acompañadas por narrativas visuales propias. Aunque sea difícil separar la canción del video, había otro elemento de entretenimiento. No en vano, en muchos casos, ya no se preguntaba sobre la última canción sino si “¿viste el último video de…?”. El paradigma se había alterado.

A esto hay que sumar otra característica presente en decenas de videos: la incorporación de fragmentos en tarima, simulando presentaciones en directo. Bandas como Aerosmith, Iron Maiden, Bon Jovi, Def Leppard, Van Halen, además de usar toneladas de maquillaje y cabelleras largas, también recreaban un show. ¿Por qué es importante esto? Porque el videoclip, además de influir en las tendencias estéticas, permitía a las bandas y artistas “vender” la experiencia que podían generar en directo; invitaba a los televidentes a comprar las entradas para los conciertos.

El streaming, el otro gran cambio

Streaming
Glenn Carstens-Peters/Unsplash

Así como MTV sacudió distintos hábitos en 1981, Netflix también lo hizo en 2007. Aunque la compañía se fundó en 1997, diez años después comenzó un recorrido que aún no termina: ofreció la posibilidad de que sus suscriptores accedieron a contenido de videos on demand a través de las computadoras.

Así comenzó a crecer una de las principales plataformas de streaming. La retrasmisión de datos –como puede traducirse la palabra streaming– no es nueva.  Hay antecedentes que la remontan a hace cien años (en una versión muy bruta). Pero la internet, la accesibilidad a internet y el desarrollo de distintos dispositivos, entre otros aspectos, contribuyeron a su auge y al desarrollo de servicios como Netflix, Crunchyroll, Disney Plus, Apple TV y Amazon Prime Video, por nombrar sólo algunos.

Estas plataformas, además de gestionar distintos tipos de catálogos, también ofrecen producciones propias y permiten al televidente elegir, tener una suerte de control sobre lo que ve: los espectadores ya no están sujetos a la grilla de contenido de uno u otro canal. Si a una persona le provocó ver Anatomía de Grey por décima sexta vez, lo puede hacer de acuerdo con sus horarios, por ejemplo.

A esto se suma, como describe el periodista Axel Marazzi, un aspecto clave: la aparición de “tres nuevos competidores que aterrizaron y están cambiando todo: Disney Plus, NBC Universal y Warner Media”. A más competencia, más exigencia y, quizá, más diversidad en las propuestas. Sobre esto último hay más dudas, porque el mercado puede estar saturándose: ¿durante qué tiempo se puede ver tanto contenido? Otro detalle importante: se estima que, desde 2012, al menos en Reino Unido y Estados Unidos, el tiempo que la gente pasa frente al televisor ha ido disminuyendo entre un 3% y 4%. Antes de la pandemia, los estadounidenses ya pasaban más tiempo navegando en móviles o tablets que mirando TV.

Plataformas como YouTube y Spotify aumentaron su tráfico y el volumen de suscritores, así como las mencionadas plataformas de streaming también crecieron antes de lo previsto. El caso de Spotify es bastante gráfico: de acuerdo con información de Eric Hernán Hirschfeld, en cuestión de ocho meses de 2020 creció el 30% en relación con 2019. Eso se traduce en 8 millones de usarios.

La aparición de la COVID-19 y la pandemia intensificaron un proceso que ya venía en desarrollo. Con el mundo entero obligado a pasar tiempo en casa, ¿qué opciones de entretenimiento había? El streaming. En su artículo, Marazzi cita a Books Barnes (The New York Times), quien profundiza sobre la autonomía que van tomando las principales productoras de contenido: los estudios están vendiéndole opciones a sus consumidores, de forma directa, en vez de apoyarse en otras operadoras o el cine para hacerlo.

Posibles efectos

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Como detalla el documental The social dilema (El dilema de las redes sociales), producido por Netflix, los cambios de hábitos relacionados con estas plataformas y el streaming pueden influir de distintas maneras en las personas. Estos servicios, relacionados o no con productos audiovisuales, agrupan enormes bases de datos que, a su vez, alimentan diversos algoritmos y eso, por su parte, resuena en otras cuestiones. Por eso, como explica el documental, una simple búsqueda en Google puede derivar en que, luego, aparezca publicidad relacionada o se sugiere contenido vinculado.

¿Qué quiere decir esto? Puede que, en menor o mayor medida, influyen en la forma de pensar de los usuarios. ¿No era ese el efecto que se generaba en los 80, recreando las experiencias en directo a través del videoclip? Cuando se estimula una compra o a través de la reproducción automática se procura que los usuarios pasen más tiempo en estas plataformas, también se logra una suerte de objetivo comercial a través del streaming.

Uno de los recursos clave en este sentido, y que guarda relación con la música y la estética de los 80, son las series ambientadas en esa época o repletas de referencias a aquel momento. Eso puede explicar parte del revuelo generado por Cobra Kai, la serie secuela de la saga de películas de Karate Kid (la primera se estrenó en 1984) o el encanto generado por Stranger Things. Son producciones que pueden atraer a públicos jóvenes y a quienes crecieron con aquellas historias, adultos en la actualidad.

Lo anterior descubre otro elemento importante: la nostalgia. ¿De qué? De un momento histórico. Una posible recreación de ese tiempo la hace Carlos Joric en su artículo “¿Por qué nos gustan los años ochenta?” En su trabajo destaca a: “Los avances tecnológicos. Gracias a la implantación de la televisión en buena parte del mundo, la aparición de los reproductores de vídeo y la popularización de los videojuegos, los productos audiovisuales manufacturados por las compañías estadounidenses entraron en los hogares de medio mundo”. Streaming mediante, ahora todo ello llega de una forma aún más potente.

Sin embargo, como explica Victor M. González, en relación con ese tipo de producciones inspiradas o apoyadas en elementos de aquella época, “quizá no es tanto una cuestión de recrear atmósferas de otras épocas sino de huir de las modernas, de crear una especie de estética neutra donde se puedan contar ciertas historias rechazando ciertas convenciones actuales”. Play.